El Zoo de Cristal
Los delicados motivos por los que vivimos
Obra: El zoo de cristal
Autor: Tennessee Williams.
Traducción: León Mirlas.
Intérpretes: Cristina Rota, Luis Tosar, María Botto y Juan Carlos Vellido.
Dirección: Agustín Alezzo.
Centro Cultural de la Villa de Madrid
Tres esperas adultas, nutridas y desesperadas conforman las paredes del zoo de cristal que Tennesse Williams dibujó en 1942.
Las esperas, los sueños rotos y la consciente ceguera de Amanda. La timidez, las infantiles pérdidas, la cruel indefensión y la candidez de Laura. La impotencia, la responsabilidad, los inconfesables deseos y el desconocido amor de Tom.
En el simbólico realismo que viste las palabras de Williams, únicamente cabe la honestidad, la transparencia de unos sentimientos capaces de romperse entre las notas de un vals o entre los recuerdos de una infancia vivida en unos ojos ajenos; los ecos de una sociedad que pronuncia su lenta agonía en los suspiros resignados de una mujer condenada a esperar eternamente, en un porvenir sin oportunidad de ser adulto de una mujer que sólo podrá salir de su cárcel si lo hace de la mano de un rico hacendado; en el futuro de un hombre atrapado en un pequeño zapato que no entiende de rimas.
En El Zoo de Cristal de Laura; ese orbe pequeño, expuesto a las patadas verbales de una madre sobreprotectora, castrante y, a pesar de todo, amante, sólo cabe la mirada apagada y paciente de una joven que se concibe espectadora de una felicidad que la observa con desdén, sin derecho a saludarla. Ella, la ignorada. Ella, menos que nadie. Ella, la que siempre llega tarde a clase de canto porque no puede subir las escaleras como sus compañeros. Ella, la única mujer que jamás ha tenido un pretendiente. Ella, condenada a ser lo que su madre quiere, desea, ansía… Porque, una vez lo fue y alguien, en su injustificada huida, se lo llevó sin pedir permiso.
La primera obra de Tennessee Williams sigue siendo una de las piezas clave del teatro contemporáneo, porque nos habla, nos muestra unos conflictos y unos enfrentamientos universales. Una madre anclada en el pasado, en un momento brillante y próspero. Una madre que no es capaz de moverse en el sombrío presente, que no es lo bastante valiente para vivir el cambio de un tiempo, de un lugar, de unas costumbres, de unos usos, de un amor… Un hijo que quiere volar a pesar de los barrotes invisibles que cada día aniquilan su deseo con una sola afirmación: “Levántate y lúcete”… Una hija que nunca acertó a ser ella misma, que no sabe qué hace en el centro de un zoo de cristal, siendo tan diferente. Una diferencia que se revela al espectador en una de las escenas más tiernas de la obra. Ella, Laura (María Botto) y Jim (El cuarto personaje. El Candidato. Juan Carlos Vellido) hablan; se recuerdan, se ilusionan… Él incluso, a pesar de su compromiso. Bailan un vals… Y la magia se rompe con el cuerno del unicornio, la diferencia del animalito más querido de Laura. Jim recuerda a Betty… Y Laura, los sueños de Laura, sus ilusiones, su futuro se van con él, en el cuerpecito mutilado del miembro más veterano del zoo; aquel al que le gustaba situarse en lugares diferentes de cuando en cuando… Y que ahora viajará en las manos del eterno candidato; ese motivo delicado y frágil por el que una vez vivió.
Cristina Rota regresa, felizmente, a los escenarios, impartiendo una clase magistral. Mostrando las contradicciones de una mujer orgullosa, castrante, patética, a veces, irónica y dolorosamente tierna. El amor guarda en sí una amarga esencia, hiriente, dictadora y caprichosa.
Junto a esta Maestra de la escena tenemos a un maravilloso Luis Tosar, en el rol autobiográfico de Tom. El joven inconformista, soñador y poeta, que trabaja forzosamente, en una zapatería; que huye cada noche en la piel desconocida y lejana de un padre omiso y cobarde.
María Botto es la joven Laura. Enamorada desde siempre del compañero de su hermano. Un chico que soñaba llegar muy lejos, más allá del sur del ayer, por el que brindan en un intento infructuoso de borrar las cicatrices del tiempo y de un enfermizo amor.
Cristina Rota me habló del cuarto personaje, como el símbolo de un nuevo presente; un nuevo mundo grosero; en el que cualquier cosa está al alcance de la mano si se cuenta con dinero; el engaño democrático y sonriente; la mentira amable, el sometimiento retórico más cruel que el mundo que desaparece en la imagen acicalada y avejentada de Amanda.
Yo no he visto del todo esa “grosería”; tal vez porque en esta comedia agridulce, vestida con el recuerdo de Tom, me he sentido más próxima a los sentimientos que flotan en la atmósfera musical y llena de romántica penumbra que ha sabido crear genialmente, Ana Garay.
“El Zoo de Cristal” nos invita a mirar a través de su transparencia, a través de sus cicatrices, a través de las ausencias, de los sueños frustrados, de las inútiles esperas… “El Zoo de Cristal” nos invita a ser valientes para captar lo intangible de los recuerdos; ese sentimiento que sólo logra abrir los ojos cuando nos hemos ido de él… Mientras nos persigue con su mirada azul… Como si su sombra nos acompañara en las luces de un candelabro doloroso que nuestra conciencia nunca logra apagar.