Críticas de espectáculos

LOS MISTERIOS DEL QUIJOTE O EL INGENIOSO

LA LÁMPARA MARAVILLOSA DEL QUIJOTE

LOS MISTERIOS DEL QUIJOTE O EL INGENIOSO CABALLERO DE LA PALABRA. Rafael Álvarez “El Brujo”. Teatro Principal, Vitoria, 25 de Julio de 2005

Continúa el repaso de los clásicos castellanos que ya iniciara hace media docena de espectáculos Rafael Álvarez “El Brujo”, en esta ocasión, con la relectura del Quijote –Centenario obliga-, merced a una selección de capítulos y a una recontextualización que desbroza primero con sus comentarios iconoclastas lo erudito, institucional y tópico para poder abordar, después, gracias a ese distanciamiento crítico, la verdad del Verbo. Y burla burlando, pues mediante la sátira de los poderosos, políticos y acaendémicos –a los honrados hay que buscarlos con candil-, le acerca al “español sentado” el Libro, espantando a los moscones –hay que saber ver las ovejas (o corderos de lejos) al logo-.

EL PALIMPSESTO REENCONTRADO o CANTAR LA PALINODIA

Desde la primera línea la novela, que empieza con un relato en primera persona, irá sucesivamente cambiando de voz y rostro, como en un baile de máscaras, y sin que sepamos muy bien a ciencia cierta quién es quién en cada momento, se nos van refiriendo las hazañas del caballero. ¿Quién narra? ¿Cervantes, Hamete, el traductor, Sancho, aquellos dos viajeros a quienes escucha don Quijote hablar de él, Avellaneda, don Álvaro Tarfe?

Andrés Trapiello, Las vidas de Cervantes

“El Brujo” ha desmontado el palimptexto de voces constitutivo del Quijote para poder así reconstruirlo a su antojo desde su particular lectura de intérprete -en el pleno sentido de la Palabra-. “A Cervantes –afirma Trapiello en Las vidas de Cervantes-, conforme la preocupación de cada época, le hemos visto vestir hábitos de judío, de erasmista, de anticlerical, de luchador romántico y libertario de lego o de genio… En nuestra época, (…) a Cervantes se le quiere homosexual”. Pues bien, entremos al trapo –o, mejor, al “trapiello”- de ese juicio parafraseando a “Andresillo” para reconocer que, “en los años iniciales del siglo, cuando la tolerancia y la permisividad hacia los inmigrantes es una de las notables conquistas sociales”, al Quijote lo ve “El Brujo” desde el mestizaje, la interculturalidad y el sincretismo étnico, es decir, en el mudejarismo de Américo Castro –en boca de un actor natural nada menos que de Lucena, localidad de poblada aljama-.

LA DEL ÁLVAREZ SERÍA…

Don Quijote es obra de todos, por lo mismo que nadie es dueño de la locura ni de la muerte. Cervantes no es sino un fideicomiso, un testaferro de esa historia.

Andrés Trapiello, Las vidas de Cervantes

Y para ello parodia la parodia, volviendo del derecho las calzas vueltas del revés, con el fin de ofrecer el retrato cabal del caballero de la Palabra. Y lo hace a partir de las tesis de los alumbrados de Argamasilla de Alba –La del Alba sería…- como origen mistérico del Libro, con la consiguiente ironía hacia las novelas históricas de “Sectas” e iniciados. Para entroncar, en una heterogeneidad de librería de lance del Rastro, con el contador de historias argelino Baraka –transposición de Cide Hamete- y la tradición morarábiga del caballero visionario –Fáuaz ha estudiado “los lejos y sombras” musulmanes del Quijote- y dar el salto, de esos apócrifos, al testimonio más entrañado -aparentemente más real y “auténtico”- de su padre, aficionado al cante, como recitador de un Quijote de tradición popular -folklórico y arromanzado- y de su abuela, evocados en la ouija –Ouijote- de la mesa de camilla en la Andalucía profunda –en las profundidades de Sierra Morena-, con la credibilidad que propicia el contraste manierista entre distintos grados de realidad y dan como resultado el fruto cervantino de la vida subjetiva, la Verdad –A. Castro dixit-. Y a esa unidad de lugar biográfica –la pensión- se superpone la unidad bibliográfica –la venta- en una geografía imaginaria que, como conjuro de la Palabra, devuelve la vida, hace recobrar la salud y -entre burlas y veras- ofrece la confesión metateatral sobre una terapia. Mas allá de la galdosiana “Misericordia” por los cautivos –Galdós también era de la Secta, como lo reafirmaba su Almudena: “yo soy un moro judío que vive entre los cristianos”-, o del encontronazo con los nacionalistas bizkaitarras –Nobleza obliga-, la acción se retrotrae a los interiores de las ventas -“entre sombras y lejos”-, donde ciertas mujeres se espabilan encandilando a cualquier zascandil a la luz del pábilo de un candil, para saltarse la II Parte íntegra, en una pirueta, hasta la agonía –“su vía se le apagaba”-.

DON QUIJOTE A LO DIVINO

El idioma de un pueblo es la lámpara de su karma. Toda palabra encierra un oculto poder cabalístico: es grimorio y pentáculo…

Ramón del Valle-Inclán, La lámpara maravillosa

Todo en un juego poético “a lo divino” que busca el misterio de los dones del Quijote, el valor gnóstico del Verbo, el evangelio del Amor, el poder reconciliador de la Palabra, y lleva magistralmente a escena ese capítulo sobre el bonete del ventero -entre pellejos, cueros y recueros-, del ensayo El Quijote como juego de Torrente B. –que no la serie B de Torrente-, en una función de reestreno que, como la lectura, es un “ensayo con todo” para la vida, a pesar del minimalismo de la puesta en escena y de su contención gestual.

LAS LÁMPARAS MARAVILLOSAS

La suprema belleza de las palabras sólo se revela, perdido el significado con que nacen, en el goce de su esencia musical, cuando la voz humana, por la virtud del tono, vuelve a infundirles toda su ideología….

Ramón del Valle-Inclán, La lámpara maravillosa

Sobre una alfombra de arena –que es, sucesivamente, página en blanco, espejo de luz de luna, desierto de sal –gorda-, espejismo visionario, vergel de palabras, sábana santa o mortaja-, “El Brujo” garabatea sus pasos, como el duende de imprenta, sobre la hoja del gran Libro del escenario, apergaminado, genio –y figura, de perfil cervantino, además- de la lámpara maravillosa, juglar que reúne en sí los tipos –de imprenta- y los caracteres –arábigos- del variado censo quijotesco, con la auto-ironía del autor hacia una vecindad arracimada dentro del cuerpo del chamán, la inmensa minoría de personajes, el personal drama em gente de un mago encantador que aúna, como un ventrílocuo, a Don Quijote, Sancho y Cervantes sin chirriar –tres en uno-, tres personas en una sola naturaleza y un solo actor verdadero, prestigioso prestidigitador capaz de levantar castillos de barakas en el aire, rebañando lo dramático en la teatral narrativa de Cervantes, sin descuidar lo lírico, ni hasta lo digresivo –propio del Ensayo, coetáneo en sus orígenes de la Novela- para reconstruir, como un hechicero, con la magia de la Palabra, un monólogo total por el que se entra –mediante invocaciones al personaje- o se sale –apelando al espectador-.
Y entre candilejas –seis candiles seis, en memoria de los académicos alumbrados-, la letra capital del manuscrito reencontrado, iluminada, zascandileando, da pie a “la letanía de Nuestro Señor don Quijote” –a la salmodia arábiga o la melopea del cante flamenco-, trazando con la llamita de su ingenio en candelero el séptimo candil de un candelabro de siete brazos –palimpsexto, pues, trocado en palipséptimo-. ¡Adóbame ahí esos candiles! LUIS ARTURO HERNÁNDEZ.


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