Una noche con
LA OUIJA DEL BRUJO
UNA NOCHE CON “EL BRUJO” (25 AÑOS EN ESCENA), Compañía Rafael Álvarez “El Brujo”. Teatro Principal Antzokia (Vitoria-Gasteiz). 25 de Junio de 2004.
“La piedra y la palabra” como motivo recurrente –y estructurador del discurso- en el díptico que Rafael Álvarez “El Brujo” ha traído a Vitoria de la mano de la Fundación Catedral Santa María, colofón del programa cultural que acompaña a su restauración.
“El Brujo” recala, pues, en Vitoria con un montaje que revisa a modo de antología, testimonio autobiográfico y coloquio sobre el teatro sus “25 años -de vida- en escena”.
Y esa autobiografía ficticia -toda autobiografía es apócrifa- se abre y se cierra con un sentido soliloquio sobre el emBrujo de la Palabra –origen del mundo- y las palabras –el del Hombre-, a la luz de una vela, junto a una mesa camilla con tapete rojo en la que “El Brujo” celebra esa “ouija” que convoca en torno al pábilo de la vela los fantasmas de su pasado familiar, cuya dramatización –psicofonías de los parientes, allegados e, incluso, las onomatopeyas de los animales domésticos- representará -en puesta en escena que es un alarde de sobriedad y minimalismo- sobre una circular alfombra cósmica –delimitada por 9 focos, las 9 estrellas proyectadas sobre la cámara negra del escenario- y colorada como el tapete, círculo mágico ampliado en que se revive la existencia, fractal y réplica del redondel de la mesa camilla, y sobre el que vela el bululú iluminado del Verbo, igual que el mapa de España cabía en el cobertor de hule de la mesita familiar evocada por él.
Juego teatral de aparente autenticidad que consigue la verosimilitud dramática a base de distintos grados de realidad –del histrionismo a lo testimonial, del apasionamiento al distanciamiento irónico-, de diferentes y combinadas aproximaciones a los universales del sentimiento -del lirismo a la sátira, de la reflexión al patetismo-, re/transmitiendo al espectador la sensación dramática de lo poético merced a una versatilidad interpretativa fuera de toda duda y a la desbordante personalidad dramática de todo un animal teatral.
Una noche con “El Brujo” es, como el propio actor, autor y director del montaje, un montaje barroco que aúna ambas acepciones de lo escatológico: la de lo cómico y bufo, corporal, de las “Gracias y desgracias del ojo del culo” de Quevedo y lo trascendente y místico, espiritual, de Teresa de Jesús; el humorismo de sal gorda del cuentachistes de lujo –ensartado de dichos populares sobre el culo, como secuela de la glosa burlesca del poema de Quevedo- y el dramatismo de la muerte de la abuela y la recreación a medio camino entre la parodia costumbrista –el cura, el médico, el padre borrachín, la madre, el perro y el gato- y lo sublime –entre naïf y mágico- del diálogo de la abuela y el niño, hilvanados por estribillos –“la vía se le apagaba”, muletillas y versos de ida y vuelta que trenzan la sutil tela de araña que ata el cabo suelto, el del amor –“a la que más quería”-.
Y todo ellos mediante un ritmo interno –de la alternancia de los tonos que va del del cazurro al de un iluminado, del orate al orador, del cantaor poeta al niño, a su prosodia- y una variedad de registros –desde las onomatopeyas de animales a las conversaciones a varias voces trenzadas en aras de clímax que ponen el punto final a cuadros-secuencias-, junto a la capacidad para sugerir mediante la mímica y la expresión corporal escenarios imaginarios, decorados y atrezzo, que permiten un espectáculo de teatro totalizador que durante dos horas integra todos los géneros de la Palabra –más ese entreacto coloquial que como es proverbial en él no tiene nada que envidiar al resto de la puesta en escena-.
Y humorismo como común denominador a una aproximación al relativismo, entrañable o ridículo, de la existencia -desde lo cómico, caricaturesco o sarcástico o lo conceptista, irónico o paradójico-, en una actuación que busca y acoge la interacción con el patio de butacas, en una “obra abierta”, que incorpora la más rabiosa actualidad política o social –como es proverbial en el bufón- de la vida real o las incidencias que la representación depare, ganándose al público que a oscuras asiste en la ardiente oscuridad a su ensueño.
Una representación en que “El Brujo” vela su pasado familiar y revela el daguerrotipo del recuerdo, y que dura lo que dura la llama de amor viva. Y luego, apaga y vámonos.