Robby Robot y el Caballero de la Triste Figura/ R. FRAZER
ROBBY UNIVERSAL ROBOT
R obby Robot y El Caballero de la Triste Figura, de Ricardo FRAZER
(Compañía Ricardo FRAZER, Sala Beñat Etxepare Aretoa, Vitoria-Gasteiz, 5-04-06)
«ALQUIST (…) (Llaman a la puerta)
Adelante.
(Entra un ROBOT CRIADO; se queda en pie al lado de la puerta)
¿Qué hay?»
Karel ?apek, R.U.R. (Robot Universal Rossum)
«DOMIN: (…), los robots no son personas. Mecánicamente son más perfectos que nosotros, tienen una inteligencia enormemente desarrollada, pero no tienen alma. ¿Ha visto usted un robot por dentro? (…) Es algo muy parecido a ir a la escuela. Aprenden a hablar, escribir y contar. Tienen una memoria asombrosa, sabe. Si usted se pusiera a leerles una enciclopedia de veinte volúmenes, se lo repetirían todo con una exactitud impresionante. Pero nunca piensan nada nuevo.»
Karel ?apek, R.U.R.
Originalísimo pulso dramático entre el Hombre y la Máquina, la obra Robby Robot y el Caballero de la Triste Figura es una libérrima versión del Quijote en singular duelo teatral con Robby Robot, el robot más antiguo de Hollywood, de la mano del argentino Frazer, dirigido a jóvenes espectadores en un intento de acercarles la obra de Cervantes.
El monólogo de un actor que ensaya el último capítulo del Quijote, interrumpido por su ayuda de cámara –el auténtico Robby Robot del cine-, desencadena un espectáculo en que la vehemencia emotiva, los sentimientos y nobles ideales de Fraternidad Universal del actor hallarán su contrapunto humorístico en la datofágica racionalidad programada y la insensibilidad del robot y sus réplicas –no en balde es un replicante humanoide- de un “curioso impertinente” tan atorrante como simpático. Dialéctica entre el mundo ilusorio de la fantasía y el pragmatismo realista encarnado en el juego teatral del cálido humanismo de papel de la obra literaria con las nuevas tecnologías y su servidumbre del Mercado.
La habilidad y la inteligencia dramática de Frazer, autor también del texto, al atribuir al robot la jerga coloquial juvenil -con la guasa y el desparpajo de un “amiguete” de Santiago Segura-, logra que el espectador se identifique desde el inicio con la “cabeza parlante” “jamada” por la Información consiguiendo después, a medida que Robby se humaniza, dar el salto de gigante que va de la presunta germanía actual a la Hermandad del ser humano; de la pícara asepsia emocional a la caballerosidad de Ricardo, corazón -de león-; de la alineación vulgar a la noble enajenación, de los altos instintos a los bajos ideales y de la robotización de la juventud a su quijotización desde el punto y hora en que Robby se hace escudero de Ricardo Frazer, Sancho Panza de un actor que se cree el Quijote, hermano lego del visionario cruzado de una Orden de Caballería de armas tomar o “persona virtual” a las órdenes de un virtuoso caballero -virtual como todo ensayo teatral-, evolucionando desde el Augusto del sentido común que exaspera a Carablanca; de la figura del donaire que hace entremés del panegírico quijotesco de un caballero de figurón; de un tipo plano, en definitiva, a un carácter redondo -o pneumático-, pero con mucho carácter.
ENCERRADO CON UN SOLO JUGUETE
«ELENA: No, ustedes no me han entendido. Lo que nosotros queremos es liberar a los robots.»
Karel ?apek, R.U.R.
«ELENA: (…) Radius, yo quería que demostraras a todo el mundo que los robots eran nuestros semejantes, eran iguales a nosotros.»
Karel ?apek, R.U.R.
En virtud de su proverbial variedad de registros –véase, si no, el antológico montaje de literatura dramatizada titulado Tempestades-, Frazer da vida a más de una docena de personajes de la constelación de don Quijote que van poblando la escena, acorralando –como en un corral de comedias de la época- al autómata, dando la contrarréplica a sus ripios y prosaísmo con la versatilidad de su proteica capacidad interpretativa –valga de muestra la “crisis de personalidad múltiple” de la ceremonia en que se arma caballero a don Quijote, verdadera hidra teatral de innumerables cabezas deshidratadas-, pasando de ser un juglar polifónico que juega con su fetiche de tamaño natural, un bululú que apela a un semoviente o el histrión que dialoga consigo mismo por persona interpuesta, a constituirse en ñaque, una pareja de facto, que hace de un golem –de un bibendum de hojalata o un artilugio de factoría- su compañero, desabrochando su chaqueta metálica con el abrelatas de la emoción y abollando su armadura con una voluntad de hierro. Y qué mejor prueba de ello que la superposición, sombra agigantada sobre telón de fondo, de la cabeza de Robby, redonda como una bacía de barbero, y la lanza de don Quijote.
NOVELA EJEMPLAR Y EJEMPLARIZANTE DRAMATIZACIÓN o ¿EL TEATRO RESUCITÓ A LA ESTRELLA DEL CINE?
«DR. GALL: Lo hice en secreto… yo solo. Los estaba transformando en seres humanos. Les di un giro. En algunos aspectos ya están por encima de nosotros.»
Karel ?apek, R.U.R.
En un círculo que arranca de las últimas palabras de don Quijote y tras el “oscuro”, el montaje ensarta la puesta en escena de varios capítulos de la Primera Parte (del I al VIII, el de los robotizados gigantes mecánicos, seguidos del III y el IV) de la novela –la más conocida y, también, quizás por ello, la más fosilizada por los tópicos-, hilvanándolos con un diálogo que saca chipas al humor de situación, hasta desembocar en un auténtico diálogo de acción entre el actor y el robot en una escena metateatral, debate entre el cine y el teatro –no en vano el Robot es una vieja gloria oxidada de Hollywood cuya estrella declina: ¿Dulce pájaro de juventud o El crepúsculo de los dioses?-, aparente escena de digresión que constituye no obstante el nudo de la trama, en apariencia anticlimática, dentro de la estructura invertebrada propia de la acción “a lo que salga” del protoQuijote o “novela ejemplar” –aunque cabe preguntarse por qué ese zapping al c.VIII para hacer luego del episodio del maltrato a Andrés el clímax culminante de la adaptación-, ya que supone la abducción de Robby para la causa del Humanismo, la absorción del Cine por el Teatro, el reciclaje del atemporal enlatado cinematográfico en el vivo y en directo, palabra en el tiempo, del teatro. En definitiva, de la narración dialógica en diálogo pues, tras ser metabolizada la novela por el agujero “oscuro” del teatro, éste engulle también el cine -con irónica nostalgia del esplendor de los años dorados de la Meca de Los Ángeles-.
ROBBY UNIVERSAL ROBOT o LOBBY ROBOT
«RADIUS: Éramos máquinas, señor. Pero el terror y el dolor nos han puesto alma. Hay algo que lucha con nosotros. Hay momentos en que algo entra en nosotros. Nos vienen pensamientos que no son nuestros. Sentimos lo que no sentíamos. Oímos voces.»
Karel ?apek, R.U.R.
Y es que en esa irrupción de Hollywood en nuestras vidas –por defecto, más teatrales que de película-, la incorporación al teatro de Robby Robot -¿o es Robby Rabbit?- no es sino la reintegración del robot a sus orígenes, si se tiene en cuenta que el precursor de tanta persona artificial es el drama de anticipación R.U.R. (Robot Universal Rossum), estrenado en 1923 y obra del escritor Karel ?apek –quien bautizara al engendro con las aguas del checo robota, servidumbre)-, rescatando cervantinamente a este personaje del cautiverio de la competencia desleal –como lo hiciera Cervantes, en un acto de justicia poética, contra el pirateo de su personaje por parte de Fernández de Avellaneda-, robot sanchificado –saldo de una subasta en la península Barataria (Estado de California) o ínsula R.U.R.-, al servicio de un Ricardo Frazer quijotizado, que se reparte sus “quince minutos de popularidad” en el cartel con su “artista invitado” –procedente, no se olvide, como tantos otros replicantes, del cártel de George Luckas, Steven Spilberg & Co.-.
MENSAJERÍA TEATRAL
El desenlace de esa acción secundaria que pasa, al fin –entre las sombras caliginosas de la puesta en escena-, a primer plano, se resuelve con la entusiasta proclamación de la utopía del Amor Universal -¿conclusión natural de los episodios dramatizados de la obra o suplemento bienintencionado a modo de mensaje, e-mail o messenger?-, de la lección moral, en cualquier caso, que reorienta el espectáculo en virtud de la particular paideia de Ricardo Frazer, predicador del evangelio de “Nuestro Señor don Quijote” libre ya del contrapeso de su acólito, un incrédulo santo Tomás que, con escepticismo de abogado del diablo, había ido escalonando la iniciación del público juvenil asistente al diálogo secreto –a voces- en que se le alude desde las tablas al patio de butacas –del recreo-, en los arcanos misterios del Quijote.
PAN –AGUA- Y CIRCUNCOLOQUIO
Si la obra se iniciaba con la loa al público –o complicidad colegial/coleguista con los jóvenes- y el denuesto –o el rapapolvos cuasi-rapeado del presentador al individualismo consumista-, el epílogo a manera de soliloquio –o circun(co)loquio- por parte del propio director de la compañía rescata del mundo de la magia blanca o colorista –del arco iris de confeti del “milagro del vino” o del que ve las estrellas en las variopintas serpentinas del ilusionismo- el leit motiv o motivo recurrente del agua inagotable que, gota a gota, ha ido discurriendo por la curiosidad inaguantable del espectador para poner en escena la hermosa alegoría del opus aureum –acaso de baño de oro-, del conocimiento como almáciga de libertad, mediante la jarrita egipcia y el desarrollo –hídrico- sostenible del cerebro –y la consiguiente oda a la Antigüedad-, escanciado en el crisol o crátera de un cráneo que, junto con el Libro abierto, han representado el austero y emblemático in ictu oculi -¿o memento mori?-, atrezzo sub specie aeternitatis de una puesta en escena barroca que conjura el horror vacui con el fraseo de Frazer – a medio camino, o entre las dos orillas, de El Brujo y Héctor Alterio-, poblando el tiempo, entre el anacronismo y el aggiornamento, con la esfericidad de referencias cruzadas de todos los espectáculos habidos y por haber –desde los denostados superhéroes del cine y los antihéroes de la tele a las nuevas tecnologías, la jerga costumbrista o el reality show de la actualidad-, logrando llegar así a todo tipo de espectador, y la gestualidad del cuenta-cuentos que repuebla el espacio con su fábula del conocimiento Universal conservado por caballeros –andantes- Jedis perdidos en el espacio escénico de este planeta prohibido del Teatro.