Críticas de espectáculos

EL COMPROMISO/ C. GÓNGORA/ AXIOMA TEATRO

RETABLO DE LA TERNURA, LA GENEROSIDAD Y LA MUERTE
(«El compromiso», de Carlos Góngora. Axioma Teatro. T. Principal, Vitoria, 30-IX-05.)
Retablo animado por la magia de un teatro total -y totalmente artesanal- es esta obra maestra del teatro de títeres de la compañía Axioma Teatro y titulada El compromiso.
Como en un monumental pliego del romancero de ciegos, el montaje va dirigiendo el puntero –de su punto de luz- hacia las sucesivos escenarios de las tablas historiadas del relato dramático, con muchas tablas. No enmendaremos la plana al Gran Hacedor de la obra cuando afirma que ha pretendido hacer “cine en directo”, pero sí hemos de repetir que es mucho más que cine ese políptico en que la vista se desplaza, guiada por planos y enfoques que van del plano general al primer plano -pasando por la valle-inclanesca mirada ”desde el aire”, “de pie” o “de rodillas”-, siguiendo la sintaxis dramática de una gran historieta de dibujos animados en 3 dimensiones, por sus sucesivos estereoscopios.
Sirviéndose de casi dos docenas de dioramas –con una escenografía y atrezzo de una meticulosidad propia de miniaturista- y más de trescientos títeres –de guante o varillas, hasta casi, se diría, marotes, y con vestuario y caracterización propios del naturalismo-, Axioma Teatro ofrece el “compromiso” -de por vida- de la ternura y la generosidad de la huérfana de una pareja sentenciada a Muerte vil hacia otro “derrotado”, sambenitado con el uniforme de Falange E. Tradicionalista -¿o es un flecha, (Adol)Fito, mutilado de guerra?-, en un hospicio del “Auxilio social” en la posguerra civil en tierras de Almería.
La historia, con sus cartuchos de narración oral de desgarrado carácter poético a cargo de María Galiana, pone en escena, en los cinco espacios escénicos de tamaño panóptico, un recuerdo ejemplar de Pasión –y compasión- de los débiles hacia los más desvalidos: el de Cristina, protagonista de un romance de la Guardia Incivil, hacia el niño paralítico y mudo al que arrancará un día la palabra “cielo” antes de escaparse con él hasta el mar.
Y lo hace combinando las distintas artes escénicas, desde los títeres de cachiporra al teatro de luz negra –en las fantasías naïf de la niña al compás del valsecito que, en sus distintas variaciones flamencas o instrumentales, constituirá el motivo recurrente de la obra-, desde el efecto de linterna mágica –en la fuga, a ritmo frenético, en plena noche- al carrusel de autómatas de carillón de iglesia centroeuropea –en estremecedora danza de la muerte que simboliza el Franquismo-, o la escena –en la tabla central- del paso de Semana Santa en el pulso entre Cristina y el Cristo en escorzo, en un evangelio apócrifo -¿una cristificación profana o pagana?-, que será rubricada por el bolero que le da título, con el recordatorio –guiño del guiñol- de que en el mundo de los títeres “cada marioneta carga con su cruceta” y el “compromiso” con el patrimonio de la tradición popular oral.
Si la puesta en escena –con su compleja y exclusiva maquinaria escénica incluida- ha exigido 10 años, así que pasen diez años no se borrará de la memoria del espectador este retablo de las maravillas que permite rescatar del olvido de la muerte “el compromiso”.


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