YURI SAM, otoitza / Fábrica de Teatro Imaginario
PUNTO DE VISTA Yuri Sam: una mítica puesta en escena By BARBARA SAFILLE El Nuevo Herald En la noche del sábado 24, el público del Miracle Theatre respondió agradecido con una entusiasta ovación a Yuri Sam de Jon Gerediaga, la mítica puesta en escena del grupo vasco Fábrica de Teatro Imaginario, dirigida y protagonizada por Ander Lipus. En medio de la oscuridad, con una bella música mapuche, se inicia un diálogo de profundas y armoniosas voces. Unos golpes de palo y un violín que suena como un cuenco tibetano en un mantra budista, concretan el ritmo de la escena. De espaldas, contra ese oscuro fondo, dos figuras con ropajes largos y claros, se agitan suavemente. Su más obvio movimiento se desprende de algo que gira, ceremonioso e hipnótico, en la mano de uno de los personajes embozados. De pronto, después de un lapso sostenido en frío y negro silencio Ying, irrumpe Yuri Sam con un estallido de energía Yan, entre los dos personajes sin rostro que simbolizan el Sol y la Luna. El filósofo andrógino con corona y cuello isabelino de Gerediaga, continúa la línea del teatro metafísico español iniciada con el Auto de los Reyes Magos a mediados del siglo XII, que alcanza su gran esplendor en el Siglo de Oro con Calderón de la Barca y se hace patente en el drama moderno con Valle-Inclán. La Luna y el Sol, representación de los opuestos femenino y masculino, golpean sus palos, creando una cadencia que va intensificando el ritmo escénico y que conduce directamente a los primeros cantos. Estos personajes del Sol y la Luna, interpretados por Miren Gaztañaga y Verónica Fernández, aunque tienen las caras tapadas con un velo que no permite distinguir sus rasgos, se deslizan por el escenario con movimientos increíblemente expresivos y dinámicos. El trabajo de las actrices, en su función de complemento universal con que se interrelaciona Yuri Sam, es un paradigma de gracia, coordinación, compenetración y plasticidad. El texto poético de la pieza, tanto en castellano como en eusquera, brota como un manantial inagotable de un sitio recóndito de la naturaleza de los actores, perfectamente articulado y siempre significativo. Ander Lipus, transformado en el lúcido e impetuoso Yuri Sam, es un actor poderoso con una voz divina, entrenada en una amplia gama de registros y animada por un enérgico y apasionado espíritu. Con una ancha falda con paradera, una corona, un cuello isabelino y un collar de cuentas sobre su chaqueta verde, el vestuario del gran actor vasco ilustra la fusión cultural que se propone la dirección escénica. Ya desde los primeros momentos, Lipus se sube sobre un baúl, una de las pocas piezas de utilería, y se adueña del escenario hechizando al público con su intensa y enigmática energía, que él llama por el vocablo eusquera arnasa, cuyo significado es respiración. Partiendo de esa energía natural, celosamente dosificada, emerge el delicado sonido del gato que emite Lipus repetidamente para dar expresión al lado femenino de su personaje. Con los golpes de los pies de los actores y el choque de los palos del Sol y la Luna contra el cetro de Yuri Sam, se inicia un nuevo diálogo rítmico que da paso a una serie de exquisitas escenas. De sus tres cuerpos enlazados se forma una sola criatura que baila una danza en que las distintas extremidades se enfrentan, utilizando hábilmente todas las áreas del escenario. Entonces ocurre una de las imágenes inolvidables de la puesta, cuando subidos al baúl, forman un círculo entre los tres. El sonido hueco, sordo y seco de los palos se entrelaza a los disímiles efectos que Lipus produce con su maravillosa voz. El personaje, de una dimensión filosófica descomunal, habla de sueños eróticos, de los privilegios de la vida, del miedo que los vivos le tienen a la muerte y de su pérdida de la fe. Con vehemencia Yuri Sam advierte sobre lo que hay al otro lado de la frontera –seres reales a pesar del olvido de los vivos– y se queja de que se haya olvidado la voz de los ancestros, rezando por los que han dejado de rezar. La vida, desde su perspectiva, es un camino determinado de antemano, donde principio y final, son cartas marcadas. »No tengas prisa», exclama, «el lugar adonde vas eres tú mismo». Sin embargo, aunque La Fábrica de Teatro Imaginario, hace amplio uso de los ritos de su cultura y floclor, no se conforma con su tradición y se apropia de disímiles métodos teatrales y técnicas de expresión en una gran imbricación de estilos en la que se unen todas las culturas para dar lugar a un lenguaje de signos universales. De la tradición vasca, de las danzas balinesas, de diversas disciplinas espirituales de la India, de la arcaica lengua de los mapuches, se nutre artísticamente el grupo teatral que fundamenta su trabajo en la experimentación y la investigación. Yuri Sam, descendiente directo de Artaud y Genet, es un teatro ritualista que se propone volver al mito, poetizando y amplificando la realidad. La robusta presencia escénica de Lipus, primerísimo actor y sabio director teatral, descansa en la total orquestación de un excelente equipo artístico que no descuida ninguna área del espectáculo.