Críticas de espectáculos

BACANAL. LA FIESTA DEL VINO

Teatro de calle y teatro en la calle, el nuevo espectáculo de Maracaibo Teatro, Bacanal: La fiesta del vino, profundiza en las técnicas que vienen siendo habituales en sus anteriores grandes montajes, que suelen ser más estáticos Solo Mediterráneo o Raquel, la judía de Toledo, en contraposición con los desfiles y pasacalles que también figuran en el repertorio de la compañía ilicitana.
Zancos, grandes artilugios móviles, títeres gigantes, actuación, danza, pantomima, máscaras, canto, incluso bailes de salón, todo ello subrayado y enriquecido por un vestuario muy elaborado, por una sugerente banda sonora que recorre todo el montaje, y, envolviendo el conjunto, un constante alarde de pirotecnia y manejo del fuego, pueden ser elementos comunes en ambas vertientes de sus espectáculos al aire libre.
No se trata de teatro de calle al uso, aquí se debe hablar más propiamente de teatro en la calle, pues se ahonda más que de costumbre en la utilización de un texto muy cuidado, sabiamente seleccionado por Cristina Maciá, que va desde la poesía culta antigua a la vanguardia postista de Carlos Edmundo de Ory, pasando por el refranero, la colección de brindis tradicionales o las canciones tabernarias. Y el caso es que la importante presencia del texto no impide el necesario ritmo vivaz que necesita el teatro de calle, sino que sirve de apoyo y motor para la acción espectacular; por eso «teatro en la calle», porque el espectáculo se desarrolla tanto sobre el escenario como en la plaza, sin sillas, en un juego interactivo con el público, que participa animado en la acción propuesta por los actores y actrices, pero siempre con el concepto de espacio escénico único, sin cuarta pared, evidentemente, donde intérpretes y espectadores llegan a confundirse en algún momento, pero donde siempre queda claro el papel de demiurgo del actor o la actriz, o su conjunto.
El vino como centro medular de la propuesta escénica, pero, como vemos, también el teatro, la fiesta teatral, la fiesta orgiástica de la máscara originaria, la de Dioniso, la de Baco, la de la borrachera mística. Es el nacimiento, la muerte y la resurrección del dios, con la máscara de la dormición de por medio (fíjense qué casualidad (?), como en el Misteri d’Elx, utilizando ambos la misma estructura dramatúrgica).
Es el nacimiento del teatro, del nuestro, claro, el de nuestro enclave cultural mediterráneo. Y Maracaibo Teatro lo mostró muy bien en su estreno de la Plaza de Castilla de Elche, pues supo ensamblar muy acertadamente la fiesta del vino con la fiesta teatral, que aquí viene a ser la misma cosa. Y supo hacer que el público asistente participara gozoso de esa placentera ceremonia colectiva que es el teatro. La Mitología, la Taberna, la Vendimia y la Bacanal.
Son las cuatro grandes escenas en las que se divide este espectáculo, que se representa sin interrupciones. Cada bloque desarrolla el título a que hace referencia y profundiza en él, desde el nacimiento del dios y su entorno mitológico, el primero, que viene a proponernos «un universo de alteridad», al culto del vino en el segundo, como inspirador del frenesí liberador; continuando con el órden estacional, le sigue el otoño, que traerá la vendimia y con ella la alegría; y el espectáculo culmina cuando el propio Baco realiza su llamada al frenesí del trance, hacia una «desconcertante extranjería».
Como vemos, estamos hablando del mismo tema en cada una de las partes: alteridad, frenesí liberador, alegría, extranjería. Son conceptos en los que se aprende a ser semidioses, según nos dice el texto, ya sea en el vino, ya en el teatro, y no sólo los intérpretes, sacertodes de la ceremonia, sino también el público. El concepto místico dionisíaco de salir de sí mismo para ser otro (alteridad, extranjería), se confunde aquí con el de las otras dos escenas (liberación, alegría). Esta Bacanal, pues, se está refiriendo, a lo largo de todo su recorrido, al placer, al gozo de ser otro (alter), tanto bajo los efectos del vino, del trance, como bajo los efectos del teatro, de la incorporación de los personajes y la acción dramática. Ambos se confunden en el recorrido espectacular, tanto entre el público, recorriendo la plaza para invitarlo a la fiesta, como desde el tablado, dominando el espacio, liberando los espíritus y, si uno se deja llevar, los cuerpos, que participan en la danza colectiva.
Un hermoso espectáculo, pues. Variado, dinámico, divertido, con buenas dosis de humor en muchos momentos, poético en otros, profundo a pesar de su caparazón ligero, en el que realmente el público bebe buen vino -por la textura me pareció de Hondón- y se ve buen teatro. Un gran espectáculo muy mediterráneo, con cuatro muy buenos actores, que también bailan y cantan con gracia, y cuatro muy buenas bailarinas, que también actuan y cantan ajustadamente. Ellos: Mariano Martínez, Roberto Martínez y el feliz regreso a las tablas de Xavi Rico. Ellas: Cristina Ruiz, Ana Carreño, Vanessa Yago, y, al frente de todos Cristina Maciá y Juan Carlos García, que dirigen el montaje y la puesta en escena, con la colaboración musical de Ángel Alfosea y los expresivos decorados de Wenceslao Pérez..


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