Carnaval
Autor: Jordi Galcerán Dirección: Tamzin Townsend Serantes Kultur Aretoa: 15-02-2008 Siempre fiel a su estilo, Galcerán pretende impactarnos desde lo retorcido, el morbo y lo insólito, para lo cual –una vez más- se sirve de la tecnología. En esta ocasión se trata de un niño de tres años secuestrado y sedado, expuesto vía webcam por Internet ante la atenta mirada de su madre y del personal de una comisaría, que observan con espanto como el reloj, pegado a una bomba en la cabecera de la cama del niño, va devorando los minutos para llegar al final fatídico. Y ya está. No pasa más. El transcurso de la obra es tedioso y lento, y los elementos dramáticos para sobrellevar la arritmia, baratos. Un reloj es el cómplice del público en escena: desde que se anuncia la cuenta atrás, cobra más protagonismo que los propios personajes. El lenguaje tampoco es eficaz; tacos y palabras malsonantes son los soportes de la tensión dramática y de la presión a la que presuntamente están sometidos los personajes, pero el desarrollo de los mismos brilla por su ausencia. Llama especialmente la atención la actitud de la inspectora Garralda (Nuria González): histérica, fuera de sí, chillona más que gritona, y cuya dureza de “curtida policía” se fundamenta en dar golpes y en ordenar con un “gilipollas”, “me importa una mierda” y demás lindezas lingüísticas, más cercanas a un puesto de verduras que a la cabeza pensante de una directora de operaciones, y en un tono de voz más irritante que imperativo. Barata es también la solución para distender el ambiente (si es que hay algo que relajar en una obra aburrida y sin ritmo): Galcerán pone en escena a una experta en delincuencia on line, pero que ni siquiera llega a rozar lo que pretende ser esa actitud entre genial y desesperante de los genios informáticos. El resto de personajes… invisibles, incluida la madre de la criatura secuestrada. Impresionante resulta la puesta en escena: Una oficina con varias habitaciones acristaladas, baldas con cientos de carpetas, teléfonos, persianas venecianas… que no sirven para nada, son elementos presentes pero no usados ni justificados en la trama; son el conjunto de un escaparate de tienda de lujo: se miran, pero no nos sirven. Mucho arroz para tan poco pollo. Galcerán es el genio del oportunismo envuelto en celofán de moralina barata mediante la cual espera aleccionar (¿?) a una sociedad corrupta y podrida. No sorprende, no escandaliza, no hace pensar, y apenas entretiene. Su teatro (El método Gröholm, Palabras encadenadas…) es pretencioso sin tener pretensiones, es efectista sin contar con efectos, quiere una reacción del público pero sin aportar nada. En definitiva pretende ser un catalizador de nuestros principios, cuando – y uso aquí el tono de la inspectora Garralda- no pasa de “una patada en los huevos” (yo diría bofetada).