Los Títeres de Cachiporra regresan al Teatro Arbolé de Zaragoza
Este fin de semana (días 6 y 7 de junio), el Teatro Arbolé de Zaragoza presenta a su compañía titular con “Títeres de cachiporra”, un espectáculo que recoge la tradición más antigua del teatro para títeres. Son un clásico del teatro que tiene sus claves en la participación y el diálogo con el público, en el ritmo frenético de sus muñecos, y en el efecto catártico de la cachiporra. El popular personaje, Pelegrín, es protagonista de estas historias.
“Títeres de cachiporra” es un espectáculo que recoge la tradición más antigua del teatro para títeres. Son un clásico del teatro que tiene sus claves en la participación y el diálogo con el público, en el ritmo frenético de sus muñecos, y en el efecto catártico de la cachiporra.
Se representan obras de repertorio o adaptaciones de guiñol de célebres autores. El repertorio es muy amplio. Pelegrín es protagonista de estas historias, acompañado de otros personajes como Monsieur Guiñol, María, la novia más deseada por los títeres de todo el mundo; el diablo de las tres colas, los fantasmas de cara negra y traje blanco, los dragones, las princesas…
A través de Federico García Lorca ha llegado hasta nosotros la vieja tradición del teatro de Cachiporra. Don Cristóbal en España, Puch de Inglaterra, Guiñol de Francia, Don Roberto en Portugal, Polichinela en Italia, no son sino distintas caras de un mismo personaje, que en cada lugar ha tomado las peculiaridades locales, pero con un innegable tronco común.
Lamentablemente en nuestro país se perdió esa tradición entre el olvido de los duros años de posguerra y la utilización maniquea e interesada de la cachiporra. El género se fue degradado hasta su práctica desaparición. Recientemente distintos titiriteros están rescatando este clásico teatro de participación de su injusto olvido, tratando de devolverle su verdadero sentido y su justa dimensión.
En estos títeres, la cachiporra es un elemento del juego, una manera de entrar en un juego escénico, que nada tiene que ver, ni con un sentido justiciero, ni con un ánimo moralista, ni con una apología de la solución de los problemas con la violencia; sino con una recreación tan grotesca y distorsionada que es imposible extrapolarla a la realidad, y que por un momento nos libera de ella.