Una aclaración necesaria
Voy muy rápido – me dije la semana pasada, después de leer la columna de mi distinguido amigo Don Carlos Gil Zamora, titulada, «Alguien tenía que decirlo”, por cierto muy ajustada a la ética y a otros preceptos morales en proceso de extinción, porque ya casi no los tenemos en cuenta cuando pensamos, deseamos, planeamos, hablamos, o actuamos. Y lo dije, porque con dicha lectura traje a colación los deberes y comprendí que había faltado a uno fundamental, cual es presentarse de manera formal antes de entrar en la vida de alguien, y apaciguar su curiosidad sobre el nuevo interlocutor, a quien quizás querrá insultar cuando quiera ejercer el derecho de réplica. Por eso quiero terminar este párrafo ofreciendo mis excusas, por haber entrado a hurtadillas, que es lo que hace quien ingresa a través de la pantalla
Para empezar este formalismo de las presentaciones (que me parece muy bien que exista porque soy casi un adicto de lo formal) manifiesto que soy un hombre de bien, es decir, una persona con hábitos cercanos a la piedad y por ende incapaz de subvertir un orden, de hablar mal de nadie, de desear la mujer ajena, de apropiarse de las pertenencias del vecino, incluida su mujer, de tener envidia, de levantar falsos testimonios, de atesorar, en fin, de gestionar una vida material que se convierta luego en un lastre para volar al cielo, que es el lugar adonde se supone van finalmente la personas como yo. ¡Ya veremos!
Me he anticipado a hacer esta aclaración, para darle tranquilidad, a usted, amigo lector. La prudencia será el punto de partida de cada uno de mis escritos, y el sometimiento de las pasiones su objetivo, para evitar la estimulación del desorden. Soy consciente de la responsabilidad de un columnista, porque quien tiene a su disposición una tribuna para expresarse adquiere un estatus que lo transforma en un dios de la palabra y lo habilita para convertir en verdad una mentira o viceversa, y para volverse poco a poco una especie de guía espiritual o político. Pero estas son debilidades humanas a las que renuncié desde el útero porque jamás he sentido placer perteneciendo a un rebaño.
Las directivas del periódico Artezblai hicieron un seguimiento minucioso de mi trayectoria pasada y actual, y para conseguir información detallada acudieron al consulado de España en Bogotá, un lugar en donde tienen información “exhaustiva y verídica” de los colombianos que a regañadientes conseguimos entrar en territorio español, y confirmaron que no soy propenso a engrosar el número de desocupados extranjeros en su territorio, y por ende, confiable para escribir en la revista porque es una forma de entrar en España, cada semana. El periódico también verificó mis antecedentes morales, antes de invitarme a escribir, invitación que recibí muy formalmente (¡cómo me gusta este término!) de labios de su director, después de explicarme sobre las bondades que tendría la aparición de mi foto en pantalla y de mi nombre en letras de molde. Claro, el director es muy hábil y descubrió mi único defecto: la vanidad.
Y la razón por la cual estoy escribiendo ahora esta aclaración necesaria es porque acepté la invitación, de acuerdo con mi forma de ver las cosas, siempre orientadas por la ética, con demasiada rapidez y, en consecuencia, de forma irresponsable, porque no me detuve a pensar, antes de aceptar, si estaba o no en condiciones morales de hacerlo, a pesar de que a diario me hago exámenes de conciencia. Pero ocurre que la invitación a escribir me fue hecha en horas de la noche, que es cuando nuestro comportamiento comienza a tener cambios impredecibles.
Ya se han preguntado porqué empleo la expresión “condiciones morales”, para hablar de la tarea de escribir, si lo más lógico sería decir: porque antes de aceptar no me detuve a pensar si estoy o no, en condiciones intelectuales de hacerlo. De una vez les respondo que, de acuerdo con mis preceptores, a quienes ofrendo tributo diario de admiración y lealtad, para escribir correctamente debemos limpiar la conciencia, amansando las pasiones, para no convertir lo escrito en promotor de ideas malsanas y en la institucionalización de malos ejemplos.
Puedo estar ofendiendo su liberalidad, amigos lectores, con mi discurso de aspecto anticuado, y no me cabe duda de que alguno de ustedes ya ha lanzado los primeros ternos mientras se preguntaba qué clase de teoría es esa la de la conciencia limpia y la de las pasiones amansadas. Pero, fiel a mis principios, no les pido comprensión con mi forma de pensar, que en ocasiones hasta a mi mismo me parece peregrina. Si les molesta, hagan uso del derecho de réplica del que ya hablé arriba. Pero, ¡eso sí!: desde ya juro ante ustedes, y si es necesario poner a Dios de por medio, que se ponga, que todo cuanto he dicho en mis columnas anteriores es cierto y bien intencionado, y que en lo sucesivo todo cuanto escriba estará signado por el bien escribir y el buen pensar., y que no seré en manera alguna promotor de ideas que enturbien el alma y conmuevan al mundo.
Ahora viene la pregunta imprescindible: ¿de qué voy a seguir escribiendo? Parece fácil la respuesta, ¿no?, porque nos hallamos inmersos en un mundo globalizado, en el que la característica parece ser la de “me da lo mismo una cosa que otra”, lo que nos lleva a pensar que da lo mismo escribir sobre un tema u otro. No es tan fácil, en todo caso, responder a la pregunta, y, ¿de qué vas a escribir?
Por ahora, prometo escribir sobre lo que los demás no escriben, recibiendo con cuidado los dictados de la conciencia, cuando consiga descubrir en dónde se encuentra, porque a la mía le está ocurriendo lo mismo que a la de los demás, y es que se ausenta por tiempos.
¡Ah!, pero no debo dejar de decir cuan feliz soy de recibir el permiso de escribir después de haber sido estudiado en cuerpo y alma.