Lecciones de Guanajuato
Ayer domingo terminó el I Congreso Internacional de Teatro ‘7 Caminos Teatrales’ celebrado en Guanajuato, una ciudad mexicana donde Cervantes inspira la vida cotidiana. Lo caminos mostrados han sido los de Eugenio Barba, Julia Varley, Luis de Tavira, Tapa Sudana, José Sanchis Sinisterra, Paolo Magelli y Aderbal Freire. Sus vidas con, en, por y para el teatro, mostradas en primera persona en dos días y medio de intensidad remarcable y ante un auditorio de trescientos ochenta congresistas, en su inmensa mayoría estudiantes de artes escénicas llegados de todos los rincones de la República mexicana.
Quizás sea una de las pocas veces que se presentan siete creadores, siete vidas dedicadas al teatro, narradas una detrás de otra, sin excesivas retóricas, desnudándose o confesándose ante un auditorio que se embebía con entusiasmo de las grandes verdades, las circunstancias que a cada uno de ellos les había llevado a convertirse en personas que han logrado elaborara un discurso escénico propio, que han perseverado en sus creencias y que han luchado denodadamente contra los acomodos y los agasajos. Personas, creadores, célebres, consagrados, que se muestran vitalmente imbuidos de una energía que transmiten a quienes les escucha, ávidos más que de perpetuarse en su biografía, en conocer y reconocer a los otros, para aprender.
Las lecciones de este encuentro han sido muchas, desde la que nos da la misma organización que ha logrado que estas siete personas convivan durante tres días, como haber conseguido a base de muchas colaboraciones esa asistencia que seguro que para muchos de los jóvenes educandos va a formar parte fundamental de su futuro, de su próximo compromiso con el teatro. Es esta devoción mostrada por los jóvenes, la calidad de sus preguntas formuladas al final de las exposiciones de los ‘caminantes’ lo que más gratamente me ha sorprendido. Este nivel de implicación, esta pasión, esta necesidad de conocer, de escuchar a quienes son, sin lugar a dudas, unos maestros, cada uno en su rama, y que como denominador común, además de las grandes consideraciones técnicas o filosóficas sobre sus oficios que se han vertido, ha quedado todo marcado por un mensaje muy importante: el teatro es una patria, un territorio en donde todavía es posible el humanismo, la libertad, el arte iluminador, la trascendencia.
Aderbal Freire sufrió en su carnes el absurdo del orden mundial. Vive en París pero es brasileño y llegó a México y las autoridades aduaneras lo devolvieron inmediatamente a París a las dos horas porque no tenía visa de entrada. Un desajuste, un olvido, un exceso de confianza y una realidad tozuda y sangrante, hacen falta visados para entrar en países hermanos. Y este hombre era un caminante al que la autoridad le cambió el rumbo, un artita que al final y gracias a la tecnología pudo estar virtualmente presente interviniendo en la mesa redonda final vía Skype.
Un baño de sabiduría, de cercanía, de amor al teatro, de visiones divergentes sobre el cómo pero coincidentes en el qué. Un congreso que a muchos jóvenes les puede servir para orientar definitivamente su vocación, y que a los menos jóvenes nos ha ayudado a reafirmaciones y a la toma de decisiones y posturas sobre el futuro. Eugenio Barba decía rotundo: “hay que hacer lo que hay que hacer”. Y eso, haremos lo que creamos que debemos hacer. De entrada, confiar en el futuro con la esperanza de que cunda el ejemplo de estos grandes hombres y mujeres de la cultura y del teatro. Y después todo lo demás.