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La Sala 420 de La Plata estrena ‘Tiempo de soja’ de Rubén Monreal

Cuando acaba de cumplir sus primeros veinte años, la Sala 420, situada en la calle 59 de la ciudad de La Plata en Argentina, estrena los días 19 y 20 de septiembre la obra «Tiempo de soja», un espectáculo escrito y dirigido por Rubén Monreal, que dibuja a través de dos personajes beckettianos, la equívoca ilusión de grandeza que produjo la llegada de la soja a los campos argentinos.

El [campo] es para la cultura argentina no sólo un espacio geográfico y un sitio de explotación económica, sino también un ámbito donde se formó el imaginario nacional. Desde Echeverría, que ya veía en él nuestro más «pingüe patrimonio» o Martínez Estrada, que escribió una Radiografía de la pampa como ensayo de interpretación sociocultural, el campo sigue siendo un signo cuyo significado debe ser explicado una y otra vez para indagar nuestros propios mitos. Aun cuando existen numerosas situaciones particulares y una desigual distribución de ganancias, en nuestros días la sobreexplotación de la soja en el campo argentino ha creado un movimiento económico y social que, además de divisas y nuevos ricos, produjo algo más: una equívoca ilusión de grandeza.

En su reciente obra Tiempo de soja, que él mismo dirige, Rubén Monreal explora esa ilusión hasta exhibir sus contenidos vacíos, su carácter quimérico. Un hombre y una mujer ciegos, Ñancul y Patora, hacen honor a su nombre de personajes de historieta porque son verdaderas caricaturas del hombre y la mujer de campo: él es un campesino productor, obsesionado por la soja y ella lo acompaña, intentando que abandone sus delirios de veloz enriquecimiento para reemplazar el «tiempo de soja» por el «tiempo de apareo» y llegar así al deseado encuentro amoroso… viven el ensueño del tiempo de la soja a la espera de un milagro hueco. No es casual que en la verborragia absurda de su lenguaje campero citen como al pasar a los dos personajes de Esperando a Godot, de Samuel Beckett: Vladimir y Estragón. Como ellos, esperan algo que no llegará jamás, mientras su propio lenguaje gira sobre sí mismo, en el umbral del absurdo y de lo incomunicable, a medias entre el gesto del opa y del desesperado. «La tierra se cansa de ser siempre lo mismo -dice la mujer- La tierra que te queda soy yo». Sólo al quebrar con el acto amoroso el autismo, la procreación, como forma suprema de creación, puede eludirse la sequía futura, la tierra yerma, esa nada que el delirio confirma.

 


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