El Chivato

Fórmulas que Göbbels envidiaría

Como Presidente de la filial argentina del CELCIT, quisiera manifestar que pocas veces, en mi vida profesional, recibí una gratificación tan grande como la que me brindó la visita del GRUPO ACTORAL 80, de Venezuela, a nuestra sala en Buenos Aires, en junio pasado.


Ahí estaba el grupo teatral que fundamos con actores venezolanos, chilenos, bolivianos y argentinos en 1982, y en el marco democrático excepcional de Venezuela en tiempos en que las dictaduras ocupaban la mayor parte del espacio político de América Latina.

Como lo he dicho y publicado en otras oportunidades, aquel era «el proyecto de mi madurez»; y a tal punto lo fue que, aún cuando al año siguiente de su creación volvía la democracia a nuestro paìs, me negué al oportunismo de considerar que Venezue la ya no me era necesaria al haber desaparecido las razones de mi exilio, y decidí permanecer en Caracas para llevar adelante el GA 80, durante un ciclo que apreciaba en diez años, tras el cual, pensaba, el grupo estaría afirmado y podría seguir adelante sin mi conducción.

Efectivamente, en l993, tras nuestra segunda visita al Teatro San Martín de Buenos Aires, quedó al frente del colectivo Héctor Manrique, quien había comenzado su trabajo con nosotros antes de la creación del GA 80, como alumno del Taller Actoral Permanente del CELCIT-Venezuela, cuando tenía diecisiete años. Durante los quince años en que se hizo cargo de esa responsabilidad, a la que yo renunciaba para volver a vivir en mi país, no sólo cumplió con brillo la tarea sino formó a una nueva generación de actores para el GA 80.

Mi gratificación durante la reciente visita de la compañía venezolana que yo creé hace veintisiete años, provino, precisamente, de ver en esa original puesta de Beckett dirigida por Manrique, una generación de jóvenes actores que, si artísticamente puede verse a Héctor como un «hijo» mío, aquellos brillantes muchachos venezolanos eran «mis nietos». La preciosa aventura de la creación de ese grupo, había devenido en una institución teatral venezolana, de manera que, finalmente, yo había logrado devolverle a Venezuela algo de lo mucho que de ese querido país había yo recibido cuando me acogió en mi exilio.

Por otra parte, ¿por qué había intentado en Venezuela lo que nunca intenté en Argentina?
Porque en Venezuela el Estado tomaba, desde l958, con su propio retorno a la democracia, la responsabilidad de sostener las iniciativas culturales que en todas las ramas de las ciencias y las artes fuesen emprendidas consecuente y profesionalmente por la actividad privada.

Y así fue, con la creación, por aquellos años del Consejo Nacional de la Cultura (hoy Ministerio).

Por supuesto, hubo que trabajar años sin ayuda, salvo la que recibìamos del CELCIT, que creó por mi intermedio y de quienes me acompañaban y por decisión de su Director General, Luis Molina López, el GA 80 como elenco teatral oficial de la institución. El trabajo, consecuencia y profesionalismo del grupo, fue respondido varios años después de su creación con el reconocimiento del Consejo, y la recepción de los primeros modestos subsidios que avalaban tal reconocimiento. Y creo oportuno aclarar que en aquel sistema de estímulo estatal a la cultura venezolana, nunca se exigía y ni siquiera se insinuaba, coincidencia ideológica alguna con el gobierno de turno .

Se verá, entonces, de qué manera personal me agrede la noticia de que el Ministerio de Cultura venezolano ha decidido retirar los subsidios a varios grupos teatrales de merecido prestigio y trayectoria por atribuirles «conductas públicas perniciosas, que afectan la estabilidad psicológica y emocional de un colectivo» y, entre ellos, al GA 80 por no considerarlo «apegado a la política cultural del Ministerio».

Por otra parte, el grupo ha hecho público que dos de sus miembros fueron instruídos en el sentido de que podían recuperar el subsidio y hasta incrementarlo, si se deshacían de Héctor Manrique, quien habría pasado a ser, parece, enemigo público de perniciosa conducta etc… etc…

Uno piensa, esperando que el mundo no se haya vuelto del todo loco, que estas fórmulas que Göbbels envidiaría, pueden ser torpezas de funcionarios menores, deseosos de hacer m éritos en la burocracia estatal, que pronto serán corregidas si algún funcionario serio y sensato decide enmendar el disparate. Eso tendría que suceder, antes de concluir que, de tratarse de una política de Estado, ninguna supuesta revolución que se presuma reivindicatoria de intereses populares, tiene derecho a perseguir el disenso de esa manera si no quiere defraudar las expectativas que se hayan puesto en ella.
Agradezco la difusión de estas reflexiones.
Juan Carlos Gené
Presidente del CELCIT-Argentina


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