Una mirada al mundo/Hey Girl!/Societas Raffaelle Sanzio
La rebuscada asepsia de Hey Girl!
Nace de una crisálida, de un producto viscoso del que pronto, desnuda, se libera para reconocerse en un espejo y percutir, llorando, la piel de un gran tambor. Ahora viste un vaquero y “t-shirt” claro, se arrodilla ante una enorme espada, se va a pintar los labios. Se lo piensa mejor y, con la barra, hace un gesto como de degollarse. Vierte un frasco de Chanel sobre la espada, sale humo, la espada está que arde. La empuña con cuidado y, con la punta, marca una cruz sobre una tela y se la pone encima a modo de manto protector (no es una cruz cristiana sino girada cuarenta y cinco grados, la que uno marcaría en la casilla de cualquier formulario). Levanta la espada con esfuerzo…
Son los gestos de la “performer” Silvia Costa al dar comienzo el Hey girl! de Castellucci la otra noche en el María Guerrero. Destacándose sobre ese mundo onírico que crean los efectos de luz de Giacomo Corini y el espacio sonoro de Scott Gibbons, su desconsolada figura vaga desamparada por la escena como si, con sus movimientos y ademanes, se quisiera dirigir a nosotros para “decirnos” algo, para “significar” alguna cosa. Porque el espectador, ya experto semiólogo del teatro moderno, permanece al acecho del más mínimo signo que pudiese emanar del escenario, cumpliendo de este modo con el nuevo papel que el director le otorga de sabueso de símbolos y de destripador de su sentido. Un día, Castellucci ve a tres chicas que esperan en una parada de autobús y esa instantánea le hace reflexionar sobre la condición de la mujer de hoy. Y los que aquí nos muestra, dislocados, son los vestigios que guarda su memoria de aquella reflexión o de aquel sueño para que, interpretándolos, reconstruyamos nuestro propio relato y extraigamos de él nuestras particulares conclusiones.
Y por lo que se oye en los pasillos del teatro y se lee en las críticas de la prensa, no son interpretaciones las que faltan. Ese inicio que arriba se ha descrito, en el que la muchacha rehuye los afeites mundanos y empuña el espadón a lo Juana de Arco, sería una promesa de lucha, de compromiso con el género. La máscara que llora, ese ir y venir de uno a otro lado, un tanto beckettiano, a medida que se encienden las letras R (derecha) o L (izquierda), el ondear de la bandera negra, vendrían a representar escenas de su vida cotidiana y la afirmación de su revuelta. Una revuelta que pronto es sofocada por la turbamulta que la pega. Aparece una segunda máscara, una mujer de color (Victorine Mputu Liwoza) cargada de cadenas, la muchacha compra su libertad, caen las máscaras. Ahora las dos mujeres dominan la escena. La mujer liberada blande la espada con maestría, nadie podrá con ella. Mientras que un rayo láser que surge del telar incide en el oído de la muchacha, erguida como está en el centro del escenario, con el pecho desnudo recubierto de purpurina, como si una cota de malla lo protegiese, y las manos armadas con sendos puños americanos. ¿Una nueva Anunciación? ¿El presagio, tal vez, de una liberación definitiva?
Puede que sean Romeo Castellucci y la compañía que fundara en 1981, la Societas Raffaelle Sanzio, los adalides más aguerridos del teatro posdramático de nuestros días. Como ocurre con la mayoría de creadores que cultivan esta modalidad teatral, tanto el propio Castellucci como sus principales colaboradoras, su mujer Chiara Guidi, dramaturga, y su hermana Claudia, escritora, realizaron estudios de artes plásticas que, en su caso, culminaron con la obtención de dos diplomas, uno en pintura y otro en escenografía, en la escuela de Bellas Artes de Bolonia. No es pues de extrañar que, para ellos, el teatro se haya convertido en un compendio de todas las bellas artes y que sea lo visual y lo sonoro, y no lo literario, su modo natural de traducir pensamientos, inquietudes, propuestas y sensaciones sobre el escenario.
Así, desde Gilgamesh (1991), Hamlet (1992), La Orestiada (1995), Julio César (1997), el aclamado Génesis (1999) o la itinerante Tragedia Endogonidia (2001-2004), hasta La divina comedia que presentara el año pasado en Aviñón, la Societas Raffaello Sanzio no ha dejado de lanzar torpedos contra la línea de flotación de un concepto tan fundacional del arte dramático occidental como lo es, desde los tiempos de la tragedia griega, el de la “representación” teatral. Para Castellucci, el teatro no consiste, como hasta hace poco parecía evidente, en la “puesta en escena” del texto de un autor. El espectáculo es autónomo y se va creando a medida que se produce sobre el escenario a partir de los elementos que le son específicos a éste: los intérpretes, el vestuario, los accesorios, las luces, el sonido y la tramoya, artesanal a veces y otras sumamente sofisticada. La palabra, reducida generalmente a una frase, un grito o un susurro, es para él un elemento más de las artes escénicas y forma parte del espacio sonoro de la ceremonia, sin mayor relevancia o protagonismo.
Es el caso de Hey Girl!, en donde el verbo se reduce a algunos balbuceos de la muchacha y a tres proyecciones en pantalla: la lista de las reinas – Ana Bolena, María Estuardo, María Antonieta… – que murieron decapitadas, un pasaje de Romeo y Julieta (What´s in a name?) y las dos preguntas con las que se cierra la función (What must I do? What must I say?), muy parecidas por cierto a las que clausuraban Rojo reposado. La obra queda así abierta a la interpretación del espectador y tal vez sea ésa su mayor innovación, su mérito más notable. Pero no deja de ser una “performance”, una serie de imágenes a veces impactantes, siempre de gran belleza, que se nos proponen como un ejercicio deductivo que no nos llega a impresionar, ni siquiera por esa tensión que introduce la dificultad en el razonamiento. Hay mucha frialdad y muy poca emoción en esta creación de Castellucci si se tiene en cuenta, sobre todo, lo delicado y decisivo para el futuro de la especie del tema que trata. Todo está desvaído, casi sin vida, muy al contrario de ese fuego frío que recorre otros montajes del director, como podría ser, sin ir más lejos, el alucinante Purgatorio que forma la segunda parte de su dantesca trilogía.
Hey girl! se estrenó en el teatro Odeon de París durante el Festival de Otoño de 2006 y, ya antes de su presentación en este ciclo de Una Mirada al Mundo que con ella se cierra en el María Guerrero de Madrid, se dieron en nuestro país dos representaciones de la obra con motivo del encuentro internacional sobre “la nueva creación artística” que se llevó a cabo en el Centro Parraga de Murcia en Diciembre de 2008 (ver un excelente vídeo-clip de aquella función en la entrada de Google “romeo castellucci hey girl”).
David Ladra
dladra@telefonica.net