El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo nueve)

Cuando estuvo a solas, después del examen, Kilovatio empezó a experimentar ligeros sobresaltos de conciencia, porque, aunque tenía idea de la existencia del fraude, nunca lo había puesto en práctica para su beneficio personal. Había hecho un gran esfuerzo  gestual para no ser sorprendido, al poner cara de duda, cuando escuchó el lenguaje de aquellos animales, que jamás olvidaría porque había compartido con ellos un cuarto de siglo. Por un momento se sintió como una especie de Pedro negando a Cristo, pero decidió no darle muchas vueltas morales al asunto después de aceptar, en un atisbo de novedosa forma de raciocinio, que su nueva vida sería irremediablemente así, debido a su decisión de cuidar la comodidad que le estaban ofreciendo.

Entre su modo de pensar cuando vivía en el pueblo y el que se estaba asomando a su vida a raíz de su permanencia en el Centro de Formación Profesional de Contadores de Historias comenzaba a notarse la diferencia entre lo espontáneo y lo intencional. Algo interno le dijo que las palabras no eran brotes inocentes, carentes de consecuencias, y que por eso debían medirse antes de dejarlas salir para decir algo.

Kilovatio estaba haciendo conciencia de estos cambios, que de alguna manera lo obligaban a hacer comparaciones con su vida pasada, y por eso se preguntó, alarmado:

-¿Qué me está sucediendo?

Caminando sin destino, pero con libertad por los pasillos del Centro, cavilaba sobre sus dudas, y sólo desviaba su pensamiento cuando algo nuevo se cruzaba en el camino reclamando atención. Por momentos hacía a un lado sus dudas para intentar adivinar la actividad que se desarrollaba en cada una de esas habitaciones alineadas en los pasillos, en cuyo interior se desarrollaba una parte del proceso de formación profesional de contadores de historias, y se imaginaba así mismo, con ilusión, saliendo de cada una de ellas, transformado.

Este vaivén de la esperanza mantenía en entredicho su tranquilidad de conciencia, porque lo llevaba a compartir el temor de cortar su raíz si olvidaba todo cuanto había dejado atrás, y perder la posibilidad de una nueva vida si seguía alimentando la indecisión.

Cuando observaba sobre la parte superior de una puerta en donde se leía, conciencia global, y se preguntaba qué tipo de ejercicio se haría adentro, ésta se abrió, y el espacio vació fue ocupado por la figura de un hombre de contextura gruesa, alto, de cejas pobladas y arqueadas, rubicundo y de  ceño fruncido, y quien a pesar de un cierto aire de displicencia se dirigió a él en tono amable:

-Entra – lo invitó a pasar.

Kilovatio se sintió como si hubiese sido sorprendido, fisgoneando, y trató de excusarse:

-¡No!, sólo miraba el letrero de la puerta.

-¡Vaya, hombre!, mirar no tiene nada de malo. Te invito a pasar porque tú ya estás en el nivel en que se permite a los alumnos deambular por el Centro sin ser vigilados.

Kilovatio recordó que de muchas maneras durante los últimos días le habían estado recordando su cada vez mayor pertenencia al Centro, y recobró la confianza, y se atrevió a hablar:

–Qué hace usted, aquí? –le preguntó al hombre, que permanecía en la puerta con el gesto manual de invitación, congelado, y que Kilovatio se detuvo a mirar porque le pareció que así debería moverse una mano cuando se estaba contando una historia en la que se hablase del cauce tranquilo de un río.

-Soy un guardián de conciencia global. ¿Sabes qué significa?

-Sí, hace poco estuve hablando con uno de ustedes.

-No, espera – advirtió el hombre – no es lo mismo una cosa que otra porque cambia el radio de acción.

-Radio de acción… -murmuró Kilovatio.

-Me refiero a las funciones de cada uno…, a su responsabilidad.

Kilovatio se quedó en silencio y dejó que el otro siguiera hablando.

-Con quien has hablado hace poco se ocupa de cuidar la conciencia individual, y yo la global. A él le llaman guardián de conciencia, a secas, y a mí, guardián de conciencia global.

-Global – repitió Kilovatio

-Algo así como total -.explicó el guardián de conciencia global.

-¡Sí!

-O como hacer que algo marche a un mismo ritmo.

-¡Ah!

-Para conseguir la armonía.

El hombre descongeló el gesto de la mano y repitió la invitación a Kilovatio a ingresar en el salón destinado a asuntos de conciencia global y a medida que éste se adentraba en el recinto se apoderó de él una sensación de bienestar que lo aisló de sus cavilaciones. Algo aromatizaba el ambiente, y al ser respirado provocaba un estado de tranquilidad; de igual manera el decorado de las paredes, hechos con formas que iban de la definición a la indefinición, pintadas con colores que trascendían del fuerte al débil, casi hasta la inexistencia, le produjeron a Kilovatio un estado de optimismo porque le sugirieron la idea de infinito.

-Ya estarás aquí, realizando una prueba –le dijo el guardián de conciencia global –pero esta va casi al final del curso, y no es común que ya en este punto se devuelva a la gente. Terminó de explicar el hombre. ¿Te gustaría saber cómo funciona?

Por las dudas, Kilovatio decidió ser prudente al responder, y se limitó a emitir un gesto de ligero asentimiento. El guardián de conciencia global siempre definía este gesto de sus alumnos como un deseo reprimido de curiosidad, que no se atrevían a expresar, porque a esas alturas del curso ya habían aprendido a responder con prudencia, para “no caer en la vulgaridad de la emoción” como aconsejaba en un aparte el libro titulado El Contador de Historias es más que un hombre, y asumiendo que ese era el caso de Kilovatio, le dijo:

-Ya verás cómo funciona esto. Siéntate aquí.

Kilovatio se sentó sobre una poltrona en cuyos descansa brazos, había, en la parte anterior de cada uno, una serie de cinco orificios, con un diámetro suficiente para albergar cada uno de los dedos de las manos, y comenzó a mirar con discreción hacia ellos, y a preguntarse lo que el guardián de conciencia global pareció adivinar, porque dijo:

-Es un dígito sensor cuyo trabajo es capturar el estado mental de quien ocupa la poltrona”.

-¿Por qué la mano?- preguntó Kilovatio.

-La mano es el reflejo del cerebro – respondió el guardián de conciencia global.

Aunque había oído hablar de la mano desde diferentes perspectivas, como fundamento en la formación y profesionalización del contador de historias, Kilovatio aún conservaba la idea remota de que la principal función de ésta es agarrar cosas; pero la definición no dejó de maravillarlo, y de aumentar su curiosidad.

El guardián de conciencia global vio en el rostro de su visitante lo que tenía que verse, es decir, curiosidad infinita por saber cómo funcionaba dicho mecanismo, y le pidió que introdujera los dedos de cada mano en los correspondientes orificios, advirtiéndole:

-No está bien que haga esto, porque, como ya te dije, esta prueba se hace en la fase final, pero me tomo la libertad de hacerlo, aunque el resultado no tendrá nada que ver en tu proceso evaluativo, porque algo me dice que tú has dado un salto cualitativo grande en el desarrollo del curso, y quiero ser el primero en descubrirlo.

-¿Sí?

-¡Claro! –continuó el guardián de conciencia global. Estoy ansioso por estudiar tu mente, por averiguar cuánta propensión global hay en ella.

-¡Aja!.

-Te ofrezco excusas, si me notas obsesivo, pero es consecuencia de mi ilimitada devoción por lo global. En ocasiones ésta devora mi razón y me lleva a perder la temperancia.

Kilovatio seguía en silencio, y su mirada viajaba entre los orificios de los descansabrazos de la poltrona y el rosto del guardián de conciencia.

-Te estarás preguntando, porqué contigo. Lo se, lo se. Estás un poco atiborrado de timidez, y es culpa de mi vehemencia. Tú no lo sabes, pero ahora que ya eres de los nuestros lo sabrás, porque te lo digo yo (mira cómo me estoy anticipando a decir cosas que te dirán más adelante), aquí nada pasa sin nuestro conocimiento. Desde cuando ingresa en el Centro todo alumno es vigilado segundo a segundo, porque no se nos puede escapar un solo detalle en el vaciado de conciencia.  A ti te hemos vigilado como a ninguno, porque eres uno de nuestros más grandes hallazgos, y por eso estoy seguro de que en esta prueba que te voy a hacer ahora, y que, te recuerdo, no tiene carácter oficial,  vas a salir airoso.

-Entonces, empecemos- dijo Kilovatio, ansioso.

-¡Espera! –habló el guardián de conciencia global en tono admonitorio – debes controlar la ansiedad, porque la mayor de tus metas en materia espiritual debe ser llegar al estado de ataraxia.

 

 

 


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