Zona de mutación

Pequeño pero inolvidable

especificidad de ‘lo breve’

J.G. Ballard conceptúa a La exhibición de atrocidades, una de sus primeras obras, como novela ‘condensada’, a partir de una evidente influencia de Jorge Luis Borges. Una obra condensada se manifiesta fuertemente plegada; desplegada, deja ver la gran carga de contenido concentrado. La condensación, en tanto procedimiento psicoanalítico, surrealista o meramente onírico, favorece una fuerte sugerencia desde su brevedad.

Es decir, una cosa es el corte de la extensión temporal, otra la manifestación intensiva, ‘in-tensional’ del material breve.

Todo esto conduce a reflexionar sobre los aspectos específicos de ‘lo breve’.

La condensación produce efectos de simultaneización, de contigüidad, que adquieren una potencia per sé.

Esculpir la frase, la oración, lleva a que lo predicativo no queda como un ‘fleco’, una pelusa al viento, un simple dato connotativo, sino que se ‘materializa’ sin veleidades líricas. En una palabra, el adjetivo tiende a sustantivarse para que la obra vaya al grano sin vueltas. Es como que el ‘cómo’ tiende a ser absorbido por el ‘que’.

La escritura tiende a ser acupuntural en el sentido de incisiva, reducida, cuasi monosilábica. Estamos sobre el ‘hueso’ de la situación como si los personajes clavaran los dientes sobre ella, sin soltarla hasta el final. Hay sí un roímiento, una construcción por cincelamiento. Como lo que surge siempre es excesivo, se talla. Eso ya produce condensación. Ese patrón económico, concentra. Cuando Miguel Ángel esculpió la piedra hasta llegar al caballo, estaba siendo inductivo. En cambio, el crítico que después dice, “en la piedra ya estaba el caballo”, está siendo deductivo y quizá trascendiendo al artista poco menos que hasta prescindir de él.

El pulso se hace apodíctico, asertivo, sin embargo hay que evitar ser sentencioso. La frase adquiere la plástica de la esticomitía, aquella figura retórica por la que un poeta o un personaje agotan lo que quieren decir en una oración, lo que hace que esta sea casi imperativa, percutante. Como retrata de prosa, no obstante, conviene acentuar también con conciencia de esa brevedad. Uno escribe quemando cartuchos, sin ambages.

La concentración produce un efecto ‘gema’. Me refiero a que la obra brilla en su concentración, de por sí, sin necesidad de luz externa. Es decir, la escritura breve es sol, no luna, tiene luz propia. Una obra así, al ponerse en escena, necesita más que se habilite su brillo a que se la interprete. Esto conecta a instancias sugerentes antes que explicativas.

La fábula está habitada por peripecias, por hechos concretos que afloran rápidamente, sólo retenidos por alguna prestigitación psicológica del personaje. Los retardos acá se miden más como instancias dramáticas inmediatas y no como gestos psicológicos que precisen deducirse horizontalmente.

El pulso de su discurrir semeja su electroencefalograma, donde el oscilograma marca picos altos o muy pequeños que amplían más que a dimensión de ojo a dimensión de lupa. Esos picos pueden resultar bruscos pero, por eso mismo, penetrantes, lo que favorece la conexión ‘vertical’ tanto de los personajes como de la ideología o concepto generales de la obra.

El pulso es una daga ‘corazón-mente’, decidida, precipitada, casi brutal. La precisión de los objetivos es quirúrgica.

Sin ser situación límite, pareciera tener un poco ese efecto, que se decodifica casi por contacto, lo que favorece comprensiones rápidas.

Diera la impresión de una modulación en dinámica, donde aún el silencio opera como un elemento desencadenante.

Por ejemplo si apelo a la alusión, esta herramienta se reabsorbe adquiriendo antes que el valor de un procedimiento, deviniendo dramático en sí mismo, con lo que el centro dramático del teatro breve, succiona, absorbe, chupa. Es como el centro centrípeto de un ‘maelstrom’, un remolino de mar, y no el centro de un huracán que es quieto.


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