De dónde son los artistas
Los literatos dramáticos que escriben fuera de la escena han sido abandonados. Ellos no entienden muy bien por qué sus textos duermen prolijamente encarpetados, en los cajones del escritorio. Aquellos traductores de estos textos pre-escritos, sufren de sus propias incertezas: ¿deberà considerárselos artistas o meros trasegadores de vasijas? Es cierto que con la incidencia autónoma del director, a fines del siglo XIX, recién el teatro empieza a ganar un rango artístico desconocido, con aquel convertido poco menos que en un demiurgo. Gordon Craig calificaba la nueva situación separando al director artesano del creador. Acá autonomía quiere decir no dependencia, ¿de quién? En primera instancia del sacrosanto dramaturgo de gabinete. Muchas veces, los malentendidos sobre las discusiones de quién es más importante para la escena, surgen de no aceptar que la creación implica rechazo a todo servilismo operativo y funcional. Este es el momento de la batalla contra la literatura. Gordon Craig es una figura importante como precursor de lo que Müller significa como relación del teatro dramático de Brecht y la poética en el espacio de Artaud. Recordemos que Gordon Craig fue un escenógrafo, apasionado amante de Isadora Duncan, situación mencionable porque quizá a la luz de esa relación fue que sostuvo que: “Actuar es Acción, la danza es la poesía de la acción”. El muchacho montaba sus locas euforias eróticas a un movimiento glorioso (para él), lo que está visto resulta por demás benéfico para teorizar. Junto a ese portento pionero de la danza contemporánea, pudo pensar en desarrollar la idea de una vuelta al origen del teatro, a sus éxtasis dancísticos, a sus partituras cinéticas. Era un tiempo en que el movimiento se oponía a la palabra, a quien se la responsabilizaba de portar el Drama. Grandes directores, por la insistente queja de los dramaturgos vivos, empezaron a optar por hacer sus lecturas personales de los clásicos. Situación esta que significó en los hechos sacarse de encima el histeriquismo de los autores. Este punto crítico fue teñido, desde esos días, de posiciones ideológicas. Por eso, a la fecha, estas ideologías son catecismos que hacen obvios y previsibles a los teatristas. El ejercicio ideológico le tira de la cola al creador y lo atrasa. La anarquización de las funciones dramáticas habla bien de aquellos que reformulan al teatro de manera imprevista. Hay teatristas que le responden a ‘su público’ con un código parecido al que los clientes usan al entrar al video-club. Establecen que quieren ver ‘comedia’, ‘drama’, ‘bélico’, ‘terror’, etc, pero de debajo de la góndola aparece el espíritu burlón que le dice: “esa clasificación la hizo el dueño del vídeo-club” (simplifico porque el dueño del vídeo también tiene un dueño que a su vez le impuso esas divisiones que clasifican los estratos de la mente de las personas). Cuando uno dice en teatro ‘creación’, se refiere a atentar subversivamente contra tal predictibilidad. Es imprescindible computar que al artista, el que a las personas se les den las ganas de ver tal o cual cosa, lo tiene sin cuidado. Por eso la creación, en términos esenciales, empieza por ser contra la gente. Toda creación afianza la singularidad esencial del individuo y sólo vuela pujando sobre la gente y viceversa. En el marco de la Ley de Mercado el arte tiene un target que resume y establece los gustos, los géneros y los designios de público y emisores. En este punto y a esta altura, los catálogos están agarrados como un ‘alien’ a los espíritus, determinando el hacer, certificando en tal cumplimiento, una capitulación. El problema, a diferencia de principios del siglo XX, es que acá todos los estratos están colonizados por aquel depredador de espíritus. Entonces es difícil decir que el reaseguro está dentro del equipo. El reaseguro está en una pequeña semillita que anida en una actitud, en una decisión. En un nomadismo, en un devenir, en una revolución permanente de nuestra mente. Como en Gordon Craig e Isadora, ésta es una rebelión teórico-práctica, que como siempre, se develará entre el amor y la pasión de los auténticos creadores. Todo lo demás es literatura… y mercancía. Y la ética del artista no pierde tiempo justificándola.