El Hurgón

El Contador Descontado (Capitulo XV)

Kilovatio había dejado huella en el Centro. Muchos admiraban su forma natural de contar, y lo catalogaban como un caso excepcional en la vida de la institución. Esta afirmación incomodaba al director, quien siempre fruncía el ceño cuando la escuchaba. Desde hacía tiempo pujaba para no malograr la elocuencia de su silencio, pues se sentía cada día menos capaz de mantener la prudencia, porque los comentarios a favor de Kilovatio habían debilitado su férrea voluntad, y disminuido el respeto y las reverencias hacia él.

Cuando vio la muestra de mutua complacencia entre el revisor de preceptos y Kilovatio, hecho que calificó como el comienzo de la pérdida de investidura del Centro como el mejor lugar para formar contadores de historias, se encendieron las alarmas de su autoridad.

-Los gestos de complacencia, de afecto y de amabilidad no deben ser cualidades de un revisor de preceptos –dijo para sí.

Cuando se cerró la puerta principal y desapareció por completo Kilovatio, al director se le aposentó en la cabeza la idea de peligro, y mientras la digería se dirigió al teléfono, marcó tres dígitos de una extensión y le ordenó a la voz amanerada que le respondió al otro lado:

-Dígale a Trevi que necesito hablar con él, inmediatamente.

Trevi no atendió tan pronto como acostumbraba hacerlo cuando recibía una llamada de la dirección, y esto descompuso al director, quien empujado por las contrariedades del día, lo recriminó:

-¡Qué!, ¿jugando al desacato?

Trevi recordó el sobre con el cual el director lo estuvo intimidando, cuando se celebró el cónclave para hablar acerca de Kilovatio, y, por las dudas, utilizó un tono conciliador:

-Excusa, maestro, esta tardanza sucedió contra mi voluntad.

Trevi jamás le había dicho a Rodolfo Sueva, maestro, pues siempre se habían llamado por sus propios nombres, y por eso éste tomó el saludo como una ironía:

-Te burlas de mí, ¿eh?

-¡Nada de eso, Rodolfo – dijo Trevi, con prontitud. Creo que aquí debería infundirse la idea de que todos te llamen de esa manera, inclusive los más cercanos, cuando estemos frente a extraños, para mantener claras las jerarquías.

-Justamente para hablar sobre algo parecido te he llamado – dijo el director. Como bien sabes, hace un momento salió de licencia el famoso Kilovatio (hizo un mohín de desprecio), y no sabes lo que he visto.

-¿Qué has visto?

-Nada más que al señor Merlo intercambiando con él una mirada cómplice. Hizo énfasis en la expresión “señor”, mientras enarcaba las cejas, levantaba los brazos y movía las manos como si las fuera a echar a volar.

-¿Ricardo Merlo?; ¿te refieres al revisor de preceptos?

-Sí, a ése.

-Y, ¿qué te inquieta?

-Hombre, que un revisor de preceptos no debe excederse en confianza con quien está siendo objeto de su examen.

-¿Crees que es tan perjudicial?

-¡Pues claro, hombre! No sabes acaso que tal actitud le resta prestigio al Centro, entre sus alumnos.

Trevi, conocedor como ninguno de la afición de Sueva por el rumor y la maledicencia vio una oportunidad de banalizar la conversación, mientras captaba la razón por la cual había sido llamado por éste, porque eso le daría ventajas y se protegería de uno de los consabidos operativos de Sueva, quien tanto estimaba sorprender a los demás con discursos que no venían al caso, sólo para averiguar qué tenía el interpelado en la cabeza al momento de hacerle una pregunta. Entonces, lanzó el anzuelo:

-¿Será que hay algo secreto entre ellos?

-¿Sabes?, he pensado que sí, porque de otra manera no se explica que exista tal condescendencia entre personas que supuestamente se encuentran por vez primera.

-Eso es cierto; jamás he visto a Kilovatio con Merlo- afirmó Trevi, para alimentar el morbo del director.

-Pero es que aquí se vienen presentando situaciones irregulares desde que ingresó este hombre – aseguró Sueva.

-¿Quién?…¿Merlo?

-No, hombre, ese tal Kilovatio.

-Tú terminaste aceptándolo.

-¡Claro!, por la insistencia de quienes lo descubrieron.

-Pero la decisión final fue tuya –dijo Trevi. Nunca se ha hecho nada dentro del Centro contrario a tus des….

-¡Anda, dilo, no te detengas! – se atravesó el director.

-Bueno, tú terminaste aceptándolo – repitió Trevi, con humildad, para desactivar el tono de controversia que quería darle Sueva a la conversación.

-¿Sí, claro! –respondió Sueva, molesto por la provocadora actitud de Trevi. Me pareció una buena inversión para el Centro, porque desde que lo vi supe que no era mucho cuanto había que hacer para formarlo, porque posee el ingrediente principal, cual es el manejo de la palabra.

-Jamás te había oído hablar así, Rodolfo.

-¿Cómo?

– ¿Me equivoco si digo que dijiste que el ingrediente principal de un contador de historias es la palabra.

-No, no te equivocas, porque siempre lo he creído así.

-Y, ¿por qué insistes tanto en hablar de la tarea del Centro como la fundamental.

-Tú pareces tonto, ¿no? ¿No sabes acaso que esto es un negocio?

-Claro – dijo Trevi.

-Me temo que con ése hemos perdido tiempo y dinero – aseguró el director.

-¿No crees en él?

-No creo en su regreso- dijo el director. Lo vi enjugar algunas lágrimas cuando miró por última vez hacia el interior del Centro.

-Y, ¿eso qué tiene que ver con el regreso?

-Quien llora en las despedidas olvida pronto, Alejandro.

La mención de su nombre por parte del director le indicó a Trevi que el ambiente se estaba descongestionando, y sin embargo se atrevió a controvertirlo para averiguar cuánto.

-¡Bah!, no creo ese argumento. Ese hombre ha tenido en esta casa comodidades que nunca había disfrutado en su vida, y la comodidad produce apego.

-Puede conseguir un sustituto de la misma en otra parte.

-¿Cómo?

-No te olvides que es un contador de historias.

-Pero le falta aún formación.

-¿Cuál?

-No se hizo con él una sola sesión del tronco.

-Te sigues comportando como un tonto –dijo el director. ¿Acaso crees todo cuanto decimos aquí? ¿Crees que todo cuanto hacemos y decimos es verdad, o sirve para algo?

-¡Humm!

-¿Lo crees, de verdad?

-Pues…

-¡Pues nada, hombre!; la naturaleza fabrica a cada quien con un distintivo, y el del contador de historias es su propensión a la palabra.

-¡Jamás te había oído hablar de esa manera! – le dijo Trevi, en tono confidente.

-Porque no se había presentado la ocasión, hombre.

Trevi hubiera querido decirle que con él nunca había existido una ocasión de diálogo, porque impedía controvertir cualquiera de sus opiniones, pero tenía en el filo del pensamiento el contenido del sobre y prefirió seguir manejando la situación con suavidad y por eso dijo:

-Se me hace que has cambiado de opinión, y que tal cosa está ocurriendo por la influencia que ha ejercido Kilovatio en todos nosotros.

-No, estás equivocado; siempre he pensado de esta manera –respondió, contrariado por la comparación.

-¡Ah, sí!

-Solo que para poder sobrevivir debemos inventarnos un discurso, y hacerlo creíble.

Trevi pensó que debía apurar el momento de tocar el asunto del sobre, porque la conversación se estaba diluyendo, y se lanzó de bruces al tema:

-El día que convocaste el cónclave para hablar de Kilovatio mantuviste siempre en la mano derecha un sobre; ¿tiene éste algo que ver con el llamado que me has hecho?

Sueva se sorprendió. Había olvidado el sobre, y nunca se preocupó de armar una respuesta. Sintió rabia, porque Trevi le estaba haciendo una pregunta, cuya respuesta no podía eludir, y porque de esa manera le desviaba el sentido a su conversación. Para ganar tiempo intentó trasmitirle a Trevi parte de su rabia, preguntándole, con intención:

-Contigo, ¿quieres decir?

-No, con Kilovatio – respondió Trevi escondiendo su asombro con un giro de cabeza.

-¿Tú qué crees?

-No se me ocurre nada. Tú me llamaste, ¿no? – dijo Trevi, fastidiado por el tono inquisidor del director, levantando la voz.

-Pero en cambio sí tienes mucho para contarme – afirmó Sueva con cierto aire de ironía.

-¿Dudas de mí? –preguntó Trevi. Por la forma en que me hablas me da esa impresión.

-¿Tú qué crees?

Trevi enrojeció. Levantarse de la silla, correr y llegar al cuello del director fue un solo movimiento.

-¡Te está consumiendo la envidia! – le gritó. Después, dándole un manotón lo hizo a un lado y abrió la gaveta central del escritorio frente al cual estaba sentado éste y sacó el sobre.

-Ya veremos qué embustes guardas aquí – dijo, rompiendo la parte superior de éste.

El director estaba lívido. Jamás había hecho tránsito por su cabeza la idea de que alguien del Centro llegara a agredirlo, porque se consideraba un maestro para mantener a quienes lo rodeaban dentro de un clima de reverencia y respeto, incluidos sus iguales.

-¡Eres un embaucador de mierda – le gritó Trevi, mostrándole el interior vacío del sobre. Aquí no hay nada. Intimidas a la gente con mentiras. ¡Claro, eres un comerciante!

Le arrojó el sobre a la cara y salió dando un portazo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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