Críticas de espectáculos

“Vania. La realidad y el deseo/Chéjov/Teatro del Norte

Ni deseo ni realidad

 

Obra: “Vania. La realidad y el deseo” Autor: Antón Chéjov. Compañía: Teatro del Norte. Intérpretes: Cristina Lorenzo, David González, Carlos Mesa y Etelvino Vázquez. Escenografía: Carlos Lorenzo. Vestuario: Manuela Caso. Iluminación: Rubén Álvarez y Etelvino Vázquez. Dramaturgia y dirección: Etelvino Vázquez. Lugar y fecha: Teatro de la Estación (Zaragoza) 17 de diciembre de 2009.

La veterana compañía asturiana Teatro del Norte presenta esta semana en el Teatro de la Estación “Vania. La realidad y el deseo”, un espectáculo creado por Etelvino Vázquez, partiendo de la obra de Antón Chéjov “Tío Vania”, que él mismo dirige e interpreta junto a Cristina Lozano, David González y Carlos Mesa. Chéjov, maestro del realismo poético y formidable pintor de personajes (por dentro y por fuera) es unido a algunos fragmentos de poemas de Luis Cernuda para subrayar el deseo que el viejo Vania siente por la joven Yelena.

Esta versión que firma Etelvino Vázquez, reduce a cuatro el número de personajes. En principio, esto no supone grandes problemas para el correcto desarrollo de la acción, salvo que la supresión de Sonia, personaje que siente un deseo no correspondido hacia el doctor Astrov. Se pierde así el triángulo creado por Chéjov: Sonia desea a Astrov, Astrov a Yelena y ésta, en realidad, a nadie, ni siquiera a su esposo, el profesor Serebriakov.

La puesta en escena está planteada con el objetivo de huir de cualquier tentación naturalista, es la que no es difícil caer cuando se afronta un texto de Chéjov. Se sirve para ello de una estilizada escenografía (una mesa con sillas, un mueble con botellas, una butaca y una puerta acristalada situadas en el negro de la caja escénica) y de un interesante planteamiento del trabajo interpretativo. Yelena es interpretada por un actor, el doctor Astrov por una actriz y el viejo Serebriakov por un actor joven.

El problema es que no nos creemos casi nada de lo que sucede en escena. Sobre todo cuando las tensiones se agudizan y el conflicto estalla. Y no precisamente por el intercambio de papeles. Serebriakov habla con una voz impostada en exceso, Astrov atomiza su fraseo con pausas innecesarias, Yelena se expresa con una forzada afectación. Hay juegos reiterativos y previsibles (el encendido y apagado de la música), escenas cuyo planteamiento apenas se sostiene (el final del segundo acto, cuando Vania descubre a Yelena y Astrov besándose), y en fin, apenas si vemos fugazmente (ni por dentro ni por fuera) a alguno de los personajes que tan bien pintó Chéjov.

Teatro del Norte, que en otras ocasiones nos ha ofrecido buenos espectáculos (“Historia de Martín de Villalba), en esta ocasión se queda en el intento.

Joaquín Melguizo


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