El Contador Descontado (Capítulo XIX)
Por la mesa de Kilovatio desfilaron todos los clientes cuando se enteraron de su presencia, porque era una costumbre de quienes regentaban el bar, provocar un pronunciamiento para enaltecer el éxito de quien se quería honrar, armando una romería de intelectuales cuando llegaba alguien con nombradía, para expresarle lo que los autores de la iniciativa denominaban el desfile de la solidaridad y el reconocimiento intelectual, y la aceptación como nuevo miembro del bar.
Kilovatio debió someterse a una fatigante sesión de registro fotográfico, porque nadie quiso quedarse excluido de la perpetuación grafica de ese momento, y además soportar una extenuante jornada de preguntas acerca de su vida pasada, y sobre cómo había llegado a convertirse en el mejor, y en cuyas respuestas fue muy parco, valga decirlo, porque en ese momento no tenía claro cómo debía responder a preguntas de esta naturaleza una persona que había dado un salto tan largo, y en tan corto tiempo, como él, creando entre sus aduladores la idea de que su modestia era ilimitada.
En un momento en el que quedaron desguarnecidos algunos intersticios de su galopante vanidad, algo del recuerdo de su vida pasada empezó a deambular por su cerebro, y Kilovatio, por hacer un poco de ejercicio de remembranza, o quizás para vanagloriarse de su suerte, o por el deseo de imaginar cómo reaccionaría la gente de su pueblo viendo el despliegue de reconocimiento de que estaba siendo objeto, en fin, por lo que fuera, intentó hacer una comparación entre la emoción de ese momento y la que sentía cuando su gente lo aplaudía después de contar una historia, pero no fue capaz de establecer la diferencia porque el tumulto elogioso le impidió proyectar sus pensamientos, sus recuerdos y sus sentimientos fuera de ese lugar. Alcanzó, sí, a reconocer la existencia de esa vida pasada, pero sintió muy liviano su recuerdo, porque la actual se estaba atravesando en éste impeliéndole un mayor empuje a sus emociones y sentimientos.
Después de la romería de solidaridad intelectual y reconocimiento y de aceptación Kilovatio erró por el bar, satisfaciendo los deseos de unos y otros de compartir con él su mesa. Cuando regresó a la suya se detuvo a mirar la fotografía, para hacer un estudio de la misma, porque en una de sus fugaces miradas anteriores había alcanzado a notar algo extraño en su composición. La observó de extremo a extremo y le pareció enorme por su tamaño de cartel. Nunca había visto una foto suya tan grande y la experiencia le produjo una sensación de grandeza, de omnipotencia y de realidad plena. Su enorme cuerpo parecía levitar. La pierna derecha, cuya rodilla estaba ligeramente doblada apuntaba al frente. La pierna izquierda, tensa, totalmente estirada hacia atrás terminaba con el pie en posición oblicua. El tronco, someramente arqueado, la cabeza levantada, la mirada hacia arriba, los brazos elevados y las manos abiertas como si fueran a recoger el cielo. Llevaba un traje de un color negro brillante, que no recordaba haber lucido nunca. Observando detenidamente el rostro de la fotografía se dio cuenta de que el color de los ojos era distinto al de los suyos, pero no se contrarió por eso, porque notó en ellos mucha vida.
Kilovatio aprobó la fotografía, sin pensarlo mucho, aunque no recordaba absolutamente haber estado en dicha posición, practicada por quienes ya habían hecho el curso sobre el manejo del tronco en el momento de contar una historia, según él había visto en los videos, y nunca intentada por él, porque no había alcanzado a tomar éste antes de abandonar el Centro. Pero, observando una y otra vez la posición terminó agradecido con ella. También observó el cambio en su cabello, ahora con unos rizos que le daban a su rostro un aspecto entre angelical e ingenuo. Los labios de la foto eran gruesos y brillantes, y ostentaban una sensualidad atrayente.
La foto representaba el prototipo del contador de historias con que había empezado a soñar Kilovatio desde cuando en el Centro le dejaron ver los primeros videos de famosos contadores de historias en acción, porque sus rasgos concordaban con los de ésta.
Estuvo contemplando la foto largo rato hasta acordar con ella que ese era él.
-¿Cómo hicieron esa foto? – se preguntó, por preguntarse. Era simple curiosidad. Kilovatio no iba a perder el sueño por esta respuesta, pues éste se lo estaba quitando, íntegro, la observación reiterada de la foto, porque aún esperaba encontrar detalles para alimentar su orgullo, recién entrado en un período de hambruna.
Después de observar la foto mucho rato no resistió la tentación de mirarse al espejo, para reconocerse, porque de repente comenzó a olvidar su aspecto real. Se coló en el baño de las mujeres, adonde esperaba hallar espejos más grandes que en el de los hombres, y encontró cerca de la entrada uno de cuerpo entero, frente al cual se paró y comenzó a ensayar poses hasta conseguir hacer la de la foto.
-Ese soy yo – se dijo, admirando su nueva figura. Sólo le faltaba el traje negro, pero no tuvo ninguna dificultad para imaginarse embutido dentro de él.
En su atención se atravesaron las palabras de una mujer que caminaba en dirección a él. Kilovatio abandonó la postura, rápido, como deshaciendo una acción ridícula, pero la mujer lo tranquilizó:
-Lo haces muy bien.
-¿Me espías? – se le ocurrió preguntar a Kilovatio, mirando detenidamente al rostro de la mujer reflejado en el espejo.
-Sí.
-¿Por qué.
-No debemos quedarnos a hablar aquí –explicó ella.
-¿Por qué?
Agarró a Kilovatio de la mano izquierda y lo condujo hasta el fondo en donde se ocultó con él detrás de un muro, justo cuando la puerta principal se abría y entraban dos mujeres cuyos pasos terminaron en el lavabo.
– Te enteraste de lo de Sueva? – habló una, abriendo una pequeña caja cuyo interior contenía rubor y frotando sobre éste una espumilla.
Kilovatio aguzó el oído y guardó al pie de la letra el silencio que le había pedido guardar la mujer haciéndole el gesto tradicional de poner verticalmente el índice derecho sobre los labios.
– No, ¡cuenta, cuenta! – dijo la otra, ansiosa por la curiosidad.
– Dizque lo sacaron a la fuerza del Centro. – respondió la que había hecho la pregunta mientras recorría sus mejillas con la espumilla.
– Y, ¿por qué?
– Dicen que está loco.
– ¿Ah!, eso quiere decir que Merlo y Trevi se salieron con la suya –opinó la otra, abriendo un bolso y sacando de su interior un lápiz labial de color rojo encendido.
– ¿Cuál?
– Quedarse con el Centro – afirmó la del lápiz labial, después de acercar su rostro al espejo y apretar los labios para emparejar el color que ya se había aplicado varias veces.
– No, fíjate; ese Centro lo van a cerrar –dijo la otra deteniendo la aplicación del rubor en la mejilla izquierda y volviendo la mirada hacia su interlocutora, para enfatizar lo dicho.
– Y, ¿se van a dedicar a una actividad diferente? –preguntó la otra, apartando con la uña del meñique derecho algunos pedazos de labial que habían quedado por fuera de las comisuras de los labios.
– No, ellos tienen planes de abrir otro Centro –respondió la que se aplicaba rubor, continuando con su acción.
– Para eso no necesitaban sacar a Sueva- dijo la otra, introduciendo después el lápiz labial en su estuche y luego éste dentro del bolso, de cuyo interior, después de revolver mucho extrajo un lápiz de punta negra con el que luego delineó sus cejas casi inexistentes por la depilación constante.
– Tú sabes que el prestigio de unos siempre cabalga sobre el desprestigio de otros – afirmó la otra introduciendo la espumilla dentro de la cajita de rubor, que después cerró y guardo en su bolso.
– Pero el prestigio de Trevi y de merlo está en entredicho – dijo la del delineador de cejas moviendo la cabeza de un lado a otro para revisar su maquillaje. Después guardó el lápiz negro, mientras escuchaba decir a su acompañante:
– Es cierto, además están señalados porque provienen del mismo lugar, pero ya tienen su estrategia para limpiar su pasado.
– ¿Qué han pensado?
– ¿Qué han pensado?, ¡no!, ¿Qué tienen ya planeado?
– ¿Qué plan tienen, pues?
– Abrirán un nuevo Centro cuya dirección estará a cargo de Kilovatio.
– ¿Lo conoces?
– ¿A quién?
– A Kilovatio, digo.
– Jamás lo he visto pero he oído hablar mucho de él.
– Dicen que es una revelación.
– Sí, eso dicen.
– Dicen que ese hombre dizque fue quien deschavetó a Sueva.
– Eso dicen, sí.
– No lo soportaba.
– ¿Por qué?
– Quienes conocen la historia aseguran que Rodolfo Sueva desde el primer día de su ingreso en el Centro lo consideró un riesgo.
– ¿Y Sueva no vivía diciendo, pues, que era el mejor y que nadie nunca podría superarlo?
– ¡Ah, sí!; hay gente que se pasa la vida creyéndose lo mejor, y como encuentran quien les ayude a mantener esa convicción, pues ahí se quedan.
– ¡Pobre hombre!
– ¡Qué va!; estaríamos diciendo ahora ¡pobre Kilovatio!, si éste no hubiese salido antes del Centro!
– ¡Ay!, estos intelectuales son gente muy caprichosa –dijeron las dos a dúo, esbozando una sonrisa.
Kilovatio había seguido la conversación sin perder detalle y observó que a su compañera ocasional no la había complacido cuanto había oído.
-Bueno, ya veremos qué resulta de todo esto – dijo la mujer que se había echado rubor en las mejillas No es el primer Centro de formación de contadores de historias que cierran – terminó diciendo.
-Ni será el último – agregó la otra. Cada día aparece uno, porque a todo el mundo le dio por volverse contador de historias –dijo en tono cada vez menos audible porque estaban abandonando el cuarto de baños.
La compañera de Kilovatio asomó la cabeza por el filo del muro y comprobó que no había nadie. Tomó a éste de una mano como si llevara a un niño, y le dijo:
-Vamos; debemos hablar.
Kilovatio se dejó llevar, convencido de la favorabilidad del azar y del irrestricto aumento de su suerte.
-¡De modo que seré el director del nuevo Centro! –exclamó para sí, dando gracias mentalmente al azar, en el que creía como el verdadero orientador de su vida.
Cuando pasaron por su mesa recogió la mochila y notó que el sobre ya no estaba en donde lo había dejado. Estuvo a punto de mencionar el asunto, pero como se sabía a merced del azar prefirió esperar que este se lo devolviera.