Críticas de espectáculos

Por el placer de volver a verla/Michel Tremblay

Mamá en el paraíso

Obra: Por el placer de volver a verla. Autor: Michel Tremblay. Intérpretes: Miguel Ángel Solá, Blanca Oteyza. Escenografía: Miguel García de Oteyza. Iluminación: Daniel Bosio. Dirección: Manuel González Gil. Producción: Concha Busto, Loquibandia. Lugar y fecha: Teatro Arriaga –Bilbao- 08-01-10

La sencillez es la clave en un escenario que se va poblando de personajes y de palabras. Hablar para sobrevivir. Interpretar en cada instante la vida con palabras para hacer de la vida un lugar tan pleno que puede considerarse un teatro. O el teatro. El dramaturgo, convertido en actor y director de la obra que vemos construirse ante nosotros, hasta en sus detalles de puesta en escena, tiene una única inspiración, su madre. Quizás podamos decir de manera absoluta: la madre. Pero no estamos ante una opción sicoanalítica que nos lleve por vericuetos proceloso y laberínticos sino que se trata una sabia elección, resplandeciente, ya que lo que pretende es convertir a la madre en la fuente de inspiración, para a través de ella ir procurando desgranar de manera explícita de qué están hechos los sueños de los autores y de la importancia de las palabras, la observación de los comportamientos humanos en las situaciones más sencillas o extremas como los materiales básicos del teatro en su estado primario.

Desde ese punto de partida el trabajo del equipo creativo de esta pieza no hace otra cosa que aportarnos convicciones. Los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Nos proponen un bello juego del que participamos de manera incondicional, e inmersos en esos vaivenes sentimentales, nostálgicos o emocionales, nos sumergimos en un mundo surgido ante nuestros ojos con los elementos más sencillos. La palabra, el gesto, el espacio escénico alterado con cuatro elementos bien aprovechados y una iluminación que apoya o se apoya en un espacio musical que marca el pulso interno. Es cuando esa bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora que nos arrulla y nos compromete nos arrebata, nos emociona. Así que al final, cuando mamá muere, no cae en el tremendismo, ni concede un mínimo territorio al horror de la muerte, simplemente da otra vuelta de tuerca a la propuesta dramatúrgica y nos la manda directamente al paraíso. Se despide en el escenario como una gran actriz, un gran dama del teatro. Del teatro al teatro, de la realidad a la ficción, de la memoria al hecho teatral.

Carlos GIL

 

 


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