El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XXIV)

El mutismo del ex empleado del Centro empezó a movilizar las emociones de contrariedad de Trevi, quien, como ya se dijo, entraba en pánico cuando sentía la proximidad de un fracaso. La nueva actitud de éste, de indiferencia, y su mirada ansiosa buscando, no se sabía qué, en la mesa donde estaba sentado el encargado de cultura, le sugirieron el derrumbe de su idea de fundar un nuevo Centro de formación de contadores de historias, si no contaba con Kilovatio, cuya presencia era fundamental para darle imagen a la institución y estimular el ingreso de aspirantes a convertirse en contadores de historias profesionales.

Las dudas acerca de la recuperación del dinero pagado a publicistas y a medios para encumbrar la imagen de Kilovatio, incidieron en su ánimo, hasta hacer aflorar su agresividad, pues se levantó, agarró al hombre de un brazo, lo paró de la silla y le dio un puñetazo con el cual lo derribó y lo hizo caer cerca de la mesa en la que se hallaba departiendo el encargado de cultura.

Como su actitud fue acompañada con un alarido, todo el salón se puso en expectativa, a la espera de qué iba a suceder una vez el hombre se levantara del suelo, porque esta era una pelea cuya continuidad deseaban, en silencio, muchos, y cuyo desenlace esperaban a favor del ex empleado del Centro. Entretanto, el escritor aprovechó la coyuntura, para vengarse de los del Centro, a quienes acusaba públicamente de hacer un uso fraudulento de sus historias, a las cuales les hacían ligeras modificaciones y después las contaban como propias. Se paró, descontó rápido la distancia que lo separaba de Trevi, lo enfrentó, y le dijo:

-Tras de ladrones bufones, ¿eh?

El poeta, convencido de su obligación de solidarizarse con la situación, abandonó por un momento el Olimpo, en donde, según sus palabras, tenía su morada, y desde su silla los increpó:

– ¿A punta de puñetazos es que piden ustedes la información?

El pintor también se levantó y dijo su poco:

-Ya veo porqué se deshicieron de Sueva.

A estas palabras reaccionó el encargado de cultura, a quien por entre cuyo pecho y espalda ya le habían pasado algunas copas, para decir, con voz pastosa, dirigiéndose a Merlo y a Trevi:

-Ahora recuerdo que tenemos un tema pendiente; ¿no es cierto?

Merlo miró a Trevi, como diciéndole: la embarraste. Y como éste seguía en silencio, mirando hacia el ex empleado, quien en ese momento se paraba ayudado por otras personas, le dijo en tono bajo:

-¿Cómo vamos a enfrentar al encargado de cultura cuando nos ponga el tema de Sueva?

Pero no hubo tiempo de discernir sobre esta inquietud, porque desde el fondo del bar se impuso una voz entrenada para hacer discursos, y con tono de vibrato e izando el puño derecho, preguntó:

-¿Hasta cuándo vamos a soportar la pedantería de los del Centro?

– No creo que por mucho tiempo, porque eso ya se acabó – contestó una mujer, con una voz oriunda de la oratoria, y quien también había acudido en épocas pasadas al Centro a formarse como contadora de historias y había descubierto que lo suyo era recitar.

Merlo y Trevi se miraron, asombrados, como preguntándose hasta dónde podía llegar aquello.

De un momento a otro se escuchó, desde la puerta del bar, la voz de Pastarini:

-A estos hay que cobrársela, porque tienen jodidas a las Artes Escénicas.

Trevi, cada vez más ofuscado, fue perdiendo la conciencia de sus intereses y comenzó a hacer lo que Merlo, con miradas rápidas y admonitorias desaprobaba, y fue entrar en una discusión inoportuna, haciendo caso omiso de su creciente impopularidad. Avanzó hacia Pastarini, quien a su vez caminaba también hacia él, y señalándolo con un índice de insistencia acusadora, porque se movía de atrás para adelante y viceversa, enfatizando las palabras, le preguntó:

-¿Dices tú que nosotros tenemos jodidas a las Artes escénicas?

-¡Sí!,

-Pues casi nada es lo que han hecho algunos de ustedes para joderlas, ¿no? – apuntó Trevi con altanería.

– Nosotros lo que hacemos es protegerlas de la confusión que provocan ustedes con todas esas monerías, fabricadas para solapar la insuficiencia del texto.

-¿Sí?

-Sí, estoy seguro, porque cuando lo que dicen no es convincente tratan de ganarse al público con ellas.

-¿Quiénes son ellas? – preguntó, por dilatar el tiempo.

– Te haces el inocente, ¿no? – dijo Pastarini mirando a los ojos de Trevi para decirle con su mirada algo así como “no te equivoques conmigo, si no quieres una sorpresa”.

Trevi intuyó que el tema puesto sobre el tapete por Pastarini lo llevaría a un terreno movedizo del cual no volvería a salir si se dejaba introducir, y por eso retomó de inmediato el anterior, replicando:

-Entonces, tú proteges a las Artes Escénicas para que no se las tome el análisis y la reflexión. ¿Es esa la famosa protección de la que hablas?

– Lo mío es muy serio – se encaró Pastarini.

– Tan serio, que tienes que atravesarte en el camino de los demás para utilizarlos y robarles su ideas porque no posees una sola propia.

Pastarini captó de inmediato hacia dónde quería ir Trevi, y sintió complacencia, porque esa ruta le servía a él para encauzar su disertación:

– Mis actos están signados por la razón – dijo, fijándose muy bien en la reacción de Trevi.

-¡Sí, como no, por la razón! – exclamó Trevi con ironía. Y luego agregó: Como si supieras tú qué es razón.

Pastarini, agradecido con la respuesta, porque lo había llevado justo al puerto donde quería desembarcar, continuó hablando:

– Y a propósito de razón (cuando dijo esta última palabra comenzó a mover su cabeza de izquierda a derecha y viceversa, como si fuera un pregonero, con la intención de enterar a toda la concurrencia de lo que iba a terminar de decir), ¿si saben que Ana María Besugo perdió ésta?

Trevi no había escuchado aún ningún comentario sobre este asunto, y por eso su respuesta fue el silencio. Pastarini, pensando que no lo había molestado lo suficiente para estimular su reacción, dirigiéndole una mirada provocadora, argumentó:

– Mejor, porque si no hubiese enloquecido ella, otro sí lo habría hecho.

Trevi le iba a lanzar mil maldiciones, y seguramente iba a seguir usando el puño con él, pero en ese momento se escuchó la voz de un orgulloso ex alumno de Pastarini, preguntándoles a los del Centro en tono altanero:

-Bueno, ¿cuándo es que van a dejar de embaucar a la gente?

Seguidamente se involucró en la reprimenda un músico que le había servido de soporte escénico a Sueva en algunas actuaciones, afirmando:

-Ustedes le robaron la razón a Rodolfo Sueva para quedarse con su tradición.

-¿Qué tradición tenía Sueva? – saltó Merlo, incapaz de continuar en silencio ante una acusación que lo implicaba a él.

– Ni más ni menos que haber sido el inventor de la narración oral – respondió el músico.

– ¿Ah!, ¿es tan viejo ése como la misma humanidad? – preguntó, Merlo, irónico

– ¿Me quieres desviar del tema? – preguntó el músico.

– No, sólo quiero concretarlo, porque eso que estás diciendo es la entronización de una mentira que algunos pregonan.

El músico no replicó y Merlo siguió hablando:

-Para ser más claros, aquí nadie ha inventado nada.

Al cabo de algunos minutos se había formado un pequeño tumulto dentro del cual todos sus integrantes expresaban su opinión al mismo tiempo, impidiendo con ello el predominio de una sola, y en vista de lo cual se formaron duetos, tríos y cuartetos de discusión, dejando fuera de contexto a Trevi y a Merlo como objetivo de los debates, porque lo dicho por unos y otros había abierto heridas que sangraban sin cesar.

 

 

 


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