Y no es coña

¿De quién son los públicos?

Va a comenzar el miércoles día 10 Escenium con el objetivo claro de analizar los comportamientos de los públicos, buscar maneras de crear nuevos, fidelizar los ya existentes, crear estrategias para fomentar la demanda, toda una serie de ponencias y debates que reinciden en un asunto fundamental, tanto en la teoría como en la práctica, ya que no existe teatro sin actor, pero tampoco sin público, y en gran parte de las actuales tendencias organizativas y económicas, el público, los públicos, forman parte esencial de la sostenibilidad de la producción.

Hace muchos años que nos hacemos una pregunta que puede parecer retórica, pero que responde a una tendencia de apropiación indebida de los públicos por parte de algunos gestores o programadores. Una frase demoledora, que se ha repetido de muchas maneras es: “esta obra no le va a gustar a mi público”. “Mi público no está preparado para estas cosas tan modernas”. “Mi público”. Eran los tiempos en donde se utilizaba con bastante ligereza el término “público cautivo”, asunto que ha provocado más de un desajuste presupuestario, porque los cautivos se vuelven libertos con mucha más facilidad de la que se pensaba.

Raphael declaró en una entrevista que era una barbaridad hablar de “mi público. Existen públicos diferentes y cada artista tiene el suyo, que puede compartir con otro artista”. Si el cantante popular lo tiene tan claro, ¿por qué insisten los programadores en hablar de “su público”? Por lo tanto seguimos sin saber ¿de quién son los públicos?

Hay que admitir que los teatros de grandes ciudades, especializados en un género, en una manera, tienen “su público”, que sabe que allí siempre hay obras de una cierta tendencia, calidad o género. Quizás ahora esta distinción esté más clara allá donde se ofrecen espectáculos musicales y en algunas salas alternativas que sí han ido creando un tejido de nuevos públicos amantes de una manera de entender la creación contemporánea de las Artes Escénicas y que han crecido en paralelo con autores, dramaturgos, directores y equipos actorales muy vinculados a la propia sala.

Pero en los teatros generalistas de localidades medianas y pequeñas, los que una semana ponen una obra comercial, a la siguiente, otra más comercial, pero con un famoso televisivo, a la otra una danza contemporánea cumpliendo una cuota de promoción y a la siguiente un concierto, una zarzuela o cualquier otro evento, es difícil que se creen unos públicos fieles fuera del acto social. Quiero decir, si en una población de quince mil habitantes van de media cuatrocientas personas a las programaciones, lo que es una cifra muy buena, muchas de ellas repiten, porque se han acostumbrado a dedicar el viernes a la noche a acudir a las programaciones del teatro de su localidad.

Este puede ser el fundamento, erróneo a mi entender, del concepto de público cautivo, pero yo entiendo que se trata de unos públicos fieles, de componente social, de cercanía, de vecindad. Unos públicos a cuidar, obviamente, pero a los que no se les puede presionar económicamente mucho más. Por lo tanto, a cada representación acudirán otros públicos que pueden ser de aluvión porque en el reparto hay una famosa con conflicto televisivo para llamar la atención, que van a ver el éxito de la temporada, o que son amantes de un autor o un director.

Aunque cueste asumirlo, existen seguidores de autores y directores, pocos, pero son los buenos aficionados, los que acuden selectivamente, pero creando opinión en su entorno. Como los hay que van a ver cualquier espectáculo que haga Matarile, La Zaranda o Els Joglars, por poner unos ejemplos tangibles. Por lo tanto son públicos que acuden convocados por lo que sucede en la escena, y no solamente porque existe un programador con poderes mágicos. Es importante la labor del programador, fundamental, pero los públicos se crean con buena gestión, pero sobre todo, con buenos espectáculos, sabiendo a qué tipo de públicos se dirigen y creando un ambiente ciudadano, mediático, cultural que lo propicie.

Por si acaso quedan dudas, el público, los públicos, en el mejor de los casos, pueden estar representados por las Asociaciones de Espectadores, una figura en desuso, muy atomizada, sin apenas fuerza, pero sería una buena manera de canalizar el parecer de, al menos, un grupo de espectadores muy participativos. Que nadie se crea que los críticos representan a nadie más que a sí mismos. Y los mejores programadores son aquellos que saben colocarse en su lugar exacto, sin tomar más protagonismo del que tienen, que puede ser mucho, y siempre, siempre, intentando hacer de puente entre lo que sucede en el escenario y los espectadores. Una función magnífica, que debe potenciarse, técnica y culturalmente. La economía es importante, pero a partir de un punto básico, lo importante es el arte, el hecho teatral, el fenómeno cultural, estético compartido por una inmensa minoría. O por una minoría militante. Que Escenium ayude a comprender el todo desde las partes. O al revés.

 

 

 


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