El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XXVI)

Cuando la conversación entre Merlo y Trevi trataba el tema de cómo iban a resarcirse de las pérdidas si no encontraban a Kilovatio, ésta se detuvo abruptamente. Trevi palideció y se quedó lelo, mirando hacia la puerta de entrada del bar.

-¡Qué desgracia! – exclamó volviendo la cabeza hacia Merlo, para compartir con él su emoción.

Merlo tenía la mirada estancada en una mesa adonde estaban comentando un álbum de fotografías dos mujeres jóvenes, que aspiraban a convertirse en actrices, y que iban al bar de vez en cuando a hacer amistades con la esperanza de que algún día las condujeran a la realización de su sueño, y en ese momento compartía un guiño con una de ellas, lo cual alteró mucho a Trevi, porque se sintió desatendido.

-¿Te tienen jodido las mujeres! – le espetó Trevi, y Merlo, convencido de que la situación no estaba para altercados, en tono moderado le dijo a su compañero:

-Pero si te he escuchado; has dicho que algo te parece una desgracia. ¿Qué es lo que te parece una desgracia? ¿Ah?

-¿Es que no has visto?

-¿Qué?

-¿Sabes?

-¿Qué?

-Que ahora sí estoy convencido de que tú tienes mucha culpa en lo que nos está pasando.

-¿yo?; ¿por qué?

-Porque tú no le prestas la debida atención a las situaciones que debemos resolver. Mira en lo que estás ocupado ahora, mientras nuestro proyecto se derrumba – dijo, moviendo la mano derecha y apuntando con su índice a la mesa donde departían las aspirantes a actrices.

-Bueno, bueno, cálmate, hombre; dime, ¿qué es lo que te parece una desgracia? – volvió a preguntar Merlo con tono todavía más suave para no estimular el enojo de Trevi.

-¿y es que no te has dado cuenta aún? – le reprochó éste, con altanería, señalando con la boca, estirando los labios hacia la puerta de entrada, en cuyo vano se hallaba parado, irradiando hacia el interior toda su prepotencia, Rodolfo Sueva.

-Y, ¿no estaba, pues, éste en el manicomio? – preguntó Merlo compartiendo la sorpresa de Trevi a quien la remoción de sus frustraciones le estaba turbando de nuevo el ánimo.

-Estaba – respondió éste, con un leve temblor en los labios.

Sueva hizo su entrada caminando con garbo, sonriendo con holgura y mirando a todos lados con aire de simpatía impostada. Se dirigió a la mesa en donde se encontraba el encargado de cultura, quien cuando lo vio se puso de inmediato de pie, y fue a su encuentro a darle un sentido y apretado abrazo acompañado de palabras de admiración por su retorno, y después lo invitó a sentarse a su mesa con una reverencia que incomodó a Trevi y aumentó su pesimismo.

-Ya lo viste, ¿no? – le dijo a Merlo.

-¿A sueva?, sí.

-No, me refiero al servilismo del encargado de cultura.

-¡Ah!, sí; eso es de esperarse.

-Pues… -empezó a decir Trevi, y luego calló.

Cuando Sueva terminó de recorrer con la mirada el interior del bar y los descubrió les hizo una ligera inclinación de cabeza, acompañada de una sonrisa sardónica.

-¡Te burlas de nosotros, miserable! – pronunció Trevi a media voz, forzando las palabras para que salieran completas.

Kilovatio aguzó el oído y consiguió escuchar algo de lo que respondió Merlo, por medio de lo cual se enteró de la llegada de Sueva al bar.

-Estoy que reviento – le dijo Trevi a Merlo y éste le sugirió hacer un esfuerzo de tolerancia, diciéndole:

-Es muy importante para nosotros saber qué va a suceder ahora.

-¿Si?

-Claro; la presencia de Sueva va a cambiar el ritmo de los acontecimientos y debemos estar vigilantes.

Decidieron aparentar que se hallaban enfrascados en una conversación muy promisoria, para tener la excusa de hacer caso omiso de cuanto estaba sucediendo allí, pero Sueva, experto en apariencias y disimulos, captó su estrategia, y para mantener activa la aprensión de Trevi y forjar su desestabilización emocional, echaba de vez en cuando una mirada, con aire vigilante, hacia la mesa donde se hallaban sentados éstos.

Muy pronto a la mesa donde estaba sentado Sueva comenzaron a llegar, por grupos, los clientes del bar a tributarle solidaridad y saludo de bienvenida.

-Ya lo ves, ¿no?; dentro de poco todos le besarán los pies a “el maestro” – le dijo Trevi a Merlo, mirando de reojo hacia el lugar en donde se encontraba éste, y tiritando de ira.

-Prolifera la zalamería, mi querido amigo – opinó Merlo. Esa es una de las más notables debilidades del ser humano cuando se encuentra de frente con un símbolo de poder.

– Y allí, ¿quién es el símbolo de poder? –preguntó Trevi.

-Pues, Sueva.

-¿Crees que tiene poder Rodolfo Sueva después de salir del manicomio?

-¡Claro!, si sabe combinar su situación con la tragedia, sí.

-Explícame eso.

-Quiero decir, si tiene talento para demostrar que es un perseguido.

-¿Un perseguido?

-Sííííí…, esa es una buena estrategia para desorientar las opiniones.

-¿Y éste lo tiene?; ¿Qué opinas?

– No lo dudo. Ya verás cómo va a terminar el día de hoy. ¡Prepárate!

-Adonde quiera que vayas escuchas pestes sobre él; y míralos ahora, a todos, tributándole reverencias – comentó Trevi con amargura.

– Y eso empeora nuestra situación – aclaró Merlo.

-Eso creo – respondió Trevi, temblando cada vez más y con menos capacidad de controlarse. Abría y cerraba su mano derecha, como ejercitándola y no podía evitar mirar hacia donde se había armado el tumulto del elogio.

-El encargado de cultura también está practicando la zalamería– declaró Merlo.

– No es extraño; su debilidad es posar con quienes él considera como los más aplaudidos.

– Puede suceder también que le esté devolviendo a Sueva atenciones, o favores, ¿qué se yo? – dijo Merlo.

– Estos practican la reciprocidad, porque tienen muy en cuenta el “hoy por ti, mañana por mí”. Por eso se cuidan unos y otros de no causarse mutuamente heridas imposibles de restañar.

– ¿Como los políticos?

– Como los políticos.

– No hubo un solo acto en el Centro en el que el encargado de Cultura, el flamante señor Eduardo Mantilla, no estuviese ocupando un lugar destacado en la mesa de invitados especiales. ¿Recuerdas?

– Sí, al señor Mantilla le gusta aparecer en todos los actos públicos, para oír decir que gracias a él se está realizando culturalmente la sociedad.

El tumulto del elogio se fue disolviendo.

Cuando estaban nuevamente solos, Sueva se aproximó a Mantilla y le dijo algo al oído, y éste se paró de inmediato y fue hasta la barra adonde estaba el teléfono, hizo una llamada y volvió a la mesa, y le dijo a Sueva:

– Se hará.

– A que soy capaz de adivinar qué le dijo Sueva a Mantilla al oído – le dijo Merlo a Trevi.

– Creo que yo también soy capaz de adivinarlo. ¿Qué crees tú?

-Dime tú primero.

-Debe haberle pedido que nos saque a nosotros del camino.

-No te creas, Sueva no se salta una etapa del proceso.

-Y, ¿cuál es el proceso?

-Recuperar su capacidad de intimidación, un poco maltrecha por su paso por el manicomio, y luego sí, ir lanza en ristre contra todo lo que se interponga en su camino.

-Y, ¿después?

– Después hará con cada uno de nosotros lo que le venga en gana.

-Entonces, según tú, ¿qué le ha dicho a Mantilla?

-Ten paciencia; pronto lo sabrás.

 

 

 


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