¿Teatro de Estado?
Andan por otras latitudes muy queridas debatiéndose sobre la crisis de los teatros institucionales, sus costes, su relación con el resto de la producción teatral y utilizan en varias ocasiones el concepto de Teatro de Estado. ¿Es correcta esta apreciación? Lo que hacen los teatros institucionales con producción propia en nuestro entorno, ¿es Teatro de Estado? No nos precipitemos en las respuestas.
La práctica nos ha ido apartando del concepto, pero mirándolo bien, el Centro Dramático Nacional, es un teatro de bandera, dependiente orgánicamente del Ministerio de Cultura a través del INAEM, por lo tanto, debe tener una relación directa con las supuestas políticas que desde ese ministerio se hacen en la materia. Por lo tanto es, o debería ser, la expresión artística, la plasmación programática de esas políticas y de ese modo entraría en el concepto de Teatro de Estado. Igual sucede con el Teatre Nacional de Catalunya, con todos lo matices que se le quieran poner. O la Compañía Nacional de Teatro Clásico. O las compañías nacionales de Danza en sus varias variantes. Al igual que los centros dramáticos existentes en las Comunidades Autónomas, con diferentes denominaciones, cuando hacen producciones propias o mantienen estructuras de producción y difusión.
Hasta aquí, en el plano teórico se sostiene la argumentación, pero si acercamos la lupa a cada circunstancia nos encontramos con algo que escapa a cualquier definición. Estas Unidades de Producción viven en un régimen de autonomía que las hace difícil de enmarcar en el concepto. Orgánicamente, económicamente, son totalmente dependientes, pero sus programaciones son bastante casuales, muy pegadas a las ideas, convicciones, gustos, diríamos que caprichos, de los directores de turno. Es decir no hay una política de estado que se mantenga en el tiempo,. No podemos saber si se van a estrenar autores españoles, si se va a dedicar a repasar la obra de Jardiel Poncela o si se van a hacer producciones con textos dramáticos del patrimonio universal.
Son demasiadas las veces que hemos escuchado decir con inocencia a los directores de estos centros ante un estreno propio: “desde siempre ha sido una de las obras que quería dirigir”. Muy bien. Era su deseo, pero, ¿esa necesidad vital del director se aproxima a las necesidades de una política teatral de Estado? Los directores de estos magníficos instrumentos ¿son elegidos como premio, para que se luzcan y monten esas obras que jamás podrían hacer desde la iniciativa privada o para que hagan políticas de Estado? Sin demagogias, estas instituciones son tan caras, que deberían cuidar bastante más sus programaciones, sus contenidos, sus ideas de funcionamiento, y aunque lo inmediato es quitarse responsabilidades desde los políticos hasta los técnicos y colocar en un limbo extraño la funcionalidad, orientación, procedencia y responsabilidad de los mismos, quieran o no, con perfil alto o bajo, con diferentes graduaciones de implicación, son teatros de Estado, entendiendo éste en sus manifestaciones más variables, ayuntamientos, diputaciones, gobiernos autónomos, central y todas sus posibilidades de cohabitación, colaboración y cooperación, como sucede en el Liceu barcelonés, el Teatro Real madrileño u otros proyectos participados por varias instituciones. Y si esto se asume, a lo mejor las “buenas prácticas” serían lo habitual y no lo soñado. Y, dicho sea de paso, una política teatral de Estado, un Teatro de Estado, no es una decisión coyuntural entre un director general y un director de un centro, sino algo más amplio, importante, que prevenga, que acoja las ideas y que se proyecte a la sociedad de manera clara, desde las formulaciones políticas, los métodos presupuestarios y las decisiones programáticas como concreción de todo lo anterior.
Y nos faltaría hacer las últimas preguntas, ¿queremos de verdad un Teatro de Estado? ¿Para qué? ¿Está compensado en términos económicos, de efectividad, la existencia de estas unidades de producción? ¿Son el futuro o el pasado? ¿Se sostiene este concepto en este mundo tan liberalizado?
Deberes para próximas entregas. Primero pensar, después actuar.