La fábula es mi canción/Gromeló-Romperlanzas
Un guiño, una sonrisa
Obra: La fábula es mi canción. Autor: Agustín Montano. Compañía: Gromeló/Romperlanzas. Intérpretes: Marcela Alba, Javier Harguindeguy y Federico Basigalup. Escenografía: Javier Harguindeguy y Emanuel Javier. Vestuario: Gromeló y Emanuel Javier. Iluminación: Javier Harguindeguy. Muñecos: Agustín Montano. Dirección: Javier Harguindeguy. Lugar y fecha: Teatro Arbolé (Zaragoza). 28 de febrero de 2010.
No fue mucho el público que se dio cita el pasado domingo en la sala Arbolé de Zaragoza para presenciar el espectáculo de Gromeló Producciones y la compañía Romperlanzas “La fábula es mi canción”, un texto del cubano Agustín Montano basado en la conocida fábula “La zorra y el cuervo”, destinado al público a partir de cuatro años. La propuesta, sin duda, hubiese sido merecedora de una mayor presencia de espectadores, pero los que asistieron disfrutaron durante casi una hora.
¿A qué se juega cuando llueve? ¿Y cuando deja de llover? Estas son las preguntas que se hacen los tres personajes de “La Fábula es mi canción”, preguntas para las que van encontrando respuestas poco satisfactorias hasta que a alguien se le ocurre una idea brillante: los trabalenguas. Entonces la escena se queda pequeña y el juego se extiende al patio de butacas. Y después de los trabalenguas llegan las adivinanzas. Y por si acaso quedaba alguien reticente, terminan de meterse al público en el bolsillo. Y hay un gran cofre que contiene el tesoro del Conde Lucanor. Ese tesoro es un duende, el duende de los bosques, que se será quien termine relatándonos la famosa fábula. Y ese final de un delicioso buen gusto.
Y ésta, la fábula, es en realidad lo de menos, es simplemente una excusa para construir un divertimento teatral que tiene la impagable capacidad de convertir en sus cómplices a los espectadores. A los chicos y a los grandes, porque éstos se divirtieron tanto como el público más menudo. Hay una sólida dramaturgia a la que le falla, tal vez, medir los tiempos en algún momento. Así, el relato del duende en el bosque que antecede a la fábula, se hace un poco largo y en exceso discursivo. La traducción del texto al lenguaje escénico se hace con un magnífico sentido del ritmo y del espacio, y una inteligente dirección.
La puesta en escena es dinámica y colorida, integrando bien las canciones, los títeres y el trabajo actoral, resolviendo bien las transiciones y manteniendo la capacidad de sorprender. Y un magnífico trabajo actoral (cantan, se mueven, conquistan) fresco, desenvuelto, con matices, que convierte el espectáculo en un giño, en una sonrisa, que se lanza desde la escena al patio de butacas y que es recogida gozosamente por el público.
Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón, Martes 2 de marzo de 2010