El Contador Descontado (Capítulo XXIX)
Ana María consiguió finalmente el consenso general, después de explicarles a todos su propuesta para democratizar la cultura -adelantándose con sus palabras, de manera poco decorosa, al encargado del área, quien por razones de jerarquía era quien debía hablar del tema-, y fue condecorada
En la mesa principal, aparte los representantes de las diferentes disciplinas artísticas que habían estado ocupando ésta cuando se produjo el conato de condecoración a Sueva, estaban éste, Mauricio Pastarini, a quien el encargado de Cultura le había recomendado hacer de tripas corazón y reconciliarse con Ana María, y Merlo, quien había sido llevado de la mano por Pastarini y sentado a su lado al tiempo que le decía:
-¿No te lo dije? El mal temperamento no es una buena práctica en estos tiempos.
-Y Trevi, ¿acaso no vamos a invitar a Trevi a la mesa principal? – preguntó Merlo.
-Ya te dije; el mal temperamento es nocivo en estos tiempos.
-Bueno, pero Trevi fue el gestor de esta estrategia que nos ha llevado a lo que tanto deseabas.
-Es cierto, pero eso sólo lo sabemos tú y yo.
-No me parece justo, excluirlo – reclamó Merlo.
-Este no es un buen momento para hacer juicios de valor – afirmó Pastarini.
Merlo se quedó en silencio, pero manifestando con gestos su disgusto. Pastarini, sin cuidar el tono de las palabras, le repitió:
-Ahora sí estoy convencido de que te atropellan las circunstancias y no las sientes.
Merlo siguió en silencio, y Pastarini terminó diciendo:
-¿Acaso quieres acompañar a Trevi? Volvió la cabeza a su izquierda y le habló a Ana María:
-¿Aún estás enfadada?
-¿Quién te ha dicho que yo he estado enfadada? –le preguntó Ana María, dando media vuelta a su rostro y sonriendo con picardía.
-Así me ha parecido todo el tiempo – dijo Pastarini.
-¿Entonces, desconoces la eficacia de tu oficio? – le dijo ella.
-¿Qué quieres decir?
-Que el teatro sirve para algo más que distraer púbico.
-Sigo sin comprender.
-Hombre, jamás he estado enfadada.
-¡No me digas!
-Sí.
-Pues me asombra tu capacidad de simulación – le dijo Pastarini, con ironía.
-Por algo soy lo que soy; ¿no crees?
-¿Y, ¿qué pretendes?
-El poder -dijo, Ana María, en son de broma.
-¡Vaya, si eres ambiciosa!
-Y tu no, ¿eh?
-Bueno, dejemos el rodeo; ¿qué pretendes?
-He hecho todo este espectáculo porque sabía que estábamos a punto de colapsar.
-Si me lo cuentas es porque aún consideras la posibilidad de intimar conmigo.
-¿Tanto lo deseas?
-Olvidarte en eso no es fácil?
-Y, ¿dudas de que vuelva a suceder?
-Dijiste hace un momento, cuando estabas vociferando, y señalándome con encono, que ya no compartíamos la cama.
¡Ah, sí!; es parte de la estrategia hacer como si estuviésemos enemistados. Eso nos protege, porque damos la impresión de debilidad.
-Pero me has desprestigiado sexualmente.
-Así me aseguro de que otras no te sigan – dijo, Ana María, sonriente.
Pastarini no podía creer lo que acababa de escuchar, y para tirar de su lengua, lo cual resultaba sencillo de hacer cuando a ésta se le planteaba alguna situación que le sugiriera inseguridad, le dijo:
–Cuando tienes poder ocultas fácilmente tus defectos.
-Ni lo pienses…, tú no lo tendrás – respondió Ana María con el ceño fruncido.
Pastarini se rascó la cabeza y apretó los labios, y Ana María, que seguía mirándolo, le dijo:
-Ya verás que cuando salgamos de aquí, todo habrá cambiado.
En el discurso de apertura de la ceremonia el encargado de Cultura contuvo a Sueva, a punto de sucumbir emocionalmente, prometiéndole que su Oficina iba a crear la medalla a la constancia cultural para premiar su perseverancia, y atemperó los ánimos de quienes aún le reclamaban la creación de nuevos reconocimientos para estimular a las demás disciplinas artísticas.
El tema central de los discursos fue el reconocimiento a Ana María. Todos fueron muy emotivos. Incluso, Sueva contó cosas tiernas de ella, como si estuviese descubriendo un gran secreto, y con las cuales les generó a muchos la pregunta, en voz baja, de si éste estaba o no en sus cabales, pues terminó su intervención pidiéndole a la Divina Providencia echar muchos años más en la bolsa vital de ésta, y Ana María, visiblemente emocionada le ofreció excusas por no responder a su magnanimidad, aduciendo que no tenía palabras para agradecer tanta bondad.
-Esto es una farsa –llamó la atención de Pastarini, Merlo.
-Cuida tus opiniones – le dijo Pastarini.
-Estoy diciendo la verdad –alegó Merlo en voz baja, pero firme, y en vista de que Pastarini no respondía, agregó:
-Aquí nadie cree en lo que está diciendo. ¿No es esa una verdad?
-Puede ser – dijo Pastarini – pero hay verdades que deben ocultarse para no malograr la armonía conseguida.
-¿Cuál armonía?; ¿la armonía de la mentira?
-Como quieras denominarla, pero es armonía al fin y al cabo.
-Ya los veré despedazándose cuando terminen de alabarse mutuamente y comience la repartición de prebendas.
-Piensa como quieras – dijo Pastarini. Pero te recuerdo que este no es un buen momento para controvertir.
-Según veo, sólo te importa tu suerte – dijo Merlo…Creo que perdimos el tiempo.
-No hemos perdido el tiempo – controvirtió Pastarini, mirando a Merlo con decisión. Rodolfo Sueva se había convertido en un obstáculo.
-Obstáculo, ¿para quién?
Pastarini comprendió la ironía y aclaró:
-Obstáculo ¿para qué?, dirás.
-Bueno, digamos, ¿obstáculo para qué? –preguntó Merlo, reforzando la ironía.
-Para el desarrollo cultural.
-Y eso, ¿a quién le importa?
Ana María había tomado el micrófono en ese momento, y con su imponente voz había exigido a todos su atención por lo que el diálogo entre Pastarini y Merlo se rompió.
–Queridos amigos –comenzó a decir -, observo que aún perviven algunas tensiones, como consecuencia de los difíciles momentos recién pasados. Una de las obsesivas búsquedas de mi vida es hallar la esencia sanadora del arte, y como prueba de mi amor hacia todos ustedes, los voy a invitar a realizar conmigo una ceremonia, que no deben entender como religión, sino como ejercicio de convivencia, haciendo un círculo energético alrededor de una llama alquímica que cada uno imaginará a imagen y semejanza suya, y durante la cual iniciaremos juntos un viaje hacia la historia personal de cada uno de nosotros, lo cual nos permitirá sentir cómo resuenan las metáforas de nuestras emociones y ver cómo éstas se convierten en las imágenes que siempre hemos querido ver y sentir, y sobre las cuales sólo tenemos una ilusión, porque el desacuerdo entre nosotros nos ha impedido captarlas. Así, conquistado el silencio, olvidaremos las palabras insanas que aquí se han dicho y prepararemos nuestro espíritu para recibir las que nos sanarán el alma. Así, y sólo así, cada uno aprenderá, durante este viaje, cómo hacer de su oficio un arte de sanación.