Diario de Origami

Entramos en El Jardín de las Delicias

 

Praga, 17 de marzo de 2010

La distancia es al amor –y a la amistad, añadía mi abuelo– lo que el viento al fuego: apaga el pequeño pero aviva el grande.

Cruzar el Castillo de Praga cada día para ir a trabajar es como despertar y darte cuenta de que continúas en el sueño. Ningún edificio es tan real y a la vez tan irreal como el Castillo. Los primeros grupos de turistas japoneses avanzan por sus callejuelas con los sentidos abotargados por la temprana y resollante escalinata de acceso desde Malá Strana. A estas horas de la mañana aún son pocos los que se rezagan para fotografiar a discreción con ese apremio en sus nerviosos tobillos que les impide separarse demasiado de la formación.

Al salir por la puerta este del Castillo, flanqueada por dos enormes espaldas embutidas en sus uniformes celestes, el sol estalla en el rostro como una lengua de luz que todo lo empapa y abajo se extiende la ciudad y cualquiera que haya estado en Praga sabe que se trata de una vista que no se olvida, con el sol que inflama los tejados y el recio río Vltava impertérrito en su curso. El primer privilegio de muchas mañanas.

Primer día de ensayo. El equipo de producción pregunta a unos y a otros por nuestra disponibilidad. A principios de abril se celebrará la rueda de prensa del festival de verano que organiza Divadlo Ungelt en su escenario al aire libre, Letní scéna, y en cuya programación se incluirá Origami junto a obras de otros autores del calibre de Richard Alfieri, William Douglas Home o Sam Shepard, entre otros, y actuaciones de celebridades nacionales como Marta Kubišová, por ejemplo. Y creo que mi admiradísima Hana Hegerová también se pasará un día por Letní scéna.

Producción me cede la palabra. Informo sobre el calendario previsto por dirección. Se abren las puertas de la sala. Petr, Marie y yo nos sentamos en el patio de butacas y, al fin, suben al escenario Pavel Batěk, Vilma Cibulková y Helena Dvořaková. La primera sorpresa no tarda en llegar. Los personajes nacen. En su piel, los primeros brotes de un jardín de las delicias a punto de eclosionar.

Dentro de mi imaginario como autor, El Jardín de las Delicias conforma la mayor, y la principal si cabe, constelación de su firmamento. Cualquier referencia al cuadro nunca es casual. Puedo afirmar que se trata de mi cuadro favorito y, ante la imposibilidad de poseer el original, también se trata de la única reproducción que cuelga en las paredes de casa. En cierta ocasión una gran amiga me comentó que este cuadro acostumbra a encandilar a quienes pertenecemos al signo del escorpión. Me sorprendió su comentario, una cábala que el tiempo se ha encargado de revestir con una extraña certidumbre. Sólo una vez he acudido ante El jardín de las Delicias, porque ante El Jardín se acude, y sé que volveré y que será a su debido tiempo. Aquella primera y única vez me despedí de él, y me refiero a él en masculino aunque sin apelar a ningún género en concreto, porque esta obra trasciende ese concepto y otros muchos más, me despedí de él, decía, con el secreto regocijo del que sabe que debe alejarse antes de que se descubra una admiración que no debe emerger en ningún otro lugar que no sea el papel. En el papel y en la escena.

El director plantea abordar Origami como un tríptico a imagen y semejanza de El Jardín, es decir, un mundo exterior, paradójicamente cerrado y, además, en blanco y negro, que al abrirse, al desplegarse, revela un mundo interior, paradójicamente abierto y en color, con su paraíso, su tierra y su infierno. Interesante que una de las figuras más lúdicas de papiroflexia se conozca con el nombre de cielo-infierno, en español, y en checo mantenga la correspondencia en su forma aunque con la incorporación de un tercer elemento, el cielo; es el nebe-peklo-ráj: cielo-infierno-paraíso. Las cinco primeras escenas de la obra pertenecen al paraíso. A partir de la entrada de Dora en la casa de los Wind, el paraíso llega a su fin y se inicia la tierra. Con la muerte de la camada de la perra Luna, nos adentraremos en el infierno.

 

Praga, 18 de marzo de 2010

En la última improvisación de hoy, los personajes han adquirido una dimensión que ha alcanzado al propio autor, hasta entonces inconmovible en la oscuridad de la platea. En las entretelas de una improvisación, Vilma se ha convertido en un ser que habita en la oscuridad y desea habitar en ella; una oscuridad que es Pavel y que viaja atraído, por la ley de los contrarios, hacia la luz; luz que es Helena y que, por la misma ley, pretende iluminar la oscuridad y descubrir qué misterio oculta en su interior. Qué actores tan buenos. Sobrecogen.


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