Y no es coña

Disidencia e indecencia

La publicación en este periódico de una crítica sobre el montaje de ‘La Casa de Bernarda Alba’ de Federico García Lorca dirigido por Pepa Gamboa y producido por TNT ha provocado una serie de comentarios que nos sitúan ante unas realidades que nos despiertan, cuando menos, la alerta. Encontramos varios planos en el debate. Por un lado está el valor de la crítica cuando en el proyecto artístico intervienen asuntos de otra índole que pueden llegar a ocultar o a transformar la propia intención estrictamente teatral, y a raíz de ello quienes cuestionan la legitimidad de la propia crítica y la colocan frente a los reportajes previos, incluso de periódicos internacionales de mucho renombre, y en un tercer plano se han leído puntos de vista que nos dejan con muy mal cuerpo porque abren una especie de protesta clasista sobre quién o quiénes tienen derechos adquiridos para subir a los escenarios públicos, o de bandera.

En este periódico se publican las críticas de aquellas personas que lo desean. Los límites para ello es que no existan insultos, ni descalificaciones ni sean descaradamente de autopromoción. Lo que opinen quienes escriben y cómo lo opinen, corresponde a su conciencia, a su manera de entender la cuestión, a su ideario, a sus gustos estéticos y a sus capacidades de análisis y de expresión escrita. Como parece lógico, en las decenas de críticas que se encuentran colgadas, las hay con las que coincidimos plenamente, con las que discrepamos de manera relativa y las que nos parecen equivocadas absolutamente. Asumimos nuestra responsabilidad en todos los casos, y repetimos lo obvio: los autores son los que responden de su opinión ante ellos, los dioses y los lectores. Nosotros les servimos de plataforma, de vehículo.

No hemos ejercido jamás la censura, ni se nos ocurre hacerlo, ni siquiera hacer recomendaciones más allá de las cuestiones técnicas más primarias. Sin embargo, a lo largo de estos años hemos ido dejando sin publicar a muchos espontáneos que nos han mandado piezas infumables, incomprensibles, sin el mínimo de calidad requerida. Sea cual sea la opinión sobre cualquier asunto, lo que solicitamos a nuestros colaboradores es argumentaciones. Y aunque estemos en desacuerdo, manteniendo siempre el principio de la duda como método, se publica lo bien explicado. Y como se puede comprobar, hay espectáculos de los que escriben dos personas o hasta tres. Es decir, queremos que sean análisis desde todos los puntos de vista. No hay una voz única. Ni siquiera nadie que escribe en este periódico representa la línea editorial del mismo. Son opiniones particulares.

Por lo tanto, la crítica mencionada, la firma Manuel Sesma, y lo que dice él, lo argumenta, lo defiende y forma parte de su análisis a partir de su experiencia dilatada en el tiempo. Nada que objetar. Pero entendemos que los promotores del espectáculo se sientan algo dolidos, que acostumbrados a estar en una vorágine de alabanzas, exageraciones y reportajes que atienden a lo social: las mujeres que dan vida a los personajes lorquianas son de etnia gitana y del Vacie sevillano, el asentamiento más antiguo de Europa, una zona de exclusión, reciban casi como una agresión el que alguien discrepe un poco, muy poco, sobre el valor intrínsecamente teatral. Y frente a ello colocan todo lo que se ha dicho en la prensa, y otros medios sobre el caso. Y ponen como lo máximo lo escrito en el Financial Times. Con todos mis respetos, son valores diferentes. Una cosa es lo que llame al atención para un periódico de esa ideología, donde se destaca lo social, casi lo folclórico y otra cosa es lo que opine un crítico sobre lo que sucede en escena, sin que intervenga la situación social o personal de las actrices más allá que como un atenuante o una consideración que coadyuve al análisis artístico final.

Existe otra manera de discrepar, de disentir, como es participando con comentarios a lo publicado. El primer comentario a la crítica mencionada, tenía tanta carga ideológica, rezumaba tanto elitismo que ha podido confundir más, como si lo manifestado en el comentario fuera una destilación directa de lo escrito por el crítico. Y no es así. Creemos que se trata de una pregunta que podría ser interesante pensar en ella si se plantease de una manera menos bronca, sin tantos retazos xenófobos. Viene a decir: ¿cómo es posible que unas mujeres sin formación teatral, analfabetas alguna de ellas, puedan estar actuando en el escenario del Teatro Español de Madrid cuando muchos otros actores y actrices, con formación, pedigrí y titulación jamás llegarán a ello?

Por una cuestión estadística son muchos menos los actores y actrices que actúan en los mejores teatros de titularidad pública o privada, que los que a lo largo de su vida han pasado una o varias veces por producciones u obras allá exhibidas. La queja, la pregunta, quitándole la carga clasista tendría interés, insisto, pero planteada de la manera que está, abre paso a la indecencia, a pensar que solamente las clases ilustradas o pudientes tienen el derecho de ocupar los repartos, y que la clases bajas, o los artistas de etnia gitana, lo único que pueden hacer es tocar palmas, taconear o entretener a los señoritos, pero nunca decir a Lorca y hacerlo en un buen teatro.

Queda clara nuestra postura. Propiciaremos el debate, al discusión, pero siempre marcando nuestro campo ideológico sin concesiones. La libertad de expresión es algo fundamental, y en estas páginas se tiene a bien practicarla sin excepciones. Esta situación sobrevenida nos agrada en cuanto significa que existen individuos que viven con pasión su profesión o su vocación, que demuestran que estamos vivos y que nos afectan las cosas de lo que sucede en nuestra Patria: El Teatro.

 

 


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