Día Internacional del Teatro 2010
Cuando el ‘Gran Arquitecto’ habitaba en la inmensa extensión, el silencio, la quietud, las tinieblas y la soledad, todo estaba en la unidad. Hasta que se dio cuenta que era necesario crear una obra: drao = hacer. Del espíritu creo la materia separándoles por un horizonte: cielos y tierra, yin y yang. Hizo que todas las cosas que existen sobre ella, se encuentren vinculadas por el mismo principio de polaridad: luz/tinieblas, frío/calor, arriba/abajo, grande/pequeño, vida/muerte. Así dice la Biblia, el Corán, el Tao, el Taiji. O como refiere la cultura Mesoamericana Azteca: Ometeolt, la divinidad que concentra en sí misma las fuerzas masculina: Ometecuhtli, y femenina: Omecihuatl.
En la cosmogonía americana, Ometeolt, da origen a la creación del mundo, designando a estos dioses para que se transformen en el sol y la luna, mientras las otras divinidades, en las estrellas del firmamento, que con su sangre alimentan a la pareja.
Siguiendo con la Biblia, de la tierra se dio origen a los personajes protagónicos: Adán, que en hebreo significa ‘hombre’, ‘rojiso, ‘sangre’. (Según el Corán Adán fue formado por Alá, de un coágulo de sangre); y Eva, cuyo nombre significa ‘vivir’, ‘fuente de vida’. ‘Hombre y mujer los hizo’ (llamados humanos de humus, tierra). En esta creación, también, en la esencia de la vida de los personajes, estuvo presente la sangre, que luego se la verá con Caín, con la transustanciación, con la muerte de Cristo, con la guerra de los pueblos. El ‘Gran Arquitecto’ pasó a ser el Gran Demiurgo, o mejor aún, el Gran Dramaturgo.
De la creación del universo y los personajes, pasó a la acción que debían realizar estos y con ello entró en el teatro. Esta última palabra relacionada con thea = fuego, luz, visión y con Theos, Tao, Thor = Dios. Con teofosía, teología, teoría, por derivación. Y todas estas con Ome – teolt (energía vieja, fuego).
Y al surgir los personajes, pobladores del mundo, surgieron sus líneas de acción: los caminos por donde transitarán en búsqueda de su destino. Inician sus peripecias desde la oscuridad de la tierra materna y el agua amniótica de la vida (Eva), sumergidos en una ‘conciencia oceánica’ en la que no pueden diferenciar su yo, de la totalidad. (La palabra Yo del griego eidon = “yo ví”, que da origen a la palabra ‘idea’, a la que los Vedas -‘los que saben’- la entienden como sabiduría).
De lo que se desprende que el hecho de no poder diferenciar el Yo de la totalidad, significa que la sabiduría aún no puede ser realizada. Aún están en condición de ser amamantados de la sangre materna como los dioses de Anahuac. Aún no están listos para ascender a la copa del Árbol de la vida.
Pero la línea de acción continúa, y los personajes de esta tragedia ejercitan sus músculos, sus sentidos, todo su organismo. Primero se visten con las armaduras que requieren, como primera etapa de recorrer el camino de su autoctonía. Los humanos, seres propios de la tierra, cuando salen, salen a la luz cegados aún, salen con el grito del chivo degollado que se debe convertir en canto (Tragedia = oda y chivo).
Como Edipo Rey, ‘el de los pies hinchados’, tendrán que aprender a caminar en busca de su destino: el enigma que es la vida. Una y otra vez, tendrán que salir de sus casas o de las casas que se suponen que son suyas, para encontrar las respuestas a las interrogantes racionales de la existencia: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué y cómo son esas dos fuerzas contrarias y complementarias que actúan en mí y que las represento con mi padre y con mi madre? «¿Cuál es el que al mismo tiempo es un bípedo, un trípedo y un cuadrúpedo?» ¿Se trata de un proceso? ¿Qué significa este proceso?
El errante, con su visión vendada y aunque ha crecido y yergue su columna en dirección al cielo, como el árbol, los ojos de la carne no le permiten contemplar la vida, del mismo modo como contemplan los sabios, para alcanzar la idea (de ‘eidon’).
Los mitos conservados por las religiones contienen numerosos hechos que insinúan el largo viaje del errante. Ausero, el zapatero de Jerusalén (insinuación de pies y camino) es uno de ellos, cuando Cristo se detuvo en su puerta a descansar con la cruz, le rechazó increpándolo. A lo que el Maestro respondió: «Yo descansaré luego, pero tú andarás sin cesar hasta que no nazca niño alguno» o «hasta que la mujer deje de parir». Es decir, la humanidad seguirá caminando hasta que la naturaleza dual de los humanos haya perdido el principio que lo anima.
Los dos personajes: Cristo y Edipo, el uno cargando una cruz, el otro en el cruce de un camino, se encuentran con sus padres. El primero muere reconociendo en su padre, a aquel que mantiene el principio de la vida; en cuanto al segundo, muere el padre (Layo = zurdo, retorcido), el zurdo que recuerda el rapto de Crisipo. Muere desconocido. Y con esto, un nuevo hecho de sangre ensombrece el destino humano. Edipo está sin la luz, sin la idea, lo que significa, que la tragedia continúa para los hombres, que todavía les falta por recorrer el camino.
El humano tiene que volverse a construir, es decir, caminar nuevamente con sus propios pies, erguir su columna y desde la altura que su talle le permite, extender su mirada a mayor distancia, para alcanzar la tea, para comprender la razón de su existencia.
Una vez más el humano, en su camino, en su tragedia, tiene que volver sobre su naturaleza a reconocerse. Edipo vuelve sobre su madre, en el último intento. Con ella tiene que cometer el acto de procrear a sus hermanos, para comprender que está ciego, sin luz. Solamente con este duro golpe contra sí mismo y su naturaleza, es cuando Tiresias, el ciego de los ojos de la carne, pero vidente de lo interno, puede hacerle reconocer que es él el culpable a quien busca.
Comprender la culpabilidad, asumirla, es la puerta que se le abre. Reconocer con humildad (del latín ‘humilitas’, de ‘humus’= tierra, fertilidad) su humanidad, su autoctonía que contrasta con los dioses del cielo, la luz, el fuego. Solo entonces niega a sus ojos de la carne la visión y entra en el mundo de la luz. Como símbolo de ello toma el bastón en el que se apoya para continuar recorriendo su camino. Ahora que sabe de dónde viene, hacia donde va y que puede decir que él es el hombre, el que ha pasado por los cuatro pies del cuadrúpedo, por los dos de la independencia y arrogancia, y finalmente el ser que busca sencillamente la sabiduría.
Desde ahí, desde el nacimiento de la tragedia humana, el teatro, es el ‘lugar para ver’ (tea: fuego, iluminación, luz; y, otro: los demás), para contemplar a través de los subtextos, para penetrar en los enigmas y misterios que se guardan en las memorias colectivas de los pueblos. El teatro, como los oráculos y las musas griegas (de la raíz indoeuropea men-, que origina Mnemósine, en griego, Minerva en latín y en castellano mente, museo), con una disposición profética, reúne la vida de la tierra con la vida ‘celeste’. En la cosmogonía azteca se cierra la tragedia del hombre con un personaje símbolo: Quetzalcoalt, la serpiente emplumada, (ave quetzal y coalt, la serpiente), este dios prometeico cuya imagen sola alegoriza el camino desde el humus hasta las esferas celestes.
Petronio Cáceres.
Quito, 27 de marzo de 2010