Críticas de espectáculos

Nada es verdad ni es mentira / Lü de Lürdes

Historias del abuelo

 

Obra: Nada es verdad ni es mentira Autores: Lourdes Azón y Carlos Alcolea. Compañía: Lü de Lürdes. Intérprete: Lourdes Azón. Escenografía: Manolo Pellicer y Raquel Poblador. Vestuario: Pep4. Iluminación: Carlos Samaniego. Dirección: Carlos Alcolea. Teatro Arbolé (Zaragoza) II Ciclo de Teatro Emergente. 27 de marzo de 2010. Dos tercios del aforo.

Un buen número de espectadores se dieron cita el pasado sábado en el Teatro Arbolé de Zaragoza para presenciar “Nada es verdad ni es mentira” espectáculo para público familiar que presentó Lü de Lürdes, dentro del II Ciclo de Teatro Emergente, cosechando un rotundo éxito. Así lo testimonian los calurosos aplausos con los que el público respondió tras la finalización de la función.

Lourdes Azón (como unas personas le llamaban Lü y otras Lürdes, pensó llamarse Lü de Lürdes) lleva contando historias desde el año 2005. Es una narradora nata. Contar historias es algo consustancial al ser humano, que nace con la curiosidad, con el instinto por aprender, por descubrir, por comprender. Pero cuando alguien se sube a un escenario para contar cosas a un público, entonces el instinto de convierte en arte. Y arte, mucho arte, es lo que encierra esta joven cuentista. Cuentista en tanto que contadora de historias, que no murmuradora, mentirosa o falsaria. Todo lo contrario.

Hay en Lourdes Azón una gran dosis de autenticidad, de rigor, de reflexión y de implicación personal, instrumentos que convierten aquellas cosas que le contaba su abuelo sobre el pueblo o sobre la guerra civil, en un homenaje a quienes padecieron aquellos años de ceniza y plomo, en un tributo a la entereza y a la alegría por la vida. Maneja bien las técnicas narrativas y escénicas (voz, expresión corporal y vocal, interpretación…), cuenta con el apoyo de ese cofre verde (un verdadero aliado escénico) que va convirtiendo en tumba, en mapa del tiempo, en puesto de pescados o en pizarra. Pero sobre todo es su presencia, su saber estar, su forma de moverse, de sonreír, de mirar, lo que le permite conducirnos a lo largo de un relato bien construido.

Ella nos propone un encantamiento y nosotros no tenemos más remedio que rendirnos y aceptarlo gustosos. No es, sin embargo, un espectáculo del todo redondo. Pienso que le falta afinar un poco más al medir los tiempos en alguna de sus partes (el relato de la tienda de pescados termina haciéndose demasiado largo) y no se muestra con la misma seguridad en todos los momentos. Pero es claramente un buen espectáculo, entretenido y con sustancia, y buen ejemplo de por qué este oficio de contar historias debe ser valorado.

Joaquín Melguizo.
Publicado en Heraldo de Aragón 29-03-2010.


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