Y no es coña

El tamaño sí importa

En las semanas anteriores se han celebrado diversos festivales internacionales que con diferente nomenclatura han copado la atención informativa: San José de Costa Rica, Panamá, La Paz, Bogotá. En el Iberoamericano de Bogotá hemos pasado unos días. Del de San José hemos tenido referencias directas. Del de Panamá y La Paz, hemos sabido su inauguración, su programación general, pero poco más. Han existido otros festivales coincidentes en el mismo tramo de tiempo, como en la propia Bogotá, que se ha celebrado, como viene siendo tradición, el Festival Alternativo que coincide en el último tramo del FITB, y que está organizado por las salas independientes bogotanas.

La primera duda razonable que a uno le asalta desde tiempos inmemoriales es que estos eventos parecen vivir autónomamente, desgajados de la realidad teatral de donde emergen, que se trata de algo que provoca una luz cegadora y que, probablemente, se convierta en un escaparate que escapa en ocasiones a sus propias bondades programáticas. Esta sensación no es algo que se produzca únicamente en estos casos que ahora mencionados, sino que siempre hemos reclamado un equilibrio entre las acciones excepcionales y lo habitual. Aquí en Europa, como allí, en América. O en cualquier parte del mundo. No es bueno que exista un deslumbrante festival, bienal si se quiere, que utiliza recursos públicos y privados fuera de toda norma y después de ello y antes de ello, esté un desierto infranqueable, una descompensación que no permite el crecimiento adecuado de profesionales e, incluso, de públicos.

Se trataría, por lo tanto, de asuntos discutibles, que tiene más que ver con políticas culturales, con estrategias de generación de tejido cultural, que con una crítica a los eventos o festivales o sus programaciones, que requieren de otros argumentos para su análisis. Recuerdo que tuve la oportunidad de coordinar el Festival Internacional de Teatro de Vitoria-Gasteiz en los años 1980-81, dentro de la Cooperativa Denok, y en el último año, con la reciente creación del Gobierno vasco, se recibió una subvención importante para la época, lo que ayudó a poder hacer una programación en 1981 en la que estaban, entre otros, Tadeuz Kantor, Living Theater, Ladislao Fialka, Linsay Kemp, Momix o Nuria Espert, y fue un éxito sin precedentes de público ya que existía la Cooperativa que desde cinco años antes hacía una programación habitual de alto nivel, con este Festival Internacional que, con un presupuesto menor, se programaba a principio de temporada como espoleta de arranque con los mejores grupos y compañías de la época, por lo que existía un campo abonado para ello.

No obstante, la ayuda al Festival desequilibró internamente a la cooperativa. Se crearon distancias que resultaron insalvables con el tiempo. Ahora, los festivales no parten de estos antecedentes, son acciones más espontáneas, aparentemente, y los objetivos son muy otros, muy indisimulados en ocasiones y con intereses particulares de difícil confesión. Uno tiene la sensación de que los festivales de hoy en día buscan algo más que el intercambio cultural, que la oferta de lo mejor posible en el terreno de las Artes Escénicas. Parece que se ha vivido una época en la que se trata de hacer el festival más grande, el que tenga más estrenos, el que pueda ofrecer las cifras más impresionantes. Y es ahí, precisamente, donde uno entiende que el tamaño, sí importa.

No hay crítica previa, ni valoración dogmática. Es una opción tan legítima como cualquier otra, por lo tanto, es la necesidad de cada cual, el interés, los deseos o los gustos, lo que pueden determinar la opinión. Yo prefiero festivales manejables, “humanos”, en los que me sienta parte de él, aunque solamente sea como observador, crítico o tallerista. Que no deba sufrir diariamente una frustración por dejarme espectáculos interesantes sin ver, ya que hay tantos, y a la misma hora, que es imposible verlos todos. Que pueda relacionarme con los actores, directores, técnicos de tú a tú, que se ofrezcan lugares para el encuentro profesional y de ocio con medidas controlables para todos los asistentes. Incluso como informador, que pueda racionalizar mi trabajo sin necesidad de obviar, sobrecargar o seleccionar informaciones constantemente.

La fascinación del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá es su magnificencia, la cantidad de oferta, conjugada perfectamente con la calidad, pero debo confesar que hay momentos en que uno se siente perdido en ese mar de acontecimientos, en esas distancias a recorrer para acudir de una obra a otra. A cambio, uno tiene la oportunidad de ver a cientos de miles de bogotanos disfrutando del teatro en todas sus manifestaciones. Uno encuentra en todos los poros de la ciudad un conocimiento del FITB, que se defiende con orgullo, como algo propio, desde el propio policía de inmigración al preguntar al extranjero su destino en Colombia. Esto es incuestionable, se ha logrado traspasar las fronteras de lo cultural estricto, para convertirse en algo ciudadano, en un marca de ciudad. Es su logro, lo plausible. Lo que le caracteriza y le dota de argumentaciones muy poco refutables. Es como es y así se admite por lo que una posible solución es que cada uno se confeccione su Festival. Elegir adecuadamente, aprovechar el tiempo, las energías, disfrutar lo más, para acariciar lo menos como una virtualidad apetecible.

El tamaño sí importa. Y si en Bogotá tiene sus salvedades, su propia historia marcada por la personalidad de la tristemente desaparecida Fanny Mickey, que le ha dado una impronta de estas características, en otros lugares se ha demostrado que no se puede pasar del cero al infinito sin provocar fisuras, que es mejor la mesura, lo adecuado, lo posible, que el derroche. Una mala gestión en un festival arruina la historia e hipoteca el futuro. Del propio festival y de muchas otras acciones políticas en el terreno de la cultura y de las Artes Escénicas. Pongamos que hablo de San José de Costa Rica. Pero podría extraerse esta misma conclusión o aplicar la misma recomendación a muchas otras hipérboles programáticas, a desvaríos de responsables de departamentos de cultura con ansias de notoriedad. Mientras tanto, celebremos la vida de muchos festivales que están pensados para el progreso de los aficionados, los públicos y los teatristas en conjunto. Y de manera equilibrada.

 

 


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