A pesar de llevar décadas viviendo en Francia, el director argentino naturalizado fancés Jorge Lavelli se enfrenta por primera vez a una obra de Molière tal vez, bromea, porque “en Francia no confiaban lo suficiente en mí…”. Tanto él como Juan Luis Galiardo, que además de protagonizar la obra produce el espectáculo junto al Centro Dramático Nacional, ven materializada una idea que comenzó a fraguarse cuado ambos coincidieron en ‘Edipo Rey’ que produjo el Festival de Mérida. Ahora ambos se alían para estrenar el próximo jueves (2010/04/08) en el Teatro María Guerrero de Madrid, una obra de plena vigencia que se hace eco de las miserias humanas y los miedos generados por la avaricia y la codicia.
-Vuelve a trabajar con Galiardo después de haberle dirigido en 2008 en Edipo Rey. ¿Tan gratificante resultó la experiencia como para repetir?
-Fue un trabajo interesante como trabajo global, por el propio espectáculo y por la forma de trabajar. Fue un encuentro feliz. En aquella ocasión decidimos volver a trabajar juntos con algún proyecto en torno a Molière, que unos meses más tarde se concretó con la intención de hacer ‘El avaro’. Él mismo se ha preocupado de que este proyecto sea realizable con el apoyo del Centro Dramático Nacional y el Gobierno de Extremadura entre otras instituciones.
-Pretenden iniciar con el avaro una gira de tres años en los que se realizarán un millar de representaciones. ¿No es algo excesivamente ambicioso en estos tiempos de crisis?
-En un proyecto que me parece interesante y ambicioso aunque en este momento me parece que materializarlo es algo casi utópico. Se que se está realizando un gran trabajo de difusión y además de estar en las programaciones de muchas ciudades españoles estaremos en numerosos festivales como el Nápoles, en Portugal y en otros de España como Almagro… Hay muchas representaciones previstas hasta el 31 de diciembre. Además, en el plan de actividades, está previsto un trabajo pedagógico dirigido a los jóvenes y a los estudiantes, ya que se van a programar funciones dirigidas especialmente a ellos, en una iniciativa muy atractiva que cuenta con el apoyo del Ministerio de Educación.
-¿Ese proyecto de acercar el Teatro Barroco a los escolares, está motivado por un déficit de conocimiento de los clásicos en el currículo escolar actual?
-No lo se. Yo soy extranjero y desconozco si existe un déficit en ese sentido, pero de lo que estoy totalmente seguro es de que una obra de Molière no puede hacerle mal a nadie. Y el siglo XVII francés se parece en cierta medida al siglo XVII español, porque ha sido también muy brillante en Francia, como acá. Y la dramaturgia de Molière, sobre todo en lo que concierne a las comedias sigue la buena idea de Lope cuando escribe sobre la Nueva Comedia, en la que lo trágico y su contrario pueden encontrarse. Eso es lo que ocurre en ‘El avaro’, donde se habla de la recomposición de la familiar y de lo que ocurre en su seno, así como del enfrentamiento que se produce entre el padre con su hijo y su hija. ‘El avaro’, en un momento determinado, podría girar fácilmente a lo trágico pero Molière realiza una pirueta fantástica, artificial y poética, para transformarla al final en una comedia. Además, deja una posibilidad de optimismo, si se puede decir así, porque hace una descripción terrible del protagonista al mostrarlo como alguien asocial, terrible y enfermo de avaricia.
-¿Por qué sigue teniendo vigencia un texto que tiene la avaricia, el egoísmo, el abuso de la autoridad paterna y el sexismo como cuestiones principales?
-Esas cuestiones tienen siempre importancia y actualidad, vivamos en una monarquía o en una república. Quiero decir que el uso y el exceso de poder en el seno de una familia, en este caso por parte del padre, siempre tiene una actualidad. Además, esta obra tiene implicaciones muy atractivas porque su construcción misma lleva aparejada una gran modernidad. El hecho de que sea una de las obras de Molière escrita en prosa también ha facilitado mucho la traducción y la adaptación, en el sentido de que vamos más a lo esencial que a lo formal. Creo que es un ejemplo representativo del teatro de Molière del siglo XVII.
-Que el fondo de la obra mantenga el interés puede ser normal pero ¿tiene vigencia el estilo y el modo en el que se exponen esas ideas de una obra escrita hace 350 años?
-En este caso como en otros, voy al fondo de las cosas. Esta es la primera ocasión que monto un Molière. Parece que en Francia no confiaban lo suficiente en mí… Por lo tanto, desde mi perspectiva, es una propuesta doblemente atractiva. Pero yo lo trato con la mayor libertad, como he tratado todos los clásicos, desde Séneca a Shakespeare, las comedias o cualquier obra de teatro moderno. Yo creo que hay una gran modernidad que en el juego dramático va a desprenderse de la libertad que no tiene en cuenta el camino de la restitución histórica. Estamos en una cierta ‘época’ que es la de Molière, pero no con una fidelidad histórica, porque no queremos mostrar que esto ocurre hoy, pero el método no es hacer una reconstrucción histórica del siglo XVII. Estoy lejos de esa preocupación aunque me importan las características que ayudan a dar a conocer la situación social y del personaje en cuestión. En el trabajo con los actores y en la concepción global de la puesta en escena hay una libertad que me permite tratar el texto como un moderno.
-Dice que con esta obra quiere dibujar un ‘universo absolutamente moderno’. ¿Qué pautas va a seguir para actualizar ese clásico barroco?
-‘Moderno’ es un término que debe ir entre comillas. Yo parto de un espacio vacío y de algunos móviles que por razones de tipo dramatúrgico permiten hacer cambios en el espacio y en el tiempo y que permiten crear nuevos espacios para demostrar de forma laberíntico que estamos siempre en el mismo lugar no estando siempre en el mismo sitio. La obra se desarrolla en la casa de Harpagón, que es El avaro, y debe ser el espectador quien elabore su propio itinerario por la casa y su propia historia. En eso consiste la libertad de la concepción y la libertad de la puesta en escena.
-Ha dicho también que va a abordar la puesta en escena con minuciosidad, simplicidad y sin ostentación. ¿Es eso posible reunir todos esos elementos en una obra como esta?
-Sí que se puede. Para mí, este trabajo es como una obra de relojería porque hay que sacarla de una idea un poco ‘grosera’ con la que se han tratado ciertas obras de Molière e incluirlas en una farsa donde finalmente el fondo desaparece y es la forma la que prevalece. En este caso la obra se presta mucho a mostrar la ambición, el amor, la angustia y el deseo de cambiar que está en diferentes personajes de esta historia. He desestimado algo que no forma parte de mi gusto escénico, como es el naturalismo, para entrar en algo de mayor precisión y libertad, donde las escenas evolucionan el comportamiento de las personas con relación a las situaciones dramáticas y enriquecen la totalidad de la representación.
-José Ramón Fernández dice que ‘El avaro’ “habla de nosotros”. En los tiempos que corren ¿no sería más lógico que hablase de los banqueros que han provocado la situación actual?
-Me parece que, en cierta medida, esas obras del pasado se están diciendo hoy porque ese patrimonio cultural del siglo XVII tiene relación con nuestro presente y con nuestra historia. Yo no digo que la especulación de ‘El avaro’ sea la especulación de los bancos que han provocado la crisis que estamos sufriendo en América y en Europa. Lo que quiero mostrar es que el comportamiento mezquino de una persona puede terminar por generar el malestar y la desgracia de quienes están alrededor. Si uno quiere darle a eso una proyección social un poco mayor puede hacerlo, pero yo no lo tomo como que los autores del pasado, incluidos autores clásicos como Shakespeare o Calderón, hayan escrito para corregir o modificar lo que les estaba pasando. Simplemente es una referencia. Hay cosas como el egoísmo, el poder o la ambición a las que no han renunciado ni el hombre ni el sistema de corrupción capitalista y que siguen existiendo. Pienso que si un clásico nos está diciendo cosas, también nos está transmitiendo sentimientos, momentos de sensibilidad, de emoción, de frustración y de aspirar a otra cosa. En este caso, en lo que se refiere a la parte de los hijos, existe también la aspiración de pasar a otra cosa y a ganar la libertad.
-En alguna ocasión ha asegurado que la obra transmitirá «cierto optimismo». ¿Es eso posible?
-Es posible porque la vida continúa y hay cosas peores. En el momento en el que Molière estaba escribiendo la obra había momentos de mucho dolor que aparecen a través de los comportamientos de sus personajes.
-El ‘absolutismo’ o la ‘especulación’ son otras de las cuestiones que tienen presencia en esta representación, ¿se identificará con personajes de nuestros días?
-El absolutismo de Luis XIV era lo que reina en el momento pero Molière se valió de su ayuda para poder escribir. Pero Molière molestaba mucho a la nobleza a la que ridiculizaba en muchas de sus obras. La iglesia, a causa de Tartufo, tampoco lo quería mucho y de hecho, no pudo ser enterrado en ‘tierra santa’. Mucho tiempo después de muerto también fue muy atacado aunque con el paso del tiempo ha sido más aceptado y se le mira desde un punto de vista más inteligente.
-Pero sus personajes pueden ser identificados con personas de hoy en día.
-El absolutismo es lo que practica Harpagón con su familia porque es él quien decide quién va a ser la mujer que le va a corresponder a su hijo o quién va a ser el marido de su hija. Es un exceso de poder que, tal vez, hoy en día subsiste en ciertas familias y en determinados momentos de diferentes sociedades, por cuestiones de orden religioso o de otro tipo. No hay nada de exótico en la obra; lo que hay es una mirada oblicua, divertida y que permite saca el humor de esas situaciones que resultan angustiosas para los personajes que las sufren.
-¿La adaptación que van a presentar es fiel al texto original?
-Hay un trabajo de adaptación que pretende ir al texto original. El hecho de estar escrito en prosa nos ha permitido encontrar una lengua que resulte menos arcaica y aunque no sea más actual sí sea más directa.
-Dice que junto a Roberto Traferri ha diseñado una iluminación casi cinematográfica. ¿A qué se refiere?
-Su importancia está motivada porque los elementos móviles como puertas, espejos o muebles se desplazan y permiten crear nuevos espacios como corredores o patios. Por lo tanto la luz crea un clima dramáticamente diferente y sigue la sensación de la puesta en escena de los cinco actos, que se corresponden visualmente a un prólogo y a las cinco escenas que se suceden en la obra. En la parte final hay un cambio muy importante porque la escena parece encaminada hacia la tensión trágica y hay un elemento artificial que interviene, en concreto, la llegada de Anselmo que viene a casarse con la hija del avaro. Ese hecho propicia que, casi como en un cuento de hadas, cada persona encuentre la persona que ama, y lo que parecía encaminado a una tragedia se convierte de repente en una comedia en la que todo el mundo encuentra su lugar.
-Excepto de Molière, ha dirigido obras de todas las época, todos los estilos y todos los autores y, por ejemplo, ha sido reconocido como uno de los principales divulgadores en Francia de la obra de Calderón la Barca, Valle Inclán. ¿Tiene predilección por algún autor o época?
-No me atrae cualquier autor aunque cualquiera de los citados tiene una gran importancia, precisamente por su modernidad, por tener una profunda dramaturgia y por encontrar la esencia de lo humano y del sentido de la vida. Durante diez años hice mucho teatro contemporáneo en el Teatro Nacional de la Colina de París, del que fue fundador-director.
-Se reconoce un apasionado de los textos clásicos y asegura que “propician un espacio de libertad”. ¿Es ese ‘espacio de libertad’ el que puede incrementar el interés de los espectadores?
-Vistos esos textos hoy, con una cierta objetividad y profundidad, vemos que hay un material dramático que es ejemplar y que puede ser adaptado en el sentido de que se puede sacar lo que es importante, porque nos continúa hablando de temas que son importantes, tales como el destino del hombre, su situación en el mundo, la muerte; no sé, los interrogantes del hombre a través del tiempo. Esas cuestiones continúan siendo importantes en el diálogo que mantenemos con la modernidad.
-Su paisano Copi, del que ha estrenado casi todas sus obras, es uno de los autores que brilla en su currículum. ¿Qué es lo que le atrae de sus creaciones?
-Conocí a Copi cuando aún no había escrito su primera obra para el teatro. Yo había adaptado antes un happening que era la adaptación de uno de sus dibujos y que se llamaba Sainte Geneviève dans sa baignoire (Santa Genoveva en la bañera), que era una historia delirante. Luego hice varias obras de él y con ‘Una visita inoportuna’, que escribió en el hospital poco antes de morir, estrené la sala pequeña del Teatro Nacional de la Colina. Luego hice otras dos obras suyas, ‘Wenceslao’, que es una de las pocas obras que él había escrito en español, y ‘La nuit de Madame Lucienne’.
Lo que me atraía de él era su libertad de escritura. Copi empezó como un escritor influenciado por el teatro americano de los años 50 como Tennessee Williams, y a pesar de que optó por una gran ‘economía de lenguaje’, lograba unas situaciones de una tensión dramática enorme y unas grandes cambios dramatúrgicos que además resultaba, al mismo tiempo, delirante y poética, de una gran fuerza y gravedad. Intuitivo y preocupado por grandes temas de fondo.
También introduje en Francia el teatro de Gombrowicz y su presencia en los teatros posibilitó que su novela se publicase y se conociese en todo el mundo en muy poco tiempo.
-Dice que su teatro no es naturalista ni realista. ¿Es posible definirlo de alguna manera?
-Puedo decir, en primer lugar, que lo que hago es teatro en libertad. Y en segundo lugar, busco la verdad en la profundidad del actor, pero sin que los medios empleados sean naturalistas. Yo utilizo la energía, el grito o el gesto como elementos que forman parte del mundo expresivo y puede ser que, de repente, se me ocurra una idea puntual que puede estar influenciada por el mundo de la televisión o del cine.
-Su primer contacto con el teatro español actual fue con Nuria Espert en ‘Doña Rosita la soltera’, con la que compartió además una exitosa versión de ‘La Tempestad’ en el Teatro Español y la última fue con Blanca Portillo en ‘La hija del aire’. ¿Tiene nuevos proyectos en España?
-En principio no, aunque voy a tratar de seguir esta producción de ‘El avaro’ que incluso va a ser adaptada para ser representada al aire libre. Este año, para mí, es un poco complicado porque estoy preparando una ópera que se estrena en octubre en Varsovia con Zygmunt Krauze, que también ha compuesto la música de ‘El avaro’ y con el que llevo trabajando más de veinte años. Es una opera que gira en torno a la tolerancia y que está basada en un texto de Pierre Corneille, llamado ‘Poliecto’. También tengo otros proyectos en Francia pero me encantaría regresar a España.
-¿Sigue dirigiendo la compañía Le Mechant Theatre? ¿Qué tipo de espectáculos crean con ella?
-Le Mechant Theatre es una compañía independiente que está ligeramente subvencionada por el Ministerio y con la que puedo hacer una producción cuando me apetece; más o menos una por año. Hasta ahora he hecho obras contemporáneas y de hecho las dos últimas han sido obras de Juan Mayorga, ‘Himmelweg’ y ‘El chico de la última fila’, lo que ha permitido que su obra sea conocida en París. Tengo otro proyecto de otra obra suya, ‘Cartas de amor a Stalin’, que estrenaré le año próximo en el Théâtre de la Tempetê.