Resolución de enigmas
Teníamos planteados algunos casos de cambio, transición, renovación o reconstrucción de entidades de titularidad pública dentro del sistema teatral estatal. Algunos se van resolviendo, otros están a punto. El acierto de los nombramientos se sabrá con el tiempo. De momento podemos hacer alguna apreciación sobre lo que conocemos. En algunos casos con mucho conocimiento de causa y en otros por el perfil tan poco agresivo de las personas que deben conducir algunas de esas instituciones. Quizás reseñar la obviedad: resulta muy difícil que aparezcan mujeres al frente de los grandes aparatos teatrales, aunque las hay que realizan su labor con solvencia, y en estos meses hemos tenido la sorpresa del cambio de dirección en el Festival de Almagro que ha recaído, precisamente, en Natalia Menéndez, y parece ser que en Galicia hay una candidata bien situada a dirigir el Centro Dramático Galego.
El desagradable conflicto del Teatro Barakaldo parece, y subrayo lo de parece, que va camino de solucionarse definitivamente, aunque no seamos capaces de opinar con rotundidad sobre la bondad de lo sucedido, más bien todo lo contrario, nos parece que no se ha resuelto de la mejor manera para los intereses del Teatro Barakaldo. Y en este caso no estamos cuestionando la idoneidad o no del que parece ha sido elegido para llevar la dirección de este teatro, sino del desgaste que se ha hecho a la institución, al teatro, a su gestión anterior, la mala imagen, absolutamente recriminable a todas las partes implicadas, que ha recibido la ciudadanía sobre los intereses que subyacían en una lucha de poder que parece venir de antiguo entre personas del mismo partido, de una crisis prolongada innecesariamente en el tiempo, que ha dejado excesivos daños colaterales.
De este conflicto debemos sacar muchas lecciones. La primera es que se debe acabar con la idea patrimonialista de las gerencias o direcciones de los teatros. Es decir, no puede ser un proyecto de vida de nadie, porque se trata de un proyecto cultural, político, ciudadano, colectivo. Por lo tanto, antes de que se enquisten los problemas es urgente encontrara una fórmula universal, una suerte de estatuto del director de edificios teatrales públicos que limite el tiempo, las atribuciones, las relaciones, el sostenimiento económico fuera de vaivenes y afinidades o discrepancias y que se base en un proyecto global, cultural, didáctico, de entretenimiento y ocio, consensuado. Que se acabe de una vez con esa sublimación léxica de “en mi teatro”.
En definitiva que se entienda como un bien público común, que pertenece democráticamente a todos, aunque existan unas responsabilidades políticas primero y unas técnicas después para hacer la mejor gestión posible adecuándose a las realidades socio-culturales y económicas del lugar donde se ubica. No alucinar demasiado, no hacer proyectos faraónicos donde no son sostenibles. Bueno, todo eso que tantas personas saben, pero que no parece haberse instalado en el quehacer de muchas otras que han ido teniendo, o tienen, responsabilidades.
Sin lugar a dudas, al menos, para este cura, lo que más me ha sorprendido es el nombramiento de Lluís Pasqual para hacerse cargo del Teatre Lliure a partir de la temporada 2011-12. En primer lugar todos, al conocer esta noticia hemos titulado “el regreso de Pasqual al Lliure”, pero inmediatamente el propio afectado en carta dirigida al responsable de la Fundación que lo nombra, le dice que no “vuelve”, sino que “entra” por primera vez. Es un matiz muy especial. Nadie debe olvidar que Pasqual es fundador del Teatre Lliure, aquella cooperativa que en un pequeño teatro del barrio de Gracia, fundó una manera de hacer teatro basado en el arte, en la ubicación móvil de los espectadores, que se atrevió con el repertorio universal en catalán, que fue cantera de directores y actores, hoy encumbrados en todas las listas de consideración. Pero cuando el proyecto creció y se trasladó a su actual sede, se creó la Fundación, se convirtió en un teatro institucional, hubo una quiebra, se rompieron las relaciones, hubo dolor, desgarro. Y Pasqual desapareció. Lo que parecía que iba a ser su sede, su proyecto, se convirtió en algo grande, abierto, y en un principio la ruptura hizo mucho daño, aunque posteriormente se cauterizó o se minimizaron los daños.
La trayectoria de los últimos siete años del Lliure ha estado en manos de un joven director, Álex Rigola, que ha transmitido una imagen de modernidad, de riesgo, de aventura, compaginando grandísimos aciertos con montajes menos celebrados, pero que le ha dotado de una identidad, de un sello, de una marca al Lliure. Se rodeó de un buen equipo, abrió sus salas a otros directores y directoras, giró con sus espectáculos por el mundo entero, acaban de estar en Bogotá con su espléndida 2666. Fue una apuesta renovadora de la Fundación hace unos años que salió, a mi entender, muy bien. Fantásticamente bien. Y uno, en su humilde rumiar, hacía sus quinielas con hombres y mujeres jóvenes que han presentado en estos últimos años sus credenciales con una calidad contrastada, una renovación, a los que entendía que darían continuidad tras la salida de Rigola. Pero los miembros del patronato, por inmensa mayoría, con pocas abstenciones y dos votos en contra frente a 34 a favor ha optado por una solución de retorno a los inicios, entiendo que para aposentar lo existente, para que la experiencia de Pasqual ayude a transitar por estos tiempos económicamente no tan boyantes, y para restañar las posibles heridas todavía existentes.
Nadie puede dudar de la calidad de este director, no se cuestiona aquí al elegido, sino la elección, a lo que desde fuera se entendía como una línea, como una apuesta de renovación, de dar cabida a los jóvenes emergentes. Aquí se abre otra subordinada, la edad como discriminación. La edad como aval. Los tapones generacionales, toda un suerte de disquisiciones que intentaremos desglosar en otras entregas. De momento, los enigmas resueltos nos convocan a nuevas situaciones que deberemos ir asimilando. Y a todos cuantos se hagan cargo de estas instituciones, simplemente pedirles acierto, lucidez, que busquen el asesoramiento con humildad y sin condicionantes, que entren con voluntad de servicio a la comunidad a la que van a servir y que ni los artistas, ni los productores son amigos del alma, ni enemigos, sino partes imprescindibles del todo. Unos en la sección creativa, otros en la productiva, y otros en la política. El entendimiento entre toda las partes es el primer soporte inalienable para labrar un futuro identificable. Lo de después, es mucho más azaroso. Nadie puede garantizar buenos espectáculos, ni asistencias masivas de públicos. Pero sí hay que discriminar bien entre quienes tienen el teatro en su cabeza, quienes lo tiene en su corazón y quienes lo tienen en su cuenta corriente.