Sobre festivales (1)
¿Qué son los festivales?, ¿para qué sirven?, ¿responde, su diseño o planeamiento a necesidades culturales diagnosticadas en las sociedades donde se desarrollan la mayoría de ellos?, ¿son espacios creados para divertir a una sociedad o para generar estrategias de convergencia entre sus miembros?, ¿son, estos acontecimientos, que cada día se anuncian con más altisonancia, fiestas en las que predomina el interés cultural, y que se apoyan en la lúdica, para formar a un público, o son un pretexto para introducir en el terreno de la competencia a todo lo cultural y de paso dar pábulo a la vanidad de quienes los diseñan, dirigen y ejecutan?, ¿por qué la palabra festival se ha vuelto tan importante en la denominación de un evento cultural?, ¿tienen los festivales de cultura un objetivo concreto, o la simultaneidad de acción, que es una de sus características, y la variedad, a veces incoherente, de propuestas, es una muestra palpable de su falta de objetivo?, ¿acaso, la denominación, festival, es de por sí un sofisma de distracción, para desviar la atención de lo fundamental?, ¿corresponden todos los eventos culturales bautizados como festivales al concepto como tal?
Una de las definiciones primarias de la palabra festival es: “fiesta, especialmente musical”. Así reza, con mucha devoción, el diccionario de la lengua española. Si consultamos en un diccionario de sinónimos, que por lo general son más generosos con la definición de las palabras, porque en ocasiones les dan licencia a éstas para que sugieran otros comportamientos, festival sigue siendo algo muy relacionado con el holgorio, porque un festival es, ante todo, un espacio laxo, tipo feria, dentro del cual se esparcen emociones, que terminan inoculadas en quienes coinciden con su paso por su área de influencia.
La denominación por sí misma sugiere la presencia de factores de competencia, porque en los festivales hay torneos, disimulados o no, pero al fin y al cabo los hay. La presencia del factor competitivo es alimentada con la de un elemento de gran importancia en un festival, como la lluvia de estrellas, pues sin atractivos celestes un festival reduce el nivel de cumplimiento de dos de sus más importantes objetivos, como son: el entretenimiento y el impacto.
El juego de las constelaciones influye notablemente en la generación de diferencias, necesarias en cualquier actividad humana para que haya puja, y es por eso que los festivales, sin querer, pero sin hacer mucho esfuerzo por mantener ese no querer, distribuyen las responsabilidades, de manera que las estrellas permanezcan con sus luces encendidas, creando una esperanza de resplandor en aquellos lugares que el desafecto, la indiferencia, o simplemente la controversia, quieren mantener en tinieblas, y por ende alejados del festival.
Los festivales, son eventos cada vez más competitivos, y por eso quienes tienen a su cargo su dirección los promueven a través de todos los medios posibles. Dada la ambición de sus ejecutores de aumentar constante y rápidamente su cobertura, la promoción de éstos es cada vez más invasiva a través de los medios masivos de información, caprichosamente llamados de comunicación, y para subsanar los vacíos informativos, desarrollan acciones de promoción emparentadas con lo carnavalesco, para atraer a los indecisos, sugiriéndoles de esta manera, que dicha fiesta vale la pena vivirla, porque les ayuda a dejar sus preocupaciones en casa.
Los festivales son, pues, acontecimientos, cuyo diseño está orientado a romper una rutina social, desbordando en lo posible los potenciales lúdicos de dicha sociedad, sin que necesariamente su destino sea la integración, ni el aprendizaje, ni la formación, pues éste casi siempre es la diversión y el entretenimiento.
La palabra festival, por esa cierta idea de ruptura de lo convencional, que sugiere, provoca un mayor entusiasmo en las convocatorias, y quizás se debe a eso su uso indiscriminado, pues muchos eventos culturales, cuyo desarrollo en poco o nada se parecen a una fiesta, porque su objetivo es conducir al espectador a un acto de reflexión, llevan muy campantes el nombre de festival.
La palabra festival parece haber sido consagrada en los medios culturales como expresión inevitable, y además milagrosa, dado el gancho emocional que posee. Otras denominaciones parecen no ser aptas para llamar un evento cultural, porque su baja sonoridad, y su deteriorado mensaje oculto dan la impresión de su incapacidad para crear un impacto social que atraiga el público suficiente para justificar su existencia.
En todo caso, lo festivo es algo que no exige demasiado esfuerzo mental, y es quizás por eso que la palabra festival cumple un papel de mensaje subliminal, en toda convocatoria cuya intención es disminuir los estragos que causa la ausencia de público en los espectáculos.