El Hurgón

Sobre festivales (II)

Uno quisiera creer que el diseño de toda actividad cultural es el producto de una juiciosa pesquisa, para descubrir las tendencias artísticas de la comunidad dentro de la cual se va a desarrollar ésta, porque siempre se oye argumentar sobre la protección o recuperación de la identidad cuando se presenta una propuesta cultural. Entendemos por eso que la finalidad de cualquier evento cultural, así sea éste realizado bajo la forma de festival, es proteger a la gente del olvido total de sus antecedentes.

Pero, ¿será esto posible, en una sociedad cada vez más víctima del inmediatismo y del desarraigo, en la que todo, cada día, tiene más un acento de laxitud, y cuyos miembros no quieren molestarse la vida desarrollando ideas, o proyectando acciones, que exijan, para su sostenibilidad en el tiempo, el cumplimiento de requisitos como la constancia, la disciplina y el trabajo?

De consuno, cabe preguntar, además: ¿La actividad artística, es entendida como un elemento fundamental para la educación integral del ser humano?, pues existen muchos ejemplos a partir de los cuales se puede demostrar que ésta es considerada como un accesorio, que puede conducir al posicionamiento social, si al artista o hacedor le suena la flauta, o a la bohemia y al olvido, si el azar, que es el motor supremo de la vida, no se ocupa de él.

En términos generales las artes se consideran afortunadas y dignas de mención, cuando su producto se convierte en una mercancía, gracias a los medios, pues al parecer no existe otro criterio con suficiente fuerza masiva que confirme o niegue lo que dicen éstos, y en un ejemplo, o paradigma, como dicen ahora, de triunfo, y no parecería extraño por ello, que las averiguaciones o encuestas que se hacen (si es que se hacen), en el seno de una sociedad, para conocer sus tendencias artísticas, y con base en ellas gestionar la organización de festivales, tengan los mismos lineamientos o puntos de partida de las que llevan a cabo para averiguar una tendencia de mercado.

No cabe en la cabeza que un estudio de esta naturaleza tenga como fin sincero la formación de un individuo más asertivo, más sensible, más crítico, o más analítico, primero, porque los festivales tienen cada vez más la intencionalidad de masificar sus propuestas, segundo, porque la cultura no se la ve como un mecanismo de formación sino, cada vez más de diversión, y tercero, porque por precaución, el Estado, que es quien en suma controla el desarrollo cultural, y cuyos intereses no son siempre los del colectivo que dirige, no está interesado en ir, en materia de cultura, más allá de lo estrictamente funcional, es decir, de la generación de espectáculos, cada vez con más acento festivo.

Pero no es que la fiesta sea mala, o inconveniente, o improcedente; el improcedente es el uso persuasivo que se hace de ella y al cual parece acceder la actividad cultural con más frecuencia, pues ¿nuestro concepto de festividad, a la luz del aprendizaje, es decir, tomando como pretexto ésta para llegar al conocimiento, es igual al que se tiene en comunidades en las que la fiesta alcanza el clímax colectivo que permite la consolidación de un aprendizaje? Tal vez no, porque en el mundo civilizado, que llaman, al que pertenecemos usted y yo, el concepto de fiesta está muy ligado al de catarsis, visto como la eliminación de recuerdos que perturban la conciencia o el equilibrio nervioso, es decir, búsqueda de olvido, para tolerar el padecimiento subsiguiente, convirtiéndose por ello en un rito transitorio y desechable, que puede convocarse en cualquier hora y lugar, mientras que en las sociedades en donde la fiesta es parte de una especie de rendición de cuentas de fidelidad cultural a la tradición, ésta es concluyente.

Por eso pensamos que el diseño o planeamiento de los festivales responden más a esquemas de complacencia que de compromiso social.

No es muy comprobable, por ejemplo, que la iniciativa de un festival de tal o cual naturaleza, surja exclusivamente de la necesidad de incrementar una actividad artística, cuyo germen pujante ha sido detectado en algún lugar, pues con esto de la generación de festivales ocurre casi siempre lo mismo que con la creación de empresas, muchas de las cuales tienen su origen en una copia del éxito económico ajeno.

Es por eso que cabe hacer una nueva y, sin lugar a dudas molesta pregunta: ¿El diseño o planeamiento de los festivales son una consecuencia del conocimiento que, sobre necesidades culturales dejan los estudios llevados a cabo en las comunidades en cuyo seno se desarrollan éstos?

He ahí una buena pregunta para averiguar si la actividad artística está cumpliendo un papel funcional o de integración.

 

 

 


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