Sobre festivales (IV)
La palabra festival se ha vuelto casi imprescindible en la denominación de los eventos culturales, pues se aplica a casi todos, sin cuidar si el contenido de éstos se asimila o no a un acto festivo.
¿Por qué esta expresión ha cobrado tanta fuerza? ¿Habrá en su uso reiterado alguna estrategia persuasiva para fomentar la dispersión? ¿Su presencia en la denominación de todo acto cultural es un gesto estético inocente, o un deseo, también inocente, de llamar la atención?
Entendemos que una expresión cobra fuerza social cuando se descubre su capacidad, como mensaje subliminal, para controlar la conducta humana, y esta palabra genera una serie de estímulos debido a su fácil digestión lingüística, porque su mera pronunciación convoca pronto a quien la escucha.
La palabra festival aligera la imaginación y aliviana la voluntad, y a través de esos estímulos hace intrascendentes las actividades culturales que bajo su marca se generan, porque crea un ambiente de integración aparente, de cuya fugacidad son conscientes tanto el actor como el espectador, estableciéndose entre ellos una relación de emergencia, porque un festival, como método de esparcimiento que es, no abre espacios para el debate, y si por algún motivo éstos se producen, sin lugar a dudas forman parte de la cosmética del evento y no de sus objetivos.
La actividad artística, bajo la forma de festival se convierte en una especie de parque de atracciones en el que las experiencias son, ante todo, emociones individualizadas que neutralizan la generación de causas comunes. Con esto queremos decir que en un ambiente en el que reina la simultaneidad no es posible tensar un hilo conductor de formación cultural integral, que es lo que se podría alegar, porque de éste terminan tirando todas las opciones artísticas en función, ansiosas de prevalecer la una sobre la otra.
Pero la simultaneidad no es necesariamente una forma de variedad, y ni siquiera una oportunidad democrática de seleccionar un espectáculo, sino una acción de dispersión y entretenimiento, parecida a la situación de una persona que se halla al frente de varios estímulos lúdicos, batallando con su gusto, para escoger qué ver, si es espectáculo visual, o qué oír, si es auditivo, sin lograr una decisión, porque en dicho proceso el gusto se va cansando a medida que va perdiendo criterio.
Y esto es así, porque de esa manera se cumple con una misión, muy propia de la contemporaneidad, de satisfacer, sin grandes esfuerzos, a un individuo cada vez más reacio al esfuerzo mental, como consecuencia del desarraigo social a que está expuesto, debido a la unidireccionalidad de pensamiento, deseo y objetivo que está propiciando la globalización, y para lo cual el contenido de algunos festivales constituye una herramienta de dispersión y persuasión importante.
La presencia reiterada de la palabra festival en la denominación de algunas actividades culturales no es un accidente, ni mucho menos un acto inocente, porque quien la emplea para bautizar un evento cultural tiene idea de su capacidad de manipulación de la conciencia elusiva de un individuo, cuyas aspiraciones son cursar una vida sin compromisos, sin las urgencias del análisis, sin las exigencias de la reciprocidad, y entrar en una órbita que lo lleve de viaje, a cualquier parte, porque ahora lo que importan son el movimiento, aunque no tenga destino, y la ocupación de un espacio en dicha órbita, como último recurso para tener la sensación de pertenecer a algo.
Parece que denominar de manera diferente una actividad cultural no resulta rentable, porque un término huérfano de impacto no seduce a los promotores de las llamadas industrias culturales, y tampoco es confiable para quienes tienen en sus manos decidir el monto de los aportes para su realización, si la descripción de sus objetivos invoca el recuerdo de aquellas épocas en las que la mayor parte de las actividades culturales se llevaban a cabo para despertar el pensamiento, y se armaban con la ilusión de reorientar el rumbo social.
La palabra festival tiene, pues, un compromiso muy serio con la diversión, y por eso los eventos que se realizan bajo su nombre sólo cumplen su función, si dejan en los asistentes la sensación de haber estado en una fiesta.