Con una sonrisa en el corazón
Praga, 22 de mayo de 2010
Los ramos del estreno aún aguantan. Las ventanas de la casa colmadas de flores.
Almuerzo inolvidable. Las manos sobre la hierba (“recuerdo la hierba acariciando la palma de la mano”, dice Aldo en Origami), los tobillos desnudos bajo tallos verdes recién cortados y en la casita del jardín, sobre una mesa baja, el mismo libro de El Bosco que tengo en casa.
Praga, 23 de mayo de 2010
Con una sonrisa. Con una sonrisa en el corazón. Ascendería hasta la fortaleza de Vyšehrad y, sobre el acantilado que se cierne sobre el indómito Vltava, abriría mi camisa y dibujaría con el dedo una sonrisa en el vello de mi pecho izquierdo. Mi reverencia a esta ciudad que me ha acogido tan generosa como artísticamente. Con una sonrisa en el corazón.
Y con cierta tristeza. La dirección de la obra ha llegado a su fin. A partir de ahora, la responsabilidad creativa recae mayoritariamente en los actores y su interpretación. Adiós, Origami.
Praga, 24 de mayo de 2010
Abro mis cuadernos más recientes, los que me traje a Praga, y recupero las últimas anotaciones, los desasosiegos postreros, y los traspaso a la primera página de un nuevo cuaderno. Entre mis dedos titilan sobre el papel los títulos de las próximas obras a escribir. Se abren los horizontes en blanco.
Třeboň, 28 de mayo de 2010
Boda de Vítek y Martina en los jardines del palacio de Třeboň, bajo la glorieta engalanada con cintas blancas. Dos invitados sorpresa nos alegran aún más la jornada. En Bohemia la gente desea mucha suerte a los novios y los chupitos corren de mano de mano, la cesta de licores se vacía al punto de mediodía. La boda prosigue a orillas de los estanques de Třeboňsko.
Lomnice nad Lužnicí, 29 de mayo de 2010
Envío dos obras inéditas a certámenes teatrales en España. Como siempre, desde el anonimato: la obra de Carlos Be se abre paso en solitario. Con mis obras soy madre cruel, las arrojo al mundo, las obligo a sobrevivir solas, nadie las guarece. Les he dado todo, eso sí, me dejan desnuda y rendida sobre el charco del parto. Los hijos sobreprotegidos que cuentan con la sombra de plástico del auspicio de su autor enferman enseguida y mueren. Yo no quiero esto para mis hijos. Quiero que vivan por ellos mismos y que sean sólo ellos quienes se ganen a pulso el mérito de ser póstumos a lo efímero de la vida.
Por mi parte, sólo puedo recuperarme, incorporarme buscando nuevos asideros y seguir escribiendo.