“Cajal, el rey de los nervios”/Los Títeres de la Tía Elena
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Obra: Cajal, el rey de los nervios Autor: Adolfo Ayuso. Compañía: Los Títeres de la Tía Elena. Actrices/Manipuladoras: Helena Millán, Sol Jiménez y Marta Cortel. Escenografía: Ignacio Fortún. Iluminación: Alfredo Millán. Música: Víctor Rebullida. Muñecos: Los Títeres de la Tía Elena. Dirección: Ignacio Fortún y Helena Millán. Teatro Arbolé (Zaragoza). 29 de mayo de 2010
Generalmente, y digo generalmente, recibir un premio es un reconocimiento al trabajo bien hecho. Hay ocasiones en las que no es eso exactamente, y las hay también que trascienden el reconocimiento en sí. Tal es el caso de “Cajal, el rey de los nervios”, de Los Títeres de la Tía Elena, recientemente galardonado con el premio al mejor espectáculo de teatro en la XII edición de la Muestra Aragonesa de las Artes Escénicas y de la Música. No es poca cosa que una función de títeres sea reconocida como mejor espectáculo teatral, porque los muñecos, vistos durante tanto tiempo y por tantos como un arte menor, son una forma de expresión teatral y artística a la altura de cualquier otra disciplina escénica. En pocas ocasiones se hace tan evidente la teatralidad, como cuando se ve a esa materia inerte convirtiéndose en un ser lleno de vida, capaz de transmitir emociones, gracias a la manipulación del titiritero. Por eso deben ocupar sobre la escena el lugar que le corresponde.
Y sí, “Cajal, el rey de los nervios” es buena muestra de ello. Y lo es desde los puntos de vista esenciales de la escenificación, el figurativo y el dramático. En lo figurativo, los muñecos son hermosos, construidos con mimo, con plasticidad y sentido de la estética; con síntesis y capacidad expresiva y para el juego dramático. Estética y sugerente es también la escenografía que firma Ignacio Fortún. En lo dramático, la propuesta cuenta con un gran texto (premio al mejor texto en el FETEN 2010) de Adolfo Ayuso. Bien construido, nos acerca a la ciencia y al Santiago Ramón y Cajal niño e inquieto, de manera fresca, dinámica, divertida y con una profunda concepción dramatúrgica que culmina en el encuentro final entre el Cajal adulto y el Cajal niño.
La puesta en escena establece un discurso escénico fácilmente legible, que trasmite y llega, que crea ese hilo sutil e invisible que une lo que sucede sobre la escena con el público que lo contempla. Maneja bien el ritmo, jerarquiza bien los diferentes elementos y resuelve las transiciones mediante un juego de retablos que entran y salen de escena. Sumen a esto una acertada música y una sobresaliente manipulación (gestualidad, caracterización vocal…) y tendrán, en efecto, un gran espectáculo teatral.
Joaquín Melguizo Publicado en Heraldo de Aragón, 31-05-10