Críticas de espectáculos

El Jardín de los Cerezos/Antón Chejov/Rayuela

Memorable organicidad

 

Obra: “Antón Chejov. El Jardín de los Cerezos”. – Autor: Antón Chejov – Dramaturgia y dirección: Nina Reglero – Reparto: Marta Ruiz de Viñaspre, Maribel Carro, Carmen Gutiérrez, Carlos Nuevo, Carlos Pinedo, Carlos Cañas, y Xiqui Rodríguez. – Música: “KLEZMÁTICA” – Iluminación: José Montero – Compañía: Rayuela – Palacete Pinto Leite. 33 edición del FITEI de Oporto.

 

Se dice del actor orgánico cuando la palabra y el cuerpo forman un conjunto coherente dando vida al personaje. Es decir, el contenido (el texto que escribiera el autor) y el contenedor (el cuerpo, el estómago, los músculos, los huesos, los órganos sexuales, el corazón, la mente del actor) armonizan no solo para hacer verosímil al personaje sino que se integran en el espacio, en el tiempo y en la espiritualidad.

Con ciertos espectáculos sucede otro tanto. Hay espacios –contenedores- que parecen concebidos para un determinado trabajo –contenido-, y hay montajes ad hoc a un determinado espacio. Se podría afirmar que ese espectáculo posee organicidad.

La compañía vallisoletana Rayuela ha conseguido esa organicidad absoluta con una exclusiva versión de “El Jardín de los Cerezos” de Antón Chejov realizada en el Palacete Pinto Leite dentro de la 33 edición del Festival Internacional de Teatro de Expresión Ibérica de Oporto. El montaje de esta pieza, en principio, está pensado para sala convencional. Pero la vocación investigadora que lleva a la permanente innovación de la compañía ha deparado una versión sintética pero comprensible, entretenida pero reflexiva, conmovedora pero comprometida con la tremenda actualidad.

Si al extraordinario trabajo técnico y artístico de Rayuela se une la posibilidad de representar en un palacete del siglo XIX, semiabandonado, que evidencia la decadencia social y económica, aunque mantiene su exquisita dignidad; si el texto de Chejov es tratado con respeto y con talento para conservar no solo la trama sino el espíritu del autor; si se cuenta con un programador sensible e inteligente como Màrio Moutinho en el FITEI que va más lejos de la mera burocracia buscando las excelencias artísticas; si confluyen Chejov, Rayuela, el Palacete Pinto Leite y el FITEI se puede asistir a “El Jardín de los Cerezos” en una atmósfera de absoluta autenticidad.

Nina Reglero y Carlos Nuevo, responsables del diseño artístico de esta producción, han tomado cinco escenas del texto original: el reencuentro de la familia con la casa, los sirvientes en la cocina, la visita al jardín, la fiesta y la despedida. Con esas cinco escenas se percibe nítidamente la historia. La familia burguesa que vive en la inconsciencia de los recuerdos a pesar de la crisis económica; la clase trabajadora que festea ajena al drama global; el especulador que presiona para “conservar” la hacienda mientras los propietarios se desentienden; el triunfo del capitalismo y el desmoronamiento cultural; la despedida camino de un nuevo orden social.

A estas alturas de la historia sobra cualquier análisis del conocidísimo texto de Chejov. Sin embargo, con la propuesta escénica de Rayuela, el autor recobra vida y más vigencia si cabe, se hace presente casi físicamente, se le palpa, se respira su aliento, conmociona al espectador que invade su espacio situándose en una cuarta dimensión.

El montaje de Rayuela posee una potencia dramática excepcional. Firs, el viejo y fiel criado, invita a unas decenas de espectadores privilegiados a entrar en el salón del palacio tras pasar por el zaguán. Allí espera Ermolái Alexéievich, pretendiente de la joven Varia y ambicioso oportunista social. Una pantalla con datos de cotizaciones de bolsa insiste en la información a la baja; la llegada de los dueños de la mansión se desborda entre risas, nostalgias, bailes e inconsciencia de la realidad.

Firs, indica al público un recorrido que lleva a la cocina situada en el sótano donde se lleva a cabo el juego festivo de los trabajadores. La siguiente etapa lleva a visitar el hermoso jardín. Allí, ante una espléndida fuente ovalada que efectivamente alberga una colonia de rapas croando, los personajes chejovianos se muestran con todo su romanticismo. Nueva itinerancia hasta llegar a las salas nobles de la primera planta donde la fiesta se transforma en drama. Finalmente, el público asciende a la segunda planta para contemplar desde lo alto de la elegante escalera geminada el exilio de los personajes.

Con todo, la propuesta escénica de Rayuela no es una visita guiada de carácter turístico para enseñar la decadente posesión del municipio de Oporto. Al contrario, el edificio, el jardín, la escalera, las salas son el recurso escénico que forma parte de un todo para dar vida a Chejov. En este sentido, no solo interesa lo que se ve con los ojos sino lo que no se ve y se siente. Este es un espectáculo sensitivo. Hay escenas en las que los personajes transitan y dialogan por las estancias cercanas de las que apenas se vislumbra una pequeña parte por la puerta. Esas escenas que quedan fuera de la visión directa aportan volumen, prestancia, atmósfera real de la mansión. Lo mismo sucede con los sonidos de las aves, la tala de los árboles, la música, no se sabe de dónde proceden pero se perciben como un elemento vital en vez de cómo un complemento estético o formal.

No obstante, todo este montaje tan singular hubiera quedado pretencioso o ridículamente artificial si no contara con el excelente reparto de Rayuela. Aparte de la formidable caracterización a fin de que algunos actores y actrices doblen personajes, el conjunto actoral imparte un recital interpretativo con un nivel de concentración y organicidad –de nuevo el concepto- que sorprenden por la técnica y por la profesionalidad.

Y es que ellas y ellos construyen personajes de carne y hueso a un palmo del espectador, entre el público. Son personajes admirablemente definidos por los que corre la sangre, ni fantasmas ni marionetas ni fantoches; son el espíritu de Chejov.

Por el contrario, el público asistente, aunque se presuma más auténtico y real que los personajes, juega el rol de ocasionales fantasmas ambulantes, de intrusos por unos instantes en el palacio. El espectáculo posee esa paradójica realidad.

Nina Reglero ha conseguido que “El Jardín de los Cerezos” tome sentido poético y actualidad conjugando las acciones y la palabra en un contexto exclusivo. Con inteligencia y sensibilidad, ha dirigido a un equipo artístico absolutamente entregado y consciente de su profesión. No solo ha creado una dramaturgia para, con cinco escenas, hacer comprensible la obra, sino que también ha creado una poética del espacio, de los diferentes espacios del Palacete Pinto Leite para aportar sensaciones. El salón de acogida y las salas adyacentes muestran la decadencia, en el sótano están los instintos básicos del personal de servicio, el jardín transmite romanticismo y serenidad, las salas nobles centralizan el triunfo y la destrucción, la hermosísima escalera hace de gran sumidero por donde se escapan los despojos de aquella sociedad.

Una vez dicho esto, hay que afirmar con rotundidad que esta versión de “El Jardín de los Cerezos” puede formar parte de una antología de la obra de Chejov debido a su excepcionalidad. El FITEI ha logrado que esta puesta en escena adquiera la calidad de memorable tanto para el historial del Festival como para la mente de los afortunados espectadores. Rayuela y el FITEI han conseguido uno de esos espectáculos que a uno le apetece volver a presenciar aunque sea en otro palacio decadente, que los hay, en otra ciudad.

Manuel Sesma Sanz

 

 


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