Salvado del olvido
Lo ocurrido en Santa Gracia, hace ya casi doscientos años, porque faltan pocos días para que se cumplan, a raíz de un sorpresivo y casual grito de independencia, por su singularidad motivó a muchos a escribir crónicas sobre lo que estaba aconteciendo, pero muchos de estos escritos cayeron en el lazo de la parcialidad y terminaron perdiendo vigencia, muy poco tiempo después de los hechos; pero éste, que presentaremos parcialmente a los lectores, para concitar su curiosidad e inducirlos a introducirse en el estudio de la curiosa historia de Santa Gracia, y que estuvo condenado al ostracismo durante mucho tiempo, por voluntad de su redactor, debido a su temor de que fuese confiscado y destruido por las autoridades, y también por su seguridad, pues era perseguido todo aquél que se atreviera a controvertir la historia escrita por quienes finalmente habían conseguido hacerse con el poder, es, a nuestro juicio, el más cercano a la verdad y por eso nos parece necesario que el lector conozca las razones por las cuales su autor se vio conminado a esconderlo en condiciones precarias, aún corriendo el riesgo de que fuese el tiempo el que acabara con él.
Algo que debemos advertirle al lector es que deberá descubrir a los personajes reales, pues los nombres usados por este desconocido autor en su escrito, son supletorios.
La justificación de por qué su autor escondió su manuscrito se encuentra inserta en el texto, que él mismo escribió a manera de prefacio, y que transcribimos:
“Un sosiego parecido a lo que todos identificaban con el descanso eterno permitió el regreso de los hábitos verbales. En Santa Gracia de los Ángeles se volvió a escribir, a discurrir, a reflexionar, y se comenzaron a atemperar las costumbres y los ánimos, para limpiar de pasiones el camino que habrían de transitar los encargados de escribir la historia recién pasada.
Como en los tiempos de la guerra, cuando la invocación de la inexperiencia servía de pretexto para apelar a la ayuda externa, “las de Negro”, arguyendo la permanencia de facciones, y los rezagos de incordios, impusieron la opinión de encargar la tarea de escribir ésta a uno de aquellos veteranos viajeros, que llegó a Santa Gracia hace diez años, en compañía de Frutos Mejía, porque garantizó que apelaría a la reflexión como único pretexto, para explicar la sistemática incertidumbre de los nobles santagracianos de acabar con la dominación española.
Durante la guerra, artesanos de la aguja, del yunque y de otros menesteres agregaron a sus observaciones los comentarios que intercambiaban entre sí los guerreros, mientras esperaban la confección de un traje o el herraje de sus cabalgaduras. Así se tejió una historia, condenada a la persecución cuando “las de negro” supieron de su divulgación en pulperías, herrerías, sastrerías, peluquerías y mercados en general. Su policía (una especia de sociedad secreta que realizaba el trabajo sucio, que la del gobierno eludía por razones políticas), comenzó a destruir todo vestigio oral y escrito diferente a los informes que ya había empezado a presentar el encargado de escribir “la verdadera historia de Santa Gracia”.
Previendo lo peor (ya comprendía yo, que cuando las policías se empeñan en preservar la honra y bienes de la gente de bien se vuelven particularmente agresivas), reuní los relatos de los artesanos y escribí esta historia que, tengo la seguridad, jamás será del agrado de ningún santagraciano, deseoso de buscar su identidad con el pasado; pero, ¡qué puedo hacer yo, si ésta es la historia que todos están contando ahora!
Sólo me resta desear, que el azar se apiade de mi escrito y que algún día alguien abra este baúl, adonde ahora lo oculto de la policía secreta de “las de negro”, y lo divulgue para ejemplo de las generaciones venideras, a las que les vendrá muy bien saber de dónde vienen”.
Un observador.
Santa Gracia de los Ángeles
Diciembre de 1.84… (el último número está borroso)