El Hurgón

Emociones bicentenarias

No está muy claro si la celebración de un acontecimiento histórico es un llamado a la nostalgia, o la convocatoria a una reflexión para averiguar qué ha sucedido a lo largo del tiempo, después del hecho mismo, porque las características festivas de las celebraciones a veces generan la impresión de que éste va a volver a producirse, pues la expectativa de un retorno al pasado es algo que no descarta el ser humano, y que mantiene a las puertas de su deseo, con el pretexto de las celebraciones.

Por estos días, los habitantes de Santa Gracia, lugar, en donde, ya lo hemos dicho en repetidas ocasiones, estuvo asentado uno de los virreinatos más importantes de España en América, están siendo objeto de un exceso emocional ocasionado por la competencia que se ha desatado entre ellos, para resolver, de entre las actividades que se están desarrollando y las que se tiene previsto realizar en el futuro inmediato para celebrar lo que los más entusiastas han decidido denominar “el bicentenario de la independencia” cuál es la mejor, o más representativa, para recordar los doscientos años, que dicen que hace que somos felizmente independientes.

Nos asalta la duda de cuán inconveniente es, no tanto para la construcción de la historia como para su celebración, el ingrediente de la emotividad, pues una cosa es el entusiasmo que ponemos en un hecho, cuando lo estamos ejecutando, y otra muy distinta es el que debemos domar para observar su resultado.

Si no consideramos como un riesgo para la construcción de la historia el exceso de entusiasmo, porque cuando se está creando, el ser humano se desborda, sí lo consideramos en el momento del análisis, porque este es el que nos ayuda a descubrir sus niveles dentro de un hecho, y sus consecuencias, y nos lleva a hacer después un propósito de enmienda, que casi siempre se queda en propósito.

Este nuevo despertar de emociones patrióticas, que podemos calificar de bicentenarias, han hecho germinar en Santa Gracia una controversia, que parece calcada de la época, objeto de conmemoración, cuando, según los testimonios escritos por observadores imparciales de entonces, las palabras estuvieron a punto de convertirse en armas blancas, pues han surgido en la actualidad voces irónicas deseosas de promover la idea de que en Santa Gracia, aquello que la historia oficial, por falta de tema, decidió denominar la independencia, no fue un grito, sino un gemido, y que se produjo por un hecho casual originado en la descoordinación entre el jefe de la reconquista y la corona.

Según esta alevosa afirmación, la historia de Santa Gracia es obra de la casualidad, y ya se imaginará el lector el desconcierto que tal aseveración genera entre quienes necesitan de su existencia para sobrevivir socialmente.

Éstos son los partidarios de celebrar esta efeméride vistiendo el presente de pasado, colmando el restringido espacio público con todo cuanto testimonio físico de la época se posea, para obligar de esta manera a todos a sentir la historia, bajo el argumento de que se ha perdido la pasión por ella, y en consecuencia por la tradición, lo cual es considerado por los códigos culturales de Santa Gracia como algo que entorpece la buena marcha de la sociedad.

Los otros son de la opinión de que se debe aprovechar el momento, para analizar qué ha pasado desde entonces, con esta historia, si es que existe, porque hay serias dudas acerca de su existencia.

No es saludable para el desarrollo de los pueblos, que La emoción, en dosis inmanejables, se apodere de las celebraciones de los hechos históricos, porque en medio del entusiasmo de las mismas, máxime cuando se celebra un hecho que habla de independencia, surgen sentimientos dictados por la nostalgia y procesados por el corazón, que llevan a unos y a otros a emitir opiniones originadas en el despecho, y que tanto daño le han hecho al estudio de la historia.

Para salirles al paso a esas insidiosas afirmaciones que catalogan la historia de Santa Gracia de los Ángeles, de casual, está la sentencia de quienes aseguran que la independencia se produjo, porque ya se había vencido el plazo que la divina providencia le había concedido a la corona para culminar su obra evangelizadora.

¿Quiénes tienen la razón?

 

 

 

 


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