La remediación teatral
La remediación en el campo ecológico alude a diversas tecnologías que se usan cuando se realizan tratamientos en un ‘territorio’ contaminado (suelo, ambiente, aguas), en el que se busca subsanar, sanar, dar remedio a su degradación. Aplicado a las nuevas tecnologías digitales y en particular cuando aparece referido al teatro (“Remediation: Understanding New Media” de Jay David Bolter and Richard Grusin), vale primero descomponer el vocablo como Re-Media, esto es, Media en tanto medio de comunicación y la raíz ‘re’ como recapitulación, repetición, que alude a una renovación por la que se absorve lo viejo, reviviendo al medio tratado a través de una instancia superadora. Esto es, la re-utilización del teatro como medio más antiguo, en nuevas aplicaciones a partir de técnicas digitales y numéricas. El cine o la TV, en su momento, aparecían como remediación del teatro, y en esa transitividad la crisis de la autonomía, de la especificidad teatral. Pero hay remedios que apenas son placebos y se alimentan de la subjetividad hasta supersticiosa de los usuarios. Estos medios nuevos aún están en una situación de incunabilidad, y bien vale procesarlos, experimentarlos, pero de ahí a que sean la panacea, es otra cosa. Es un debate que plantea un Hiper-Teatro y ya no un Teatro. Una hiper-presencia que pone en crisis la famosa presencia del teatro (que podemos tratar aparte en sus implicancias). El que crea que ‘la performance’, con sus salidas a mar abierto, reemplaza de por sí al teatro, allá él. Cada uno se engaña o se ‘cura’, rezándole al dios que más le cuadra. La remediación implicaría, tal como la víbora se devora a la liebre, la pregunta: ¿cuánto tardará en tragarla? Y aún deglutida, queda ser metabolizada y asimilada a una nueva situación superadora que colabora a crear. Esta no es ni más ni menos que la cuestión que ya Brook-Grotowsky planteaban como rechazo a la aplicación al teatro de técnicas, lenguajes o recursos extra-teatrales, valorados como superfluos, a través de una ‘vía regressiva’ o ‘vía negativa’. Puede recordarse cómo ya, desde los ’60, Michael Fried, crítico de arte, calificaba a ciertos objetos artísticos de ‘teatrales’, postura en la que sustentaba parte de su visión, como un ‘parti pris’ que hacía de ‘lo teatral’ un dato estético, cultural y hasta moralmente negativo. Como si la teatralidad supusiera espontáneamente un agotamiento, una sobreactuación, que justificaría en las nuevas tecnologías cuando se vuelcan al teatro, el que se ocupen de aggiornarlo. Pero, las llamadas TIC’s no lo actualizan, ya que no se introducen en la problemática del teatro propiamente tal, sino que se ocupan de la teatralidad, que es distinto, como una carnadura que da pie a formatear sus potencialidades. En todo caso, se ocupan de alguna teatralidad que les es inherente, lo que es muy plausible y abordable, pero si vale en este caso como remediación de los males del teatro, en tanto tales transformaciones tecnológicas terminan produciendo, quiérase o no, un efecto de re-energización que es favorable porque el teatro como espacio de resistencia, necesita que nos ocupemos a diario de él. No sea cosa que un día, lo devoren los de ‘afuera’. Estamos en un punto en que, si como dice Dubatti, ‘el teatro sabe’, también cabría decir que ‘el teatro sirve’. Pero estos dilemas radican en su capacidad de sustantivo antes que en la de adjetivo. Es decir, el teatro como cuerpo autónomo antes que como cualidad genérica.