El rey no quiso (II)
No se ha encontrado hasta el momento ningún documento escrito que garantice la certeza de un rumor surgido en Santa Gracia, mientras se decidía si se gritaba o no independencia, sobre una invitación subrepticia dirigida al rey, animándolo a ir a vivir allí para hacer disminuir los apetitos de libertad, pero sí existen antecedentes, que nos permiten suponer que dichos rumores son algo más que eso, porque cuando se hace una lectura juiciosa de la historia de Santa Gracia, utilizando la estrategia denominada lectura entre líneas, se descubre que, tradicionalmente, allí, libertad es más una expresión con la que se suelen decorar los discursos, y no una devoción, pues cuando alguien la usa en exceso termina convertido en un sospechoso de estar tramando la subversión del orden.
Cuentan dichos rumores, llegados a nuestros días por obra y gracia de la juventud que aún ostenta este momento histórico denominado con el ampuloso nombre de independencia, y del cual se están celebrando doscientos años, que a los nobles criollos de Santa Gracia les quedó un cargo de conciencia después de que se produjo la primera parte del grito de independencia, y a cuyo aumento de intensidad contribuyeron ellos en un momento de júbilo, debido a que les pareció inmoral que este se estuviese produciendo cuando el joven monarca sufría una difícil digestión espiritual en una prisión de Francia, adonde lo había mandado el irreligioso Napoleón, y que después del mismo se produjeron las primeras disensiones, o mejor, la necesidad de rectificar, lo que llevó a algunos a lanzar la idea de solicitarle al rey que viniera a vivir en tierras de Santa Gracia, para que se enterara por cuenta propia de que allí nadie quería independencia y que dicho grito se había producido por un golpe de audacia de quienes siempre están dispuestos a alterar el orden, y estaban aprovechando, para hacerlo, la esporádica debilidad en que había caído la sede del reino.
Tenían muchas pruebas, para demostrarle al rey, cuando hiciera su aparición en Santa Gracia, cuánto habían hecho ellos, es decir, los nobles criollos, para salirle al paso a los perjudiciales rumores acerca de su debilidad política y social, contenidas en una serie de bandos, orientados todos ellos a exigir la prudencia verbal de la población, y a observar las buenas costumbres, pero la prueba reina era el comportamiento noble que ellos habían tenido, cuando para evitar daños en las personas del virrey y la virreina los habían ayudado a huir de Santa Gracia en momentos en que la turba parecía poseída por el demonio porque estaba pidiendo escarmiento en contra de éstos.
La dilación en la respuesta del soberano fue para los criollos de Santa Gracia un indicativo de que este se había tragado el cuento. Según algunos críticos de la época, esa famosa invitación, era eso, un cuento, porque lo que querían los ilustres de Santa Gracia con la misma era medir a través del método, muy usado allí, del intercambio de cordialidades, cuál era la tendencia del reino con relación a ellos. El temor de una respuesta de fuerza por parte de la corona se fue perdiendo y por eso las propuestas de organizar campañas, de quinees sostenían que las independencias hay que sellarlas con guerra, fueron desechadas. Finalmente, convencidos los ilustres de Santa Gracia de que allí no había pasado nada qué lamentar, pero además orgullosos de que mientras en otras partes la gente andaba caldeada hablando de guerra, Santa Gracia, que era ni más ni menos la capital del virreinato, estaba dando muestras de tolerancia y bondad, lo cual llevó a algunos a la convicción de que había llegado el gran momento que estaban esperando, de ser invitados a formar parte de las cortes, pues no hay otra forma de resolver las grandes diferencias que replanteando el poder y redistribuyendo la burocracia.