La independencia del cuerpo
Aprovechando que estamos hablando desenfrenadamente de independencia en América Latina, expresión que por cierto despierta gran ansiedad en esta parte del mundo, debido a que es un tema sobre el que aún hay discusiones pendientes, consideramos oportuno hablar de algunos ingredientes de la vida que de una manera u otra han vivido sin ésta, y se nos ocurre que la más constreñida de todas, es decir, la que menos independencia ha tenido, por su incapacidad de clandestinidad absoluta, es el cuerpo.
El cuerpo humano, esa cosa inmunda que, según las religiones debemos soportar con resignación, porque es la prueba de fuego que nos dejó la creación para analizar nuestro comportamiento y estudiar nuestra voluntad, y que al parecer fue diseñado para portar malamente la vida que llevamos encima, ha empezado a moverse de una manera que da muestras de querer conseguir independencia total.
Ese, que ha venido escondiendo a lo largo de la historia sus pactos secretos con el deseo, para ocultar la pasión y evitar la censura, cuidando el camino que las manos recorren sobre él para no dejarlas quedarse demasiado tiempo en aquellas partes, llamadas nobles, pero consideradas infames por las buenas costumbres, porque según las mismas sólo sirven para secretar residuos, entre los que la misma ideología ha incluido el placer de los sentidos, ha empezado a hacer convenios con la espiritualidad suprema para mostrarle al mundo lo que ya éste sabe pero que pocos quieren demostrar, por temor a la censura y es que el cuerpo en sí mismo es un lenguaje que, de haber tenido libertad de expresión siempre, tendría cualificada en muy alto grado la vida que lleva por dentro.
En otros tiempos (corramos la aventura de decir que lo pasado, pasado es), nadie se imaginaba un cuerpo separado de la superficie terrestre, con la sola ayuda de su impulso, porque la potestad de volar, dependiendo de si ésta había sido concedida por el cielo, era un asunto de ángeles, o si había sido lograda mediante pacto con el infierno, era un caso de brujas.
Quien volaba no escapaba al severo veredicto de la sobriedad religiosa, y ¡hay de aquella que no estuviera en condiciones de explicar el origen de su habilidad!. Por eso, con el cuerpo había que tener mucho cuidado para no expresar lo prohibido, y es esa la razón por la cual éste, tradicionalmente ha tenido un comportamiento de rigidez y de escasa sugerencia, para evitarle problemas a su portador, y ha hecho de la vida que lleva por dentro, un martirio.
Otrora, (¿otrora?) el movimiento, como la risa, eran expresiones que convidaban a sospechar de quienes practicaban uno y otra, porque en una vida diseñada por mandato divino para el sufrimiento, quien siente placer, y en consecuencia ríe, es porque anda en malos pasos o ha celebrado pactos secretos maléficos.
El movimiento del cuerpo y su capacidad de emitir lenguaje es tan antiguo como él mismo, pero su decisión de comunicar, haciendo caso omiso de la censura es una práctica que ha cobrado mucha fuerza en la contemporaneidad, gracias a, es justo decirlo, el hábito de la búsqueda incesante de estímulos y formas novedosas de expresión, creado al amparo de la ideología de la globalización para la que su mayor preocupación es el impacto, porque no parece poseer otra estrategia más sugestiva para mantener en vilo la atención de la gente.
El cuerpo se mueve hoy en día con la ansiedad y la curiosidad de quien ha estado preso durante mucho tiempo y quiere recuperar la vida no vivida, y esos movimientos, en algunos de los cuales hay cierta descoordinación, a medida que se vayan volviendo conscientes, terminarán convertidos en un lenguaje claro para expresar la vida que es capaz de crear un cuerpo libre.
Preocupa, sí, que esta sea una liberación transitoria, y que como en todas las revoluciones, la armonía del comienzo se vaya convirtiendo poco a poco en una nueva esclavitud, pues el cuerpo, si se descuida, se queda en la búsqueda del impacto, desarrollando a diario ejercicios inarmónicos, repetitivos e incoherentes, como ocurre con algunos bailes que son el resultado de fusiones caprichosas, y que parecen danzas epilépticas, que nada le dicen al público pero que generan a su ejecutor una impresión de actividad por el simple hecho de moverse.
En todo caso, lo importante es que el cuerpo se está moviendo, como nunca. La danza, cada vez más expresiva, incurre en todas las instancias del arte como un complemento lingüístico, y está logrando su objetivo de hacerle entender a la gente que el cuerpo no es un simple portador de vida, sino un dador y explicador de la misma. .