Desmontando un tópico
Acaba de finalizar la edición número veinticinco del Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, y de nuevo nos deja una sensación de desencuentro. Convivir durante dos semanas con artistas, investigadores, estudiosos iberoamericanos de las artes escénicas reconforta. Se dibuja un territorio común, muy activo, dispar, cargado de esperanzas y futuros. Nadie piense que existe un único teatro iberoamericano, ni latinoamericano, ni hispanoamericano. Las realidades culturales, sociales, políticas muestran grandes diferencias, y no podemos pensar que en Costa Rica se haga el teatro igual que en México, ni en Colombia igual que en Uruguay, ni en Panamá igual que en Chile. Y perdonen la obviedad.
Uno viaja, conoce, comprueba la existencia de movimientos estructurados en los países más sólidos que deberían ser envidiados e imitados por las estructuras estatales españolas, incluso por las autonomías, pensando, por ejemplo, en cómo funcionan en estos ámbitos los diferentes estados mexicanos, por poner una referencia. Y me refiero, de entrada, a lo institucional, porque si nos fijamos en la fuerza de los grupos, asociaciones, compañías como generadores de obras que están directamente incardinadas en sus realidades, que no son expresiones del consumo y el vicioso entretenimiento, entonces vamos desmontando un complejo del conquistador, del neo-colonizador que considera que de allí, de las américas, no puede llegar lecciones estéticas, de gestión, ni espectáculos de bastante mayor calidad que los que normalmente se ven en las programaciones habituales de la inmensa mayoría de las redes, con esa coincidencia en títulos y productoras tan sospechosa.
No todo, obviamente, es excelente. Hay una diferencia cualitativa constatable entre unos y otros. No es lo mismo, por tradición, demografía, el nivel medio alcanzado en Brasil, Argentina, México, Chile, Colombia que los trabajos generales de otros países. Pero en cada país hay experiencias recomendables, ejemplares, que siguen siendo propuestas que se diferencian en su propio sistema de producción, en la búsqueda de un lenguaje propio, el escapar de los títulos de relumbrón para indagar en dramaturgias propias. Y durante estos veinticinco años el FIT de Cádiz ha contribuido a la visibilidad de lo mejor de cada época, y no vamos a realizar una selección, sino a intentar romper el tópico de un teatro ideologizado, de lenguajes muy gastados.
Eso es una foto fija, un malicioso tópico, porque hay teatro moderno, contemporáneo, de hoy, y con mucha calidad, variedad y sugerencias. Eso se puede confirmar, verificar, pero existe un abismo, una injusticia muy grande. A los responsables de los teatros de las redes españolas no les interesa en absoluto este tipo de teatro o danza. No hablamos de solidaridad, ni paternalismo, hablamos de calidad, de oportunidad de mostrar otros lenguajes escénicos a sus públicos. Las obras, sean buenas, malas o regulares, que de todo hay, llegan a Cádiz, haciendo todos un gran esfuerzo económico, y se van. Y lo más grave es que muchas veces hacen otras representaciones por Europa, pero muy pocas, un porcentaje ínfimo, vergonzoso, por los tetaros que deberían abrirles las puertas, aunque solamente fuera por curiosidad, por utilizar un idioma conocido y en ocasiones, en algunas zonas, por ser obras provenientes de países que han aportado cientos de miles de ciudadanos para trabajar en diferentes puntos del Estado español.
No nos cansaremos de denunciar esta injusticia. Este dar la espalada a un teatro vivo, interesante, recomendable, simplemente por un tic de rango colonialista, cuando no escondiendo una suerte de soberbia cultural, pero que simplemente enmascara una supina ignorancia, o directamente unos visos xenófobos lamentables.
No tienen ninguna obligación en programar las obras que viene al FIT de Cádiz, pero al menos que muestren interés, o que las vean para saber si son de calidad suficiente para sus programaciones. Lo que hacen ahora es un vacío doloso, un castigo. Esta manifiesta y obscena actitud de no colaboración es tan obvia que en ocasiones uno piensa si no será una consigna.