Hombres en la mina
Hace casi cuatro décadas tuvimos la oportunidad de ver en escena una sencilla, pero profunda obra de teatro, durante la cual dos actores, representando personajes con orígenes sociales y responsabilidades diferentes terminaron hablando de situaciones que ninguno de los dos consideraba que en el otro tuviera incidencia, y compartiendo miedos, anhelos y deseos comunes, sin interferencia alguna, porque la única comunicación que tenían estos dos hombres con el exterior era la esperanza de recuperar la vida que habían dejado afuera, estática, y que corrían el riesgo de perder.
Un ingeniero y un minero, separados en la superficie por obra y gracia de su aparente diferencia en conocimientos, que por extensión los volvía distintos en estratificación social, terminan en el fondo de un socavón, luego del derrumbe interno de una mina, y se encuentran de repente compartiendo una prisión que poco a poco les va sacando del alma gestos y palabras que los van llevando a comprender, que son profundamente iguales porque terminan sintiendo lo mismo: un gran miedo a morir, y anhelando lo mismo: un vehemente deseo de salir, dos sentimientos que hasta antes de que ocurriera el accidente uno y otro eran incapaces de comprender que sucediera de igual manera en todos los seres humanos.
Cada uno de estos hombres era una isla dentro de ese gran archipiélago que es la vida, ignorante total de que muy por debajo de su superficie había una conexión con los demás, desconocida, simplemente porque jamás les habían hablado de dicha posibilidad, y porque estaban habituados a considerar solo la existencia de cuanto veían.
Atrapados, como consecuencia de lo que cada uno creía que era responsabilidad del otro, porque mientras el minero consideraba que al ingeniero le faltó conocimiento para prevenir la desgracia, el ingeniero pensaba que al minero le había faltado su pericia para hacer lo mismo, entretenían el tiempo discutiendo sobre quién tenía más culpa, hasta que la ausencia de luz y aire se hizo más evidente, y les hizo caer en la cuenta de que era el momento de cambiar de tema, porque éste no se iba a resolver, y en caso de que tal cosa ocurriera, es decir, que se definiera quién tenía la mayor culpa, de nada iba a servir, porque cada vez habría menos tiempo para rectificar.
Ahora el tema principal era cómo salir de allí.
El lenguaje formal de distancia social que empleaban uno y otro en la superficie de la mina para comunicarse en función de sus actividades se fue diluyendo a medida que la esperanza de salir se iba disipando y llegó un momento en que las diferencias desaparecieron y la unanimidad se la ganó la conciencia de la desesperanza, y a pesar de que cada uno comenzó a concentrarse en su propio miedo y en su propia esperanza de vida, no consiguió olvidar, de la misma manera fácil como se olvida en la superficie, que el otro estaba ahí, padeciendo lo mismo, y que el único recurso que quedaba era unir el miedo a morir y el deseo a vivir, para luchar contra el encierro.
La obra se desenvuelve con el ritmo de cuando el tiempo daba tiempo, para sentir, pensar, soñar, insistir, desistir, etc, y por lo tanto había tiempo suficiente para digerir una angustia, una duda, un deseo y después parir una idea. Eran los tiempos en que cada quien salía de la sala de teatro haciéndose preguntas y celebrando la íntima satisfacción de un nuevo conocimiento. Adquirido.
Hace pocos días asistimos, sin acomodarnos siquiera, deambulando por entre la gran sala de teatro que se ha vuelto la vida, a una representación, que pudo ser la misma, y de la cual quedamos harto confundidos porque la algarabía publicitaria de la superficie no dejó pensar ni sentir a nadie, ni siquiera a los mineros de la mina San José, porque las acciones generadas en torno a la muerte y resurrección de este grupo de hombres, que volvieron a la superficie desechando los recuerdos existenciales del encierro, por considerarlos poco rentables, y de difícil explicación, nos demuestra que el espectáculo es el eje central de la vida contemporánea, y que éste, antes que presentarse como una alternativa cultural explicativa o formativa de la vida, cumple un papel disuasivo para evitar que cada suceso ocurrido al ser humano sea objeto de reflexión y se convierta en conocimiento para la transformación de la vida.
Ahora el arte se va a servir de este asunto, para crear; y si quiere sobrevivir tendrá que hacer cada uno su espectáculo: el teatro, el cine y la literatura, que son los que más se prestan hoy en día para esta empresa del entretenimiento global.