Y no es coña

Salud y Libertad

El artista plástico, Santiago Serra, ha realizado uno de esos actos políticos que ayudan a conciliarse con la esperanza. No soy capaz de discernir sobre si su renuncia al Premio Nacional de Artes Plásticas, es un gesto propagandístico, una estrategia de mercadotecnia como algunos lameculos y paniaguados ya vienen proclamando con insidiosa premura. Supongo que su decisión de renunciar a los treinta mil euros que acompañan a la foto con la inane ministra del ramo, la toma sabedor de que su economía básica no los necesita, y que a la par de suscitar admiración y apoyos, va ser apaleado y excluido de los lugares en donde los irresponsables ministeriales puedan ejercer su antidemocrático derecho a venganza.

En cualquier caso no se trata ahora de enjuiciar a Serra, sino de admirarlo y de tomar buena nota de sus argumentos para decir este magnífico NO. Ese NO que tanto bien puede hacer para despertar a todos los sumisos que estamos atados a unos SÍ que pronunciamos a cada instante de nuestra labor sin apenas conciencia crítica, sin pararnos a pensar qué estamos legitimando con esa inercia. En muchos casos nos autojustificamos alegando necesidades perentorias, derechos adquiridos, muchos bellos fraseos cargados de naderías que solamente transmiten una falta de actitud política ante decisiones políticas que son las que al fin y al cabo nos colocan ante la miseria total, ante el caos actual, sin que ellos, los políticos y su secuaces y colaboradores necesarios, los funcionarios de libre designación y los de carrera más modosos diseñan o ejecutan o ambas cosas a la vez, no sientan ni remordimientos ni rasguño alguno en su salario o futuro profesional. Es más, cuanto más ineficaz se sea, cuanto más desastre provoque en cualquier gremio, más consolidan su plaza y su influencia. Y a las pruebas me remito.

Así que veamos exactamente un párrafo de la misiva de Santiago Serra para anunciar su renuncia:

“Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.

El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio.”

Es necesario señalar su apelación al sentido común como motor que le lleva a sentir la obligación de esta renuncia. Y en esta sencilla postura nos coloca ante un hecho, la falta de implicación con la realidad, con el devenir de los tiempos de las decisiones institucionales con respeto al Arte, a las Artes. Y su primera consideración sobre el otorgamiento de “una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar”, vuelve a abrirnos los ojos ante el propio hecho creativo, sobre la misma libertad de creación, la asunción de una responsabilidad política en todos nuestros actos, y sobre la función del artista en la sociedad.

Su postura política, su coherencia, su mensaje nos despierta de la pesadilla, encontramos una luz, una actitud a compartir, para desarrollar en la medida de nuestras fuerzas una lucha que nos rearme en los convencimientos más básicos de nuestra función como creadores, programadores, informadores o críticos y de la relación con el Estado en todas sus formas y camuflajes. Y en ello va la disposición a rescatar de las garras de estos depredadores por acción u omisión todo aquello que sea esencialmente cultural, artístico, para que puedan fluir todas las tendencias, todas las opciones en libertad, sin tantos condicionantes, sin tantos mamoneos y estar alerta para que no sirvamos con nuestros SI de coartada para tanto desastre. No se trata de renunciar a derechos, sino de justamente de ejercerlos en plenitud sin recortes ni tonterías.

Solamente un dato histórico, Els Joglars ya renunciaron a principios de los noventa a un Premio Nacional de Teatro. Un antecedente que debemos amoldar al posterior camino emprendido por esta compañía y especialmente su director y líder Albert Boadella.

Hacemos nuestra la despedida de Serra:

Salud y Libertad.

 

 


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