Torero, las tres últimas suertes de Antonio el Macareno / David Desola-Arturo Ruiz/ Suripanta Teatro
33 Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneos de Badajoz. LA CRITICA
Buena faena de «Torero»
José Manuel Villafaina
La veterana compañía extremeña Suripanta Teatro ha participado en el Festival con su última producción, «Torero, las tres últimas suertes de Antonio el Macareno», un texto inédito de David Desola y Arturo Ruiz, dos autores jóvenes (también guionistas de cine) pero con una trayectoria destacada de premios y reconocimientos, algunos tan importantes como el Lope de Vega del 2007 de Desola.
“Torero…”, una “tragicomedia taurina”, como la definen sus autores, es, más que nada, un sainete de costumbres españolas, que refleja un retrato caricaturesco de la condición humana de nuestro tiempo. La obra, más “comitrágica” que tragicómica, despunta por su argumento ingenioso y divertido sobre el tema taurino: un torero antihéroe, Antonio “El macareno’”, que se ha convertido al hinduismo –que no permite el maltrato a los animales- se niega a salir al ruedo en el último momento, estando la plaza llena de público y en su propio pueblo. Con todo, hay detrás mucha gente que vive de su trabajo y está interesada en que el diestro salga a torear aunque le cueste la vida.
No diré que “Torero…” sea un gran texto pero si posee un logro considerable en muchos aspectos de la ironía, humor negro y crítica acerba a la cuestión de los intereses en el mundo de los toros y otros temas habituales del tópico de la picaresca actual. Sólo en “Torero…” el contenido flaquea teatralmente por ser un texto epidérmico donde el conflicto tiene más intensidad cómica que dramática y no deja levantar vuelo a los personajes a la hora de penetrar en los resquicios donde el subtexto –sobre todo, en la muerte del torero- segrega angustia humana.
La puesta en escena, de Esteve Ferrer, logra un sólido trabajo hecho igualmente con más hilaridad que desgarro aplicando todos los recursos posibles del género cómico, con mayor incidencia del juego de humor macabro y del absurdo –ese juego de la ilógica lógica- a la española, donde también se han exaltado al máximo sus posibilidades esperpénticas. Para esto último ha dispuesto de varios espacios dentro de una singular escenografía –una capilla que prolonga la acción hasta las gradas, diseñada por Ana Garay- y efectos de iluminación –por Juanjo Llorens- que en determinadas escenas alcanzan una atractiva poética para distanciar las cosas y darles su relieve. No obstante, aunque no desluzca el buen nivel general del espectáculo, el montaje también acusa altibajos en la fuerza rítmica de la narración que sólo progresa de forma plana a lo largo de la obra.
Las interpretaciones son de una dignificación escénica incuestionable. Todos los actores hacen una buena faena en el ruedo escénico ajustándose a las necesidades de sus respectivos papeles. Son actuaciones límpidas y absolutamente exteriorizadas. Alimentadas por la risa y la ironía en el ingenioso diálogo y disparatadas situaciones. Simón Ferrero, actor en alza, consigue la intención justa, de brío y delicadeza, de El torero, chivo expiatorio que será inmolado en el escenario. Paco Obregón con precisión sarcástica en El cura acredita una vez más su buen oficio. Paqui Gallardo (La madre) y Francisco Blanco (El padre), son dos pícaros que actúan con ejemplar soltura, desenfado y comicidad, Ana Trinidad, llena el escenario con genio escénico y simpatía. Y Jesús Martín (El subalterno) y Mary Sol Díaz (La hermana) defienden con el diálogo siempre vivo y animado sus limitados roles.