Pacto por la Cultura
En todos los puntos cardinales del planeta Artes Escénicas se tienen las mismas sensaciones: nuestros administradores, políticos, responsables institucionales locales se han olvidado de sus compromisos. Si se sigue a la Ariadna que se dirige hacia el Minotauro de la crisis y de la desamortización de locales, compañías y programas, vamos descubriendo que no hay un Teseo dispuesto a acabar con la situación, que se ha entrado en eso que los apóstoles del neoliberalismo económico llaman falta de confianza de los mercados.
Sin conocer al señor Mercado, y comprobando que se trata de unos discursos muy similares tanto en las regiones españoles, como en las comunidades autónomas de mayor rango, como en naciones sin estado como en estados-naciones, federales o jacobinos, podemos llegar a la conclusión de que ha calado profundamente el mensaje que vacía de contenidos las acciones. En cuanto se sitúan las decisiones en el terreno de la cultura exclusivamente en el ámbito estadístico, laboral, económico, de rentabilidad y mercado, se entrega el único valor añadido imprescindible para sostener con los presupuestos generales una parte de la actividad cultural y afinando más, en las Artes Escénicas.
Quizás sea el momento más adecuado para la autocrítica, para la reflexión fuera de los vaivenes coyunturales o las veleidades más externalizadas, porque probablemente todos podemos tener una idea de lo que en, el terreno que estamos hablando, teatro, danza, artes performativas en vivo, es culturalmente de entidad incuestionable o lo que se pueden considerar productos comerciales de consumo rápido. No es fácil discernir sobre estas cuestiones sin rozar esos criterios democráticos de igualdad de oportunidades y de las vinculaciones de las administraciones con sus administrados en primer lugar y en la contextualización general, global como aval o inspiración. No es fácil separar lo irrevocablemente cultural, de lo que se sitúa en un territorio mucho más dudoso y es más difícil y con un coste político grande, discriminar, aunque sea positivamente.
Por lo tanto, se hace imprescindible un Gran Pacto por la Cultura, en el que intervengan todas las fuerzas políticas, sociales y culturales, que marque unas pautas, unos objetivos para la salvación de lo existente, el desarrollo de las políticas en marcha y las posibilidades de aplicar todos los planes con criterios más amplios, menos sectarios, no tan pegados a las circunstancias de cada casuística. Un pacto que debería tener varias graduaciones, que debe pasar por lo local, lo regional, lo estatal, lo europeo y lo universal. Con todos los matices que se quieran, pero dejando muy claro los principios básicos. Probablemente el primer paso sería acabar con las rutinas, romper todas las fotos fijas, reiniciar el disco duro donde se archivan conceptos y nociones de políticas que se perdieron en las burbujas varias, por si acaso estuviera en ese laberinto escondida alguna solución.
Los Artes Escénicas tiene sus peculiaridades, no hay duda, pero el que los públicos sean parte fundamental del propio hecho, es algo que debe aportar soluciones compartidas, no hacer cargar casi exclsuivamente sobre esa parte la viabilidad. Lo primero es garantizar que se pueda seguir haciendo teatro, danza, etcétera, en todos los formatos, categorías y géneros y que se puedan exhibir en las condiciones más apropiadas. A partir de ahí entramos en matices. Un Pacto, en el que debe entrar también la gestión y los recursos que se destinan para ella. Porque la primera premisa es que exista cultura para que después se pueda gestionar. Lo contrario es crear un funcionariado inerte. ¿No quedamos en que la función crea el órgano? ¿O era al revés?